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Francisco Suárez Álamo
Las Palmas de Gran Canaria
Viernes, 2 de mayo 2025, 09:38
Las despedidas no son amargas cuando las canta Chavela Vargas y las escribe un tal José Alfredo. O eso nos contó Joaquín Sabina un buen día. Y se ve que su despedida también está imbuida de ese espíritu, porque amargura no hubo este jueves en el Gran Canaria Arena, pero sí emoción.
La campaña de la gira asegura que esta sí será la última. Como las copas en la barra de esos bares que no cierran nunca que tantas letras han inspirado a Sabina. También la anterior gira iba a ser la última, sobre todo tras el accidente sufrido en plena actuación, pero ahí sigue el hombre, aferrado ya no tanto a su voz como a la seguridad que da saber que el público acude entregado, conocedor de las letras de todos los temas y con ganas de vivir una experiencia que quizás sí sea la última... pero también, como en aquellos bares, anhelando que alguien diga: «Bueno, una más y nos vamos».
Como en la anterior cita, Sabina comparte escenario con una banda que lo arropa, que sabe apoyarlo cuando las fuerzas flaquean y que, para ello, toma el relevo en eso de cantar cuando la voz precisa de un descanso. Con otros artistas, más de uno protestaría: aquí se disculpa todo porque cada espectador parece que iba a su particular comunión con el temario musical que ha ido componiendo su vida.
Y quizás ese es el gran mérito de Sabina: lleva décadas colándose en las vidas de su público gracias a canciones que cada uno asocia a momentos concretos. Pero sobre todo que han creado una imagen del propio Sabina con la que se identifican gran parte de sus devotos. Y eso que Sabina ha escrito (y cantado) que ni es el Bob Dylan español ni el Rolling Stone que le atribuyen las leyendas urbanas, pero el respetable sí quiere ser el de los amores rotos, las noches sin fin, los corridos en México, la nostalgia por Buenos Aires y esa eterna duda de si, el día que no esté, querrá que lo entierren en el sur donde nació o en la capital de Reino, porque cuando cambió la letra de 'Pongamos que hablo de Madrid' no sabemos si lo hizo como testamento vital o por comodidad.
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Fue, por tanto, una velada con sabor a último vals, ese que sonará cuando ni Sabina sepa la canción que nos escribió, cuando las casas de apuestas no den un euro por él, cuando cierren las cantinas y el laurel de su corona sea de espinas. El día que eso ocurra, la mandrágora gritará de pena.
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