En España nos enfrentamos a un profundo reto en el ámbito de la educación: la integración de la inteligencia artificial (IA) dentro de las aulas. ¿ ... Serán verdaderamente capaces, la tecnología digital y la IA, de desarrollar prácticas de aprendizaje innovadoras, que lleguen a la consecución de los objetivos de desarrollo sostenible en los plazos planteados? ¿Podrá llevarse a cabo esta implementación sin generar problemas por su utilización? No queda tanto tiempo para que la inteligencia artificial evolucione y se empiece a parecer a la humana. Y, por tanto, es imprescindible que todos aquellos actores del universo de la educación estemos plenamente capacitados para su correcto uso.
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Esta nueva tecnología está siendo utilizada hoy de forma casi generalizada por el profesorado de los centros educativos. Y está llamada a convertirse en un elemento disruptivo en nuestra sociedad. Según Geoffrey Hinton, padrino de la inteligencia artificial, «una IA puede aprender de una parte de internet; otra IA de otra; y, al final compartir sus conocimientos. ChatGPT tiene mucho más conocimiento de lo que un humano aprenderá jamás. Algunas personas piensan que la IA es limitada porque solo se entrena con datos de internet. Lo cierto, es que la superrinteligente traerá avances que nunca hemos visto antes. Y sobre todo, podrá realizar mejores analogías que las nuestras. Con el tiempo aprenderá a tener intuición».
Por lo tanto, estamos en el momento histórico perfecto para determinar cómo vamos a conseguir que estas herramientas se conviertan en colaboradores activos de la labor docente y no en amenazas para la inclusión y equidad de los estudiantes. El uso de la inteligencia artificial en la educación solo resultará beneficioso si tiene en cuenta los enfoques pedagógicos centrados en el ser humano y si se respetan todos los estándares éticos establecidos, de tal manera que el principio general sea un enfoque humanista, capaz de equilibrar los valores humanos y el bienestar social.
El debate sobre la regulación de la inteligencia artificial se ha intensificado en los últimos años; y la diferencia entre el enfoque de Estados Unidos y Europa es un reflejo de dos visiones contrapuestas sobre la gobernanza de esta tecnología. Por un lado, EE UU ha mantenido una postura más laxa. El enfoque predominante es el de la innovación sin restricciones, permitiendo que las empresas tecnológicas desarrollen y comercialicen nuevas soluciones sin un marco normativo rígido. La premisa fundamental es que la supervisión excesiva podría frenar el desarrollo tecnológico, lo que afectaría la competitividad de las compañías estadounidenses frente a países como China. Un claro ejemplo de esta filosofía es la postura del Gobierno en la última cumbre mundial sobre inteligencia artificial en París, donde defendió un modelo de autorregulación basado en principios voluntarios, dejando a cada empresa la responsabilidad de implementar criterios éticos en el desarrollo de sus productos.
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Por otro lado, la Unión ha adoptado una visión completamente diferente, apostando por una normativa estricta que garantice la transparencia, la ética y la protección de datos. La IA se considera una tecnología con peligros inherentes, por lo que se busca establecer límites claros en su uso. Esto se evidencia en la ley de IA de la UE, que clasifica las aplicaciones en función de su nivel de riesgo y exige auditorías para sistemas de alto impacto, como aquellos que afectan la educación.
Esta diferencia de enfoque tiene importantes implicaciones en el ámbito educativo. En EE UU, las escuelas y universidades pueden integrar tecnologías de IA sin restricciones regulatorias significativas, lo que permite una adopción más rápida pero también aumenta el riesgo de sesgos algorítmicos o usos inapropiados. En Europa, los centros educativos deben garantizar que cualquier uso de IA cumpla con normas de transparencia y protección de datos, lo que comporta una mayor supervisión en su implementación. El reto a futuro será encontrar un punto intermedio que permita aprovechar los beneficios de la IA sin comprometer valores fundamentales como la privacidad y la equidad educativa.
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Es fundamental que las políticas educativas reflejen un compromiso con la autonomía del aprendizaje, permitiendo a los estudiantes acceder a herramientas innovadoras sin que su uso derive en prácticas discriminatorias o en una reducción de la calidad. Además, uno de los mayores desafíos será definir el rol del docente en un contexto donde las herramientas digitales son cada vez más avanzadas. Aunque algunos temen que la IA pueda relevar a los profesores, la realidad es que su papel sigue siendo insustituible en el proceso de enseñanza. La IA puede actuar como un complemento, facilitando tareas istrativas, personalizando el aprendizaje y optimizando el tiempo en el aula. Sin embargo, la enseñanza es mucho más que transmitir conocimientos; requiere habilidades humanas como la empatía, la capacidad de adaptación y el pensamiento crítico, aspectos que ninguna máquina puede replicar completamente.
A pesar de estos beneficios, existen algunas preocupaciones legítimas sobre la excesiva dependencia de la tecnología. Si bien la IA puede mejorar ciertos aspectos de la educación, el profesor debe seguir siendo el eje central del proceso, guiando y acompañando a los estudiantes en su desarrollo intelectual y emocional. Si logramos encontrar el equilibrio adecuado entre IA y enseñanza tradicional, podremos construir un sistema educativo más eficiente y accesible, sin renunciar a los valores fundamentales del aprendizaje
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Por último, el debate sobre la IA en el mundo educativo es muy complejo y exige un diálogo continuo entre educadores, instituciones educativas y responsables políticos, pero no podemos obviar que el pensamiento crítico debe continuar siendo el baluarte de la educación. Las nuevas políticas deberán luchar, ante todo, por el uso ético de las herramientas derivadas de esta revolución que supone la inteligencia artificial.
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