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A falta de unas horas para que finalice 2018, EL DIARIO VASCO hace balance de un año de conciertos más que notable. No hubo grandes nombres al margen de las actuaciones de Ricky Martín y Joaquín Sabina en Illunbe, y las citas más concurridas fueron, como es habitual, las del Jazzaldia y el Donostia Festibala. Sin embargo, algunos de los momentos más especiales se vivieron en salas de mediano y pequeño aforo, el lugar idóneo para disfrutar de la música en vivo. Recordemos sucintamente algunas de las más de 200 funciones reseñadas en estas páginas durante los últimos doce meses.
Fntre lo mejor del año destacaron, siempre según criterios subjetivos, dos conciertos que sólo fueron disfrutados por un centenar de personas en el Club del Victoria Eugenia. En dicho lugar liberó Rocío Márquez la magnética mezcla de flamenco, jazz y copla recogida en 'Firmamento' (2017), un disco soberbio y con un punto visionario, y por allí pasó también, en el Día Internacional del Jazz, el no menos heterodoxo Marc Ribot: el guitarrista estadounidense derrochó subversión, tanto en el largo manifiesto que leyó como en una música que fusionó rock avant-garde, hardcore, punk, funk, hip hop, ritmos latinos e incluso electrónica.
Las catalanas Silvia Pérez Cruz y Maria Arnal volvieron a encandilar a la audiencia donostiarra del Kursaal y del Victoria Eugenia, respectivamente, con propuestas que beben de fuentes similares –la música tradicional española más o menos actualizada– y que se apoyan en voces capaces de suscitar una emoción superlativa. En el mismo teatro, Anari Alberdi agradeció el Adarra Saria del Ayuntamiento con una recia sesión de rock en la que repasó 20 años de carrera acompañada por casi todos sus aliados musicales.
Kutxa Kultur Kluba, bendecida por su envidiable acústica, se ha consolidado como escenario ecléctico con actuaciones tan brillantes como las de Lagartija Nick, que ofreció una misa de rock mayúsculo, y Rufus T. Firefly, que tiraron de lisergia y psicodelia, o los más veteranos The Stems, que combinaron guitarrazos abrasivos y melodías de power pop luminoso, y Barrence Whitfield, que puso su garganta profunda al servicio del garaje, el rock and roll cincuentero, el soul, el R&B y el rockabilly.
Si un espacio merece un epígrafe aparte por su infatigable actividad, ese es el Dabadaba, que albergó algunos de los mejores bolos del año, como por ejemplo, el del nigeriano Femi Kuti, que junto a su huracanada banda desplegó un afrobeat pleno de energía y mensaje social. El garito de Egia, que en 2018 ha reformado y mejorado ostensiblemente sus instalaciones, también se convirtió en barricada desde la que el incorregible Ian Svenonius, de Chain & The Gang, protagonizó su mitin marxista-ruidista, o en el refugio donde hallamos consuelo gracias a las sanadoras melodías de Fino Oyonarte, que ha firmado uno de los discos del año en castellano, 'Sueños y tormentas'. También pasaron por el Dabadaba, entre muchos otros, Lukiek, Punsetes, Gari, Melange, Joseba Irazoki, Black Lips, Caroline Rose, La Yegros, U.S. Girls, Wire, Carolina Durante y Delorean, que ofreció su penúltimo concierto en la capital guipuzcoana antes de disolverse.
En el centro cultural Intxaurrondo hubo veladas dignas de mención como las de Josele Santiago, JD Mherson, Limiñanas o Morgan, que llenaron el pasado sábado; en Psilocybenea de Hondarribia volvimos a ser atravesados por esa apisonadora sónica llamada Shellac, y en la Cripta de Convent Garden nos sobrecogimos con Depedro en solitario. Este último regresó meses después con banda y en formato eléctrico al Teatro Principal, donde también han actuado 'artistazas' como Angel Olsen y han arrasado jóvenes como Nøgen. Le Bukowski, que en los últimos tiempos ha rebajado su actividad, ha acogido citas tan excitantes como los dos conciertazos de Javier Sun o los saraos colectivos Bakarrik Hobeto y Zorrak.
Ricky Martin se declaró «hechizado» por Donostia en un concierto que reventó los termómetros de Illunbe: la acústica de la plaza lastró una función con ramalazo kitsch y grandilocuencia pero que fue disfrutada al máximo por 5.500 almas sudorosas. En el mismo lugar, Sabina congregó a 500 personas más que el puertorriqueño y se mostró en bastante buena forma sólo unos días después de salir del hospital tras superar una tromboflebitis.
