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Fragmento de un plano de la Parte Vieja. Kutxateka
San Sebastián en 1800: Pelotazo urbanístico en la Parte Vieja
La Calle de la Memoria

San Sebastián en 1800: Pelotazo urbanístico en la Parte Vieja

Historia ·

Una pequeña variación en el plan general de 1800 revolucionó la vida del vecindario de Donostia

Javier Sada

San Sebastián

Domingo, 18 de mayo 2025, 08:19

Volviendo la vista al pasado de la ciudad encontramos un curioso detalle por el que una pared, un muro de apenas seis metros, revolucionó totalmente el urbanismo donostiarra, haciendo que las casas más despreciadas, y por ello baratas, pasaran, en 24 horas, a figurar entre las más solicitadas y costosas.

Paseemos por nuestra Parte Vieja hace muy poquitos siglos, cuando su extensión era menor que en la actualidad, siendo sus límites la calle san Juan y la hoy de Embeltrán, no existiendo la línea de casas existente entre esta y el Boulevard.

Estaba el epicentro social en torno al atrio de Santa María y en la calle Mayor, antaño llamada de Santa María pero popularmente conocida como Mayor, porque era la mayor.

Una pequeña variación en el plan general de 1800 revolucionó la vida del vecindario de San Sebastián

En ella habitaban y tenían sus palacios y casas-torre los nobles e ilustres de la ciudad, siendo donde se hospedaban reyes, reinas y personajes notables que llegaban a San Sebastián. Poco era el vecindario que aspiraba a residir en esta zona, cara y elegante, destinada a unos pocos, así como tampoco era fácil acceder a una vivienda en la calle San Jerónimo, ocupada por una clase entre media y alta: gente ilustrada, comerciantes, médicos, secretarios, empleados de la justicia y gente con ingresos fijos.

La calle Narrica tenía sus variantes: obreros los más cercanos a San Vicente (desde 'siempre' considerada la iglesia de los pobres, a diferencia de la de Santa María) y los que tenían que convivir con la trashumancia de la actual plaza de Sarriegui. Cuando las diligencias, contando hasta con ocho caballos, tenían dificultades para llegar, por Narrica, hasta el atrio de San Vicente, donde estaba la Posta, decidieron terminar su andadura en la citada plaza de Sarriegui, convirtiéndola en lugar donde se encontraba las gentes de ir y venir y, por utilizar términos de la época, «de mal vivir».

Una breve obra pública colocó 'al fin del mundo' de la ciudad en la primera línea de la sociedad

Allí estaban las calles del Sol y del Pozo, porque, intramuros, era uno de los pocos espacios abiertos donde daba el sol y porque allí estaba el popular pozo al que se acudía para limpiar el pescado, no lejos del mercado callejero, la carnicería, pescadería y matadería. En las calles intermedias como Puyuelo, hoy Fermín Calbetón, San Lorenzo, Iñigo, Puerto... vivía «la gente del pueblo, los de siempre, arrantzales y demás», así como en la ya desaparecidas de los Toneleros, Herreros, Cárcel…

Txoriburus, jatorras, kaskariñas, koskeros… eran los que hacían vida alrededor de San Vicente y en la calle de la Trinidad, actual 31 de Agosto, siempre en la zona próxima a San Vicente, San Telmo y el colegio de los Jesuitas en la plaza de la Trinidad. En esta calle, a partir de San Jerónimo, quedaba un trozo «tonto» que terminaba en fondo de saco; oscuro, tenebroso, sucio y que no llegaba ni conducía a ningún sitio a pesar de estar separado, por un pequeño muro, de los palacios de la calle Mayor.

Era 'el fin del mundo donostiarra', porque allá no llegaba ni quería llegar nadie. La parte más abandonada sin valía ni futuro, pero hete aquí que un día el Ayuntamiento decidió derribar el pequeño muro y, de la noche a la mañana, a media hora de pico y pala, comunicándose con el atrio de Santa María, el fin del mundo pasó a codearse, de tú a tú, a un par de metros, con la llamada «elite social y gente bien».

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