Urdiales, cogido, y Daniel Luque, protagonista
Barquerito
Jueves, 1 de agosto 2024, 02:00
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Jueves, 1 de agosto 2024, 02:00
La hermosa corrida de Ana Romero, de variado remate y llamativas pintas, tuvo por nota común una bondad apagada. Y cierta fragilidad, la propia de ... los toros finos de cañas en piso duro como el de Azpeitia. La bondad apagada se tradujo en una notoria falta de chispa, que sí tuvo el quinto, el más completo de los seis. Cumplidores en el caballo, se dolieron y apretaron en banderillas.
La excepción a la regla fue el primero de corrida. Un cárdeno carbonero que, las manos por delante, pareció enterarse a las primeras de cambio, empujó de bravucón en varas y salió del caballo adelantando por las dos manos y arrastrando ligeramente cuartos traseros. Hizo hilo en banderillas y no tardó ni tres muletazos en amagar con sentarse. Sin golpe de riñón, empezó a apoyarse en las manos y, en seguida, a ponerse por delante, a medir y mirar, a desarrollar sentido, frenarse y revolverse.
Con el dedo en el gatillo, amenazante, fue toro predador, pendiente de Diego Urdiales. Lo tenia en el punto de mira, no le consentía ni acercarse, estuvo a punto de arrancarle la muleta de las manos dos veces, se le vino al cuerpo otras tantas y, cuando Diego se resistió a ser desarmado, hizo hilo con él en una persecución angustiosa. No hubo más solución que atacar con la espada si el toro dejaba de mirar por encima del engaño.
En el tercer intento con la espada prendió por el pecho a Diego, lo revolcó y lo tuvo entre las manos como presa cobrada. Al quite llegó la gente a punto. Diego, muy dolorido, apenas se tenía en pie. Víctor Hugo mantuvo el toro tapado y a raya junto a las tablas de sol, que es donde se había acabado librando el combate. En las tablas de enfrente atendieron a Diego, lo despojaron de la chaquetilla y trataron de refrescarle y animarlo. Al fin se dejó caer en brazos de las asistencias camino de la enfermería.
No parecía llevar cornada, pero se supo en seguida que la contusión en el costado derecho podría derivar en fractura de alguna costilla. De la muerte del toro se hizo cargo Daniel Luque, que iba a tener que matar cuatro toros en una tarde puesta de repente tan cuesta arriba. Los muletazos con que Daniel cuadró sin aparente esfuerzo al toro fueron magistrales. Dadas las circunstancias, no contaron. Pero tuvieron sello propio. También una estocada de gran habilidad.
Y entones empezó otra corrida, convertida en un imprevisto mano a mano. La sombra del marrajo -la pesadilla con él vivida- pesó más de lo debido. Alerta el público, incluso cuando quedó claro que ninguno de los toros que fueron asomando y peleando tuviera ni remoto parecido con el que había mandado a Urdiales a la enfermería y trastornado de raíz el espectáculo. Y alerta las cuadrillas también.
Borja Jiménez hizo mella la inquietud. No en Daniel, que parecía llamado a ser protagonista obligado de la tarde. Y lo fue. Fácil y seguro para despachar tres toros con faenas de planteamientos muy similares aunque con matices relevantes. La del segundo toro, la de más frescura y acierto: trato dulce del toro al que abrió siempre y se trajo por delante, sujetándolo cuando amenazó con perder las manos. Cargada de tiempos muertos la del cuarto, toro guerrero que se enteraba si no venía metido en el engaño. Y más sencilla la del sexto, que, lidiado con maestría por Iván García, se entregó dócilmente. Con ese toro se rompió Daniel más que en los dos anteriores, pero las tres faenas, demasiado largas y espaciadas, pecaron de reiterativas, de monótonas. Lo que tuvieron de seguras y de aparente facilidad lo tuvieron también de planas. Domados, los toros vinieron a menos. Daniel hizo parar a los músicos cuando estallaba su primera faena y ya no sonó la música -la banda tan afinada de Azpeitia- en toda la tarde, salvo en los intermedios y, desde luego, en el zortziko del tercer toro. La música, que en la corrida de vísperas fue protagonista, llena vacíos y en casos como el de esas tres faenas de Daniel cortadas por el mismo patrón habría sido relevante. La gente se fue enfriando a medida que crecían los trasteos. Tres estocadas de soberbia ejecución. Cada una de ellas valió la oreja de premio. Tres orejas.
La primera faena de Borja, desarmado dos veces, fue de dientes de sierra y toques demasiado bruscos. Los dos toros más codiciosos de la corrida se juntaron en su lote. Y si el tercero quiso siempre, más todavía el quinto, que lo sorprendió más de una vez. Un empeño afanoso pero nada brillante ni sobrado de ideas.
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