Su amigo Joan Manuel Serrat también tuvo éxito en su regreso a la ciudad y colapsó el Kursaal para recordar entre aromas de salitre y añoranza el aniversario de su mítico disco 'Mediterráneo'. También llenaron el auditorio artistas como Pablo López, Manolo García, Texas, Rozalén, Ismael Serrano, Sergio Dalma y Benito Lertxundi, que durante dos sesiones diferentes cumplió la proeza de reunir a 1.800 personas. En lo que respecta al Victoria Eugenia, los llenazos de la temporada corrieron a cargo de gente como Rosana, que puso patas arriba el teatro e incluso subió a cantar con el público del gallinero; Eñaut Elorrieta, que presentó su delicado proyecto con quinteto de cuerdas, y Jarabe de Palo, que escenificó la retirada temporal de los escenarios de Pau Donés.
La suntuosa oferta de festivales musicales comenzó en marzo con la novena edición del Mojo Workin', en el que sobresalieron Spencer Wiggins y su soul sesentero, y la célebre La La Brooks de The Crystals, que emocionó con éxitos como 'Then He Kissed Me' o 'Da Doo Ron Ron'. The Original Vandellas no defraudaron con 'Nowhere To Run y otros incunables de Motown, y Little Jerry Williams fue el más flojo de los cuatro clásicos.
El Pasai Itsas Festibala contó con Morcheeba, Serrulla y Maika Makovski, entre otros, pero quien dio la campanada –y otro de los mejores conciertos de 2018– fue Kiko Veneno, que ofreció en el muelle de San Pedro hora y media de emoción, disfrute y nostalgia. En el Andoaingo Rock Jaialdia, más ecléctico y femenino que nunca, brilló la mastodóntica propuesta de The Kill Devil Hills, mientras que en el Hondarribia Blues Festival destacaron Canned Heat, con el 'txapeldun' Fito de la Parra zumbándole a los parches, y el blues aflamencado de Raimundo Amador.
El panameño Rubén Blades y su big band pusieron a bailar –gratis– a la mayor audiencia del año, cerca de 25.000 salseros que originaron en la Zurriola las primeras filas más animadas y multiculturales que se recuerdan en el Jazzaldia. Hubo música de altura en los conciertos de gente como Brad Mehldau, Gregory Porter y el tándem de premiados de este año, Michel Portal y Mary Stallings, y actuaciones tan deliciosas como la de Caetano Veloso junto a sus tres hijos.
El picnic musical Glad Is The Day reunió en Cristina Enea a 10.000 melómanos ávidos de cumbia y rock and roll, y los conciertos gratuitos de Sagüés, a unas 74.000 personas, con Jarabe de Palo, Álvaro Soler y Vendetta como principales atractivos –la anécdota fue el saludo que Pablo Benegas de La Oreja de Van Gogh realizó al final del show de Amaia Montero–. Más afinado resultó el menú de Donostiako Piratak, que programó, entre otros, a Niña Coyote eta Chico Tornado, Mice y Belako, infalible grupo que en junio protagonizó una de las cancelaciones más dolorosas del año, su actuación junto a Fermin Muguruza en el Polideportivo de Anoeta.
Aunque aún debe hallar su fórmula, el Encuentro de Música Electrónica y Contemporánea Dantz presentó alicientes de enjundia como Rival Consoles, Nazira, NathanFake o Sama, mientras que el Donostia Festibala halló su tabla de salvación y su récord histórico –14.000 asistentes– en los ritmos urbanos de nombres como C. Tangana, Kase. O, Nathy Peluso o Riot Propaganda, además de en Berri Txarrak, que galoparon salvajes en el hipódomo. Idéntico éxito entre los jóvenes logró Donostikluba, que reventó Intxaurrondo con Denom y Hard GZ.
Bien, pero... Fleet Foxes, grupo referencial de la música indie, sufrió un notable pinchazo de público en el Kursaal, donde ofrecieron una pulcra función que, sin embargo, adoleció de cierta frialdad. El talentoso trompetista Dave Douglas tuvo que luchar ante la imagen de un desangelado Victoria Eugenia, mientras que Whitney Rose y Shirley Davis & The Silverbacks no satisficieron plenamente las expectativas durante sus respectivas exhibiciones de country-pop y soul.
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