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Fue algo parecido a una catarsis, y cercano al infarto para quienes entramos con las expectativas muy bajas a aquel funcionarial salón de actos ... del Ministerio de Cultura en Madrid. Mientras me acercaba a pie hasta ahí por la calle Barquillo, en una de esas calurosas tardes del junio madrileño, telefoneó un alto cargo socialista. «Qué pena. San Sebastián ha peleado hasta el final pero ha quedado fuera», dijo. Así que entré ahí triste pero relajado. El rumor flotaba en el ambiente: las cámaras de televisión y los fotógrafos se colocaron junto a la delegación de Córdoba, convencidos de que era la ciudad elegida para ser capital cultural en 2016.
Las delegaciones de las seis ciudades finalistas se sentaban en el salón como si aquello fuera una Eurovisión. Cuando el austriaco Manfred Gaulhofer, presidente del jurado, leyó el nombre de Donostia, se vio que los «bien informados» no lo estaban tanto, y que el jurado había mantenido el secreto hasta el final. Estalló entonces la alegría de la 'embajada vasca', con irrintzis y lágrimas, y las malas caras de las perdedoras, con especial protagonismo de Córdoba y Zaragoza. El hecho que Gaulhofer y Casinello, vicepresidente del jurado, aludieran «a la paz y la convivencia» suscitó recelos de quienes abrieron la caja de supuestas maniobras políticas.
Todo resultaba cinematográfico aquella tarde. Juan Karlos Izagirre, nuevo alcalde de Bildu, se veía envuelto en una nube de micrófonos para explicar un proyecto de capitalidad con el que siempre fue crítico. Odón Elorza, el alcalde que había liderado la candidatura, veía cómo triunfaba el proyecto justo después de perder la alcaldía. El equipo técnico, con Santi Eraso, Ainara Martín o Eva Salaberria, festejaba el resultado.
Otras ciudades presentaron un proyecto continuista con lo que uno esperaba de una capitalidad europea, con grandes infraestructuras o festivales. Donostia inventó un programa conceptual y distinto, simbolizado en una defensa 'alternativa' ante el jurado ideada por Fernando Bernués. El 'tribunal' aplaudió un proyecto que muchos donostiarras nunca acabaron de entender, aunque en ese momento sí crecieron las ilusiones porque el 'glamour' de ganar aúna voluntades.
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Como dice Eraso, la maquinaria de la realidad, la burocracia y la política desvirtuó un proyecto nacido en el 'odonismo', desarrollado por un gobierno de Bildu que nunca terminó de aterrizar y puesto en práctica a la hora e la verdad por el equipo de Eneko Goia. Técnicos llegados de fuera con las mejores intenciones pero escasa conexión con la realidad cercana no acabaron de dar el impulso preciso. Pero todo eso vino después. Mañana, 28 de junio, se cumplen diez años del día en que Donostia se soñó otra.
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