Dijo una vez el periodista Iñaki Gabilondo de José María Setién que la complejidad de su pensamiento hacía difícilísima la búsqueda de titulares. El obispo de San Sebastián durante varias décadas ha sido protagonista de la tormenta perfecta en muchas ocasiones. Sus posiciones frente al terrorismo de ETA y ante las víctimas fueron una fuente inagotable de conflictos durante los convulsos años en los que estuvo al frente de la Diócesis de San Sebastián. El mundo nacionalista defiende su integridad moral y cree que casi siempre ha sido manipulado porque su compromiso ético contra la violencia fue muy claro. Los no nacionalistas censuraron, sin embargo, su «equidistancia y ambigüedad» y consideran que actuó casi siempre de parte, que no ocultó su sensibilidad nacionalista y que no fue un pastor de su grey, sino de una parte de la misma.
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Desde una parte de las asociaciones de víctimas del terrorismo se le reprochó frialdad y pasividad. Maite Pagazaurtundúa calificó su actitud como la de «un corazón de hielo». También fue protagonista del funeral de Gregorio Ordóñez, en una ceremonia religiosa cargada de tensión y de airadas críticas. La fotografía en la que figuraba él pasando por los jardines de Alderdi Eder ante una manifestación en favor de la libertad de Aldaia en la que no se acercó a saludar a los hijos del secuestrado provocó una gran escandalera. Él siempre consideró que se tergiversó su actuación.
Su relación con los partidos no nacionalistas fue tensa. El asesinato del senador socialista Enrique Casas desató una primera crisis. Txiki Benegas, en presencia de Barbara Dhürkop, viuda del dirigente del PSE, telefoneó al obispo para pedirle la catedral del Buen Pastor para celebrar el funeral por razones de espacio. Setién mostró sus reservas con el argumento de que los funerales debían oficiarse en la parroquia correspondiente pues si hacía una excepción se la podrían pedir las familias de etarras muertos. Benegas colgó el teléfono indignado.
Setién -que fue el primer obispo que fue designado saltándose la terna que permitía a Franco la designación- protagonizó un sonado episodio cuando ofició, como obispo auxiliar, los funerales del dictador en la catedral del Buen Pastor. Pronunció una homilía genérica, con una reflexión sobre la muerte con alusiones a«francisco», pero en plena homilía un sector de los asistentes empezó a gritar 'fuera fuera' hasta que el obispo interrumpió su sermón y fue sustituido por el gobernador civil ante el intento de los más exaltados de agredir al oficiante. Setién tuvo que refugiarse en la sacristía.
Sin embargo, el que fuera vicario de la Diócesis de San Sebastián, José Antonio Pagola, siempre lo ha defendido con energía. A su juicio, Setién «es el obispo que con más contundencia y variedad de argumentos ha condenado su terrorismo». El problema, según Pagola, es que Setién también condenó los asesinatos de los GAL y siempre consideró que detrás de ETA había un problema de naturaleza política.
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Setién se lleva, sin duda, la leyenda de ser un incomprendido. Una vez confesó que sus enemigos, de verdad, eran «los titulares». La profundidad de su pensamiento teológico y filosófico le llevó a moverse muy incómodo en la sociedad mediática, en la simplificación de los mensajes, en la falta de claridad. Su obsesión por los matices y los contrapesos enredaban sus reflexiones. Él mismo se refugió en la lectura y en la meditación.
Hijo de arquitecto, muy ordenado, Setién fue, sobre todo, un intelectual que escondía su gran timidez en la coraza del raciocinio, al que le costaba extraordinariamente transmitir emociones. Le faltó empatía quizá fruto de su propio temperamento. Le apasionaba conducir y fue un gran deportista. Y en ambientes de confianza exhibía dotes para la ironía.
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Setién vivía con intensidad el papado de Francisco y sentía por dentro el declive de la Iglesia vasca, tan poderosa en otro tiempo y hoy erosionada en su influencia. Y en un territorio como Gipuzkoa, que ha sufrido en los últimos 50 años un profundo proceso de secularizacion. No se sentía atraído por las nuevas tecnologías, seguía con interés a la Real Sociedad, era un hernaniarra de pro y un guipuzcoano ilustrado al que le tocó vivir los años difíciles del final del franquismo, la Transición, la democracia y la feroz presión terrorista de los 'años de plomo' como un alambrista que se movió en un inestable juego de equilibrios de un país de contradicciones.
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