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Jesús Zulet en su casa de Alcalá de Henares con la baraja que pintó para 'El Jueves' y los muñecos que hizo para televisión Oscar Chamorro
El dibujante de El Diario Vasco

Jesús Zulet: «Cuelgo el lápiz para no contribuir a la crispación»

El dibujante de El Diario Vasco se despide después de 31 años resumiendo la actividad en una viñeta humorística

Domingo, 11 de abril 2021, 09:45

Jesús Zulet (Pamplona, 1956) lleva 31 años resumiendo la actualidad en una viñeta de El Diario Vasco, además de las que han ilustrado los suplementos del Zinemaldia. El humor es para este dibujante «una de las condiciones más humanas y necesarias». Sin embargo, el pasado 1 de marzo Zulet colgó el lápiz con un último dibujo en el que homenajeaba al periodista José Manuel Cortizas, fallecido el día anterior por Covid, y a todas las víctimas de la pandemia. El cansancio de devorar la información durante tantos años para obtener la espuma de los días y el grado de crispación al que ha llegado la política española le llevaron a tomar la decisión.

Zulet ahora se dedicará a colaborar con la Universidad de Alcalá y su Instituto Quevedo del Humor (hasta ha dejado su estudio en Rascafría para irse a vivir a la histórica ciudad madrileña) y a estudiar una portada románica de su pueblo navarro, Olcoz. En su vida, se resta importancia, ha sido «como Forrest Gump»: siempre ha estado sin pretenderlo en el sitio justo. La pasión por comunicar la heredó de su madre, una maestra que no hablaba euskera y se hacía entender a sus alumnos con dibujos. El 23-F le pilló haciendo la mili en la División Acorazada Brunete. 'El Jueves', una acusación de injurias al Rey en la Audiencia Nacional, muñecos televisivos, anuncios publicitarios como el del Renault 4 y el Correcaminos… Jesús Zulet confiesa que habrá cometido errores en su carrera, pero al menos ha sido coherente: «Los humoristas no dejamos de ser moralistas disfrazados bajo la careta del sabio», define.

– ¿Cómo es que se jubila, con ese aspecto lozano que gasta?

– Buf, creo que tenemos derecho a vivir. Todo el año con la noticia del día resultaba muy duro, sobre todo este último año terrible. Yo he sido radical defensor de que el humor es una de las condiciones más humanas y necesarias, precisamente en momentos como este. Pero con este grado de crispación llegó un punto en el que me resultaba muy difícil.

– Llevaba 31 años en El Diario Vasco.

– Desde octubre de 1990. Comencé con un dibujo de Carlos Sainz como campeón del mundo y he acabado con otro de su hijo, me parece un buen ejemplo de la necesidad de relevo generacional.

– Es de Pamplona pero de pueblo.

– Bueno, mi madre fue a parirme a la maternidad de Pamplona, pero somos de Olcoz, a veinte kilómetros de capital. Mi pueblo es mi pasión, tenemos una portada románica que da mucho que hablar.

– Iba para arquitecto pero la cosa se torció.

– Descubrí que la arquitectura es una caricatura que dura demasiado tiempo. La profesión de arquitecto determina demasiado nuestras vidas, marca tu espacio.

– Eso no tiene por qué ser malo.

– Es fantástico si se hace bien, sobre todo ahora, con el cambio ecológico. Pero entonces no me acababa de gustar. Llegué hasta tercero. Eran años convulsos y estaba metido en muchas cosas. Tuve una discusión seria con mis padres, una familia muy humilde. Mi madre había sido maestra y me marcó mucho. Vivió la experiencia de que la mandaran a un pequeño pueblo donde solo hablaban euskera, y mi madre no tenía ni idea. Para dar clase tenía que recurrir básicamente a los dibujos y a la expresión corporal. Con el paso del tiempo me he dado cuenta de que eso me ha marcado mucho. Porque la clave del dibujo es la comunicación.

Pintando camas el 23-F

– Volvamos a la arquitectura.

– Antes pasé por un seminario. El 68 lo vivo en Pamplona, donde me enseñan por primera vez la Carta de Derechos Humanos artículo por artículo. Nunca fui el gracioso de la cuadrilla, siempre he sido muy serio. Como dice Mingote, el humor no es lo contrario de lo serio, sino de lo aburrido.

– ¿Cuál es su primer trabajo como caricaturista?

– Yo me siento como Forrest Gump, me han tocado en la vida mil circunstancias que no estaban previstas. Empecé a hacer pancartas de cuadrillas en las fiestas de San Fermín. La primera fue la del pueblo de Olazagutia. Nos pagó la discoteca del pueblo, el Clinker Club. Dibujé a Kung Fu, que entonces estaba de moda. Debía tener 18 años.

– Después publica en 'El Jueves', 'El Cocodrilo'…

– En esta vida la suerte cuenta mucho. Una pancarta de los sanfermines dio mucho que hablar, con el toro negándose a correr y el propio santo cuestionándose las fiestas. Fue un escándalo. Me dedicaron un sermón. Mientras estudio aparejador en Barcelona se me ocurre hacer una baraja de cartas que le encantó a 'El Jueves'. Hice la mili y me toca el 23-F en la División Acorazada. Como había hecho la baraja de 'El Jueves', para los militares era muy peligroso. Mientras todos estaban cargando los subfusiles el día del golpe, yo estaba pintando números de camas.

– ¿Era más fácil hacer humor en la Transición que en estos tiempos de corrección política?

– Sí. Fíjate lo que ha pasado con el dibujante portugués António Moreira Antunes, que es amigo, y su viñeta de Trump llevando de la correa a Netanyahu convertido en un perro. El 'New York Times' se disculpó al considerar que era una ilustración antisemita y desde entonces no publica ninguna viñeta política en su edición internacional. Hay un antes y un después de 'Charlie Hebdo' en nuestra profesión. Eso no quiere decir que yo sea crítico con la posición de los dibujantes, porque hay que conocer la realidad. Si haces un dibujo con toda tu buena intención pero consigues que se quemen embajadas y pones en riesgo a personas… Hay una definición de humorista que me encanta: no dejamos de ser meros moralistas que nos disfrazamos bajo la careta del sabio. No somos más listos que la gente normal de la calle. Y la ética tiene que ser una parte fundamental de nuestro pincel.

– Vivimos tiempos de polarización brutal en la política española. ¿Le preocupaba contribuir a esa crispación con sus viñetas?

– Sí, pero hay que tomar posición. Y mira qué personajes hay en el mundo: Trump, Putin… La realidad supera la ficción siempre. Por eso cuelgo el lápiz, porque si tengo que hablar de los recortes en sanidad, por ejemplo, no podría evitar contribuir a la crispación.

– Ha creado muñecos, ha trabajado en publicidad… Pero usted se define ante todo como caricaturista.

– Sí. La identidad no está basada en lo que es igual, sino en lo que te diferencia de otro. Es una construcción social, el gran debate es quién soy, quiénes somos. Nos vemos en el espejo de los otros como seres sociales que somos. Digamos que lo que me enamora de Cervantes no es el Quijote, sino el licenciado Vidriera, un personaje que a fuerza de ser transparente nadie lo ve.

– ¿Qué espinita le queda clavada en su profesión?

– Me siento satisfecho. Habré cometido fallos, pero he sido coherente. No tengo orgullo, me considero uno más, un tipo normal. Y en la medida en que pueda seguiré ayudando a mi profesión. Colaboro con la universidad, estoy implicado en el románico en mi tierra… Como caricaturista he llegado a definirme como escéptico.

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