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Según el dieciochesco conde de Buffon, la manera en que se enuncia una verdad resulta más útil a la humanidad que la verdad misma. Se ... trata, como ven, de una buena enunciación: convincente, compleja y rotunda, aunque no puedo estar seguro de que resulte útil para la humanidad, que es un concepto demasiado grande y demasiado poliédrico y en el que cabe tanto un geólogo como un terraplanista. Por otra parte, ¿qué utilidad tienen las verdades en abstracto? ¿Para qué sirven en concreto? Quién sabe. Dependerá.
Es posible que, a estas alturas, y a falta de verdades absolutas, nos conformemos con una información más o menos veraz sobre los hechos más o menos verídicos o más o menos verificables, lo que no quita que todo apunte a que hemos llegado a un punto de cinismo instintivo en que no nos interesa tanto la utilidad de la verdad como la utilidad de la mentira, sobre todo en el ámbito político, en el que me atrevería a suponer que un bulo tiene hoy más eficacia que una evidencia.
El bulo, a pesar de estar de moda, no es nuevo, y hasta hace poco tenía su mejor ámbito de difusión en los pueblos, en los que un rumor malicioso, una suposición malintencionada o un infundio irracional podía ascender en cuestión de horas a la categoría de verdad indiscutible, indiscutida e irrefutable. Una historia, en fin, escrita por nadie y entre todos. Una especie de epopeya fantástica de intención difamatoria.
Hoy, cuando todos nos hemos convertido en personajes públicos en potencia gracias a las redes sociales, tanto la verdad como la mentira parecen haberse fundido en una categoría intermedia en la que ya no prevalece ni la verdad ni la mentira, sino el análisis banal a partir de la desinformación o del prejuicio, la proclamación de una supuesta verdad o -más frecuentemente- de una flagrante mentira, y mejor cuanto más airadamente la expongamos, pues siempre se oirá más un grito que un argumento. No nos importa, en fin, lo que decimos, pues lo único que nos importa es decirlo. Decir algo, opinar sobre algo a botepronto, para así sentirnos partícipes del fluir de la realidad y, sobre todo, prescriptores de realidades.
En este guirigay de alcance ecuménico, en esta época en que los bulos suplantan no ya solo a la verdad, sino también al grado más básico del sentido común; en esta edad de oro en que somos tan listos que ya disponemos de una inteligencia artificial para suplir las carencias de nuestra inteligencia natural, lo más probable es que todos acabemos medio locos gracias a los que ya están locos de remate. Pero no hay que alarmarse demasiado: todas las civilizaciones han acabado de mala manera. Es cuestión de tiempo. Es un heroico esfuerzo colectivo.
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