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Nací un 5 de abril. La Wikipedia dice 4, pero es un error. Hubiera preferido nacer un 5 de agosto. Odio la primavera, no sabes ... qué ponerte, hace frío y calor a la vez. Abril es el mes más citado en las canciones de amor. Más que por amor, por fonética. Suena bien, pero luego te la mete doblada. Abril es un coñazo y encima hay aguantar la semana santa, que se rige por el calendario lunar y siempre coincide con la primera luna llena del equinoccio. Todos sabemos que lo lunar es satánico ¿No iba a cambiar el Papa la fecha de la Pascua? No sé a qué estamos jugando, tío.
Por no hablar de los cofrades soportando rayos y truenos procesionales. O los 9 millones de penitentes colapsados en la operación salida, a la busca del tiempo y la felicidad perdida. Todo es vana ilusión. No puedes elegir ni cuándo naces ni cuándo mueres. Bueno, menos mi madre (un beso amá) que quería morir en sábado, porque la liturgia católica celebra los sábados el día de la Virgen. Y lo consiguió. Murió un sábado, el día de su aniversario de boda. Puro realismo mágico. A Vargas Llosa le hubiera gustado conocerla. Y viceversa. Seguro que mi madre le habría aconsejado que no se liara con la Preysler. A cierta edad, cada cual en su casa, solía decir. Tenía razón. Con los 80.000 mil euros mensuales que le cobraba Preysler por vivir en Villa Meona, imagínate el casoplón que podía haberse alquilado el premio Nobel. Todo ha sido muy chungo. Mucha mala baba y poco glamur.
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