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«Tardé dos años en darme cuenta de que Eddy Merckx era mejor que yo». Es una de las grandes frases de la historia ... del ciclismo. La pronunció, sin el menor atisbo de arrogancia, Felice Gimondi. A la inmensa mayoría de los ciclistas de la historia le habría bastado media mañana para asumir su inferioridad respecto al 'Caníbal'. Pero Gimondi era tan bueno que cuando dice eso todo el mundo está de acuerdo. Fallecido este mes a los 76 años, el bergamasco ganó el Tour en su primera participación, en 1965, y la Vuelta, tres años después. También ganó tres Giros.
En un deporte viejo como el ciclismo, la condición de grande no se regala porque hay mucho para comparar. Se gana en etapas como las de este viernes, donde se impone la jerarquía y aún hay clases. Ganó Alejandro Valverde (Movistar), el último de los clásicos, a sus 39 años. Pero dirigió el tráfico el duro Nairo Quintana. Una cosa es la moda y otra, el valor. Solo tres ciclistas en carrera han ganado alguna vuelta grande: Vuelta y Giro el colombiano; Vuelta, el murciano y Fabio Aru (UAE), muy recuperado ayer. Nadie más.
Cuando los corredores importantes elevan el nivel de verdad, como hizo Quintana en las impresionantes rampas de Mas de la Costa, la clasificación se ordena con naturalidad y desfilan por meta Valverde, Primoz Roglic (Jumbo-Visma), Miguel Ángel López (Astana) -que recupera el liderato- y el propio Quintana, que cerró la puerta tras él. No hay más Vuelta que esa.
Tras cuatro etapas anodinas, para que el personal se repartiese etapas y maillots, la Vuelta recuperó la máxima exigencia y la jerarquía volvió a quedar clara, como el segundo día, en Calpe, cuando ganó Quintana. El Movistar se puso a trabajar como lo que es, un equipo puntero, y pasó lo que tenía que pasar: que la escapada se quedó sin opciones y que el juego por la victoria quedó reservado solo para los mejores.
Tras el cuarteto de cabeza fueron llegando Majka (Bora), Ion Izagirre (Astana), Pogačar (UAE), Aru, Bennett (Jumbo-Visma) y Óscar Rodríguez (Euskadi-Murias). Solo se han corrido siete etapas y faltan las peores -incluida la crono del martes en Pau, que puede ocasionar un destrozo-, pero las cartas están sobre la mesa. Esta Vuelta ofrece alicientes para todos, hasta para que el Burgos haga un doblete, pero cuando se corra en serio habrá una línea que separe a los que van a ganar del resto.
En términos darwinistas, la etapa hizo la selección natural y ante eso hay pocas alternativas. No parece sencillo imaginar una fórmula para darle la vuelta. La pareja del Movistar, espoleada por su rivalidad interna y el choque de personalidades entre el expansivo Valverde y el áspero Quintana, tiene más galones que nadie para gobernar la carrera. Primoz Roglic realiza su segundo asalto a la aristocracia mundial, tras su frustrada intentona del Giro. Y Superman López, de 25 años, siente que es su momento de despojarse del maillot de mejor joven de todas las carreras y adueñarse del maillot del mejor, a secas.
De los cuatro, ninguno persigue a Merckx. Quintana quizá lo hizo. Tardó cinco años, de 2013 a 2018, en darse cuenta de que era peor que Froome. También Valverde pudo mirar alguna vez al belga, cuando se transformó de velocista en hombre de todo tipo de carreras y ganó la Vuelta en 2009, justo antes de su sanción de dos años por dopaje. Antes se hinchaba a ganar carreras y después, también. Ya lleva 137. La de ayer es su quinta de la temporada, la quinta con el maillot arcoíris que es la obra maestra de su carrera.
Roglic también es un ciclista transformado. De contrarrelojista a corredor de grandes vueltas. El esloveno está a un paso de confirmar las grandes expectativas que levanta. Su etapa fue un golpe encima de la mesa. No solo resistió a los escaladores, sino que les batió. Con la contrarreloj de 36 kilómetros el martes en Pau, tiene la sartén de la Vuelta por el mango.
Lo de Mas de la Costa fue muy bueno, pero la verdadera persecución de Merckx tuvo lugar en la Vuelta a Alemania. Remco Evenepoel (Deceuninck), el ganador de la Clásica de San Sebastián, atacó en solitario a cien kilómetros de meta y el pelotón, tirando medianías como Geraint Thomas y así, necesitó 90 kilómetros para echarle el guante. Gimondi tardó dos años en darse cuenta. ¿Qué pensará Evenepoel?
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