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Los textos del pasado también nos descubren y dan pistas sobre cómo somos actualmente, incluso a un nivel tan genérico como el del territorio completo. Afortunadamente internet nos da a múltiples documentos antiguos que rescatan el pasado para poder mirarlo con los ojos actuales y sorprendernos por las diferencias y las similitudes. Así ocurre con un texto del historiador Nicolás de Soraluce escrito a mediados del siglo XIX dedicado a Gipuzkoa y los guipuzcoanos.
El texto del que también fuera puntualmente alcalde de San Sebastián se incluye dentro de la obra 'Guia descriptiva é Historia de Guipúzcoa', y en él se ofrece una visión detallada de la vida y la identidad de los guipuzcoanos en esa época. Este documento no solo es un reflejo de su tiempo, sino que también nos permite comprender las raíces de la sociedad vasca actual. Soraluce, un hombre de múltiples facetas y muy viajero para la época, nació en Zumarraga en 1820. Estas son las claves de dicho escrito.
El texto de Soraluce aborda la cuestión lingüística con una mezcla de iración y preocupación. Señala que «el vascuence es el que se habla desde la niñez en toda la provincia, si bien generalmente comprenden y hablan el castellano con preferencia siempre en la parte más culta de las sociedades de los pueblos», reconociendo su arraigo profundo en la sociedad. «El vascuence es la lengua que con mas derecho puede reclamar en España los fueros de antigüedad y universalidad», añade. Sin embargo, también advierte sobre su declive, afirmando que está «cada vez en mas desuso hasta en el mismo país vascongado; cada vez tambien mas reducido y estrechado por el castellano y francés».
Explica también que el euskera está «debilitándose en dialectos con notables diferencias entre sí, aunque facilmente se comprende que todos participan de la savia de un mismo tronco» y no se muestra muy optimista sobre su futuro: «por todas estas causales y sobre todo por las de indiferencia y abandono, mas parece estar predestinada ha alcanzar un fin poco plausible; no por su falta de mérito de construccion y estructura». Resalta además cómo «a ilustres filólogos ha llamado y llama la atencion este idioma».
Soraluce describe el carácter de los habitantes de Gipuzkoa como una mezcla de cualidades irables y una fuerte determinación, pues los considera «de buen porte físico e indisputable agilidad», así como de carácter «probo» (honrado e íntegro). En sus palabras hace casi 200 años describe al guipuzcoano así: «por lo general es laborioso, probo, afable, sumiso, atento al forastero, dócil a la menor insinuacion de la autoridad,» pero también menciona que los guipuzcoanos son tenaces, llegando a la «terquedad en sostener cuando se persuade de una cosa con o sin justicia». También los describe como «amantes de sus tradiciones», «atentos al forastero» y «puntuales en el cumplimiento de sus prácticas religiosas a que da el ejemplo la autoridad privándose de las diversiones públicas durante los ejercicios divinos de los días festivos».
Además, destaca su valentía en la guerra, en contraposición a «su aversión al servicio militar en tiempos de paz». La historia personal de Soraluce, quien participó muy joven en las guerras Carlistas y resultó herido en Argentina durante un ataque corsario en 1845, podría haber influido en su visión sobre la valentía. «Hartas puebas dieron de que su dócil carácter sabían trocar en fiereza entre el humo de la pólvora y las bayonetas», recuerda al rememorar la participación de los guipuzcoanos en numerosas batallas «más que ninguna otra porvincia, como fronteriza con Francia».
Las costumbres descritas por Soraluce reflejan la vitalidad y la fuerza física de los guipuzcoanos. Actividades como «El juego de pelota al largo o trinquete... el de la barra, las carreras, ejercicios y otras diversiones que tan bien se adaptan para el invierno... los cortes de hacha y sierra en maderas, en el mar el manejo de las embarcaciones menores con remos....». También enumera las romerías, especialmente la de Lezo, como la principal diversión del pueblo: «sin duda objeto de devocion, a la vez que de paseo y recreo tambien como las de su género».
«Son tambien aficionados a los toritos o bueyes a soga que acostumbran en algunos pueblos, sueltos en otros de más consideración y de formales corridas en San Sebastián y Tolosa en las fiestas de sus respectivos patronos», relata Soraluce. También repasa cómo son los «bailes de ezpata-dantza o bailes de espadas, el favorito zortzico y otros al son del tamboril, el bordon-dantza o baile de ciertas evoluciones con palos cortos, en Tolosa y algunos otros pueblos en conmemoracion, dícese, de los triunfos de los antepasados».
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Y repasa las mejores fiestas de populares de aquella época: «la del 24 de junio en Tolosa, la del 31 de julio en San Ignacio de Loyola, la del 8 de septiembre en Arrate y la del primer domingo de octubre en Aránzazu». Mención especial tiene para «la más concurrida de todas», la celebración del Santo Cristo de Lezo del 14 de septiembre, «especialmente el año último con motivo de la reciente apertura del ferro-carril desde Beasain a San Sebastián».
Un aspecto en el que se detiene este historiador del siglo XIX es «el respeto a la autoridad». A pesar de la alegría y el bullicio de las celebraciones, «la sumisión» a la autoridad es inmediata y absoluta. Como ejemplo de esta buena actitud, da el ejemplo de la romería de Lezo: «suena la hora de las diez y media; se presentan en la plaza los alguaciles; hacen señas de retirarse a sus casas; enmudece el tamboril; apáganse las luces del gas; terminase la función, principia y se despeja en un instante la plaza, y pocos momentos despues, a tanto bullicio y alegría reemplaza el mas profundo silencio».
Soraluce alude a continuación al sorprendente cambio «con la sola indicación de retiro hecha por los alguaciles sin que de Baco los vapores condensados en muchos estómagos (en no escasas dósis) ni las seductoras miradas de algunas Venus hayan sido capaces de alterar ni dejar ingrato recuerdo por fin de fiesta. Tales son, pues, las costumbres del país vascongado y el respeto a la autoridad».
Soraluce, que falleció en 1884 en San Sebastián tras una rápida enfermedad, es uno de los autores que nos deja el legado de describir cómo veía la sociedad de su época. Su dedicación a la cultura vasca se vio reflejada en su trabajo como Presidente de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Guipúzcoa, promoviendo la instalación de monumentos a guipuzcoanos ilustres en sus localidades natales y en textos como 'Los Fueros de Guipúzcoa' (1866) o 'Historia general de Guipúzcoa' (1870).
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