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No hay ni rastro de la luz del Mediterráneo en 'Hamburgo', que se titula así (de manera algo gratuita) por la sudadera de su protagonista femenina (Iona Bugarin), que lleva el nombre de la ciudad alemana. Ella, prostituta dando tumbos desde que dejó Rumanía, nunca la ha pisado. En cambio, el 'taxista' que lleva a las chicas en manos de una mafia por clubes de alterne de la Costa del Sol (Jaime Lorente) sí que estuvo en Hamburgo en una ocasión, de desfase en un festival de música electrónica, aunque no se acuerda demasiado.
El segundo largometraje de Lino Escalera, en cines el 30 de mayo, transcurre en una Málaga invernal y nocturna, de puticlubes en la periferia, habitaciones mugrientas, bares de carretera y polígonos en los que no aparece la policía. El director madrileño, que consiguió numerosos galardones en el Festival de Málaga de 2017 con su ópera prima, 'No sé decir adiós', presentó su segundo largometraje en la última edición del certamen andaluz fuera de concurso. Un thriller estilizado rodado en celuloide en Súper 16 mm, que busca una crudeza visual marcada por luces de neón y sombras profundas.
Jaime Lorente –a cada nueva película mejor actor– encarna a un superviviente que arrastra un sentimiento de culpa y fracaso. Tras montar sin éxito un chiringuito playero, no le queda más remedio que regresar a un pasado salvaje y violento para pagar las deudas. Pide trabajo a un amigo de la infancia, un chulo que rinde cuentas a un mafioso y que se encarga de que las prostitutas se muestren sumisas y hagan caja con la mayor cantidad de hombres posible. Un papel de proxeneta excitante para el gran Roger Casamajor ('Pan negro', 'La buena letra'), habitualmente en roles de sufriente, que se pasa el metraje esnifando coca y ensayando una voz ahogada que vamos a calificar de discutible.
Vestido siempre con chándal, callado y con mirada de perro apaleado, el personaje de Jaime Lorente reconocerá el dolor de la rota Alina. El guion tiene el detalle de eludir una relación amorosa entre ambos. La única manera de escapar de ese mundo de violencia y sometimiento es hacerse con la recaudación de uno de los clubes, aunque en estos casos el golpe nunca sale según lo previsto.
«'Hamburgo' es una historia sobre personajes que toman decisiones equivocadas y acaban atrapados en un destino trágico», define el director. «Un relato de redención, pero también de desesperación. Cuando decidimos que el guion sería de género, lo asumí como un tributo personal, una forma de rendir homenaje a su esencia. En ningún momento lo viví como una imposición, sino como la oportunidad de crear el thriller que realmente quería contar».
La cruda realidad de la trata de blancas compone el fermento del guion. Lino Escalera se detiene en la sórdida realidad de los prostíbulos, con mujeres a las que se las secuestra con la excusa de la deuda contraída al pagarles el viaje y la manutención. 'Hamburgo', que no es cine social, acierta en sus estallidos de violencia seca y contundente.
También brillan personajes secundarios en manos de actorazos como Tamara Casellas, Manolo Caro y Mona Martínez. Pero falla en el ritmo cansino y la falta de chicha narrativa. Es como si la acción diera vueltas sobre sí misma y ninguno de los protagonistas evolucionara. Como si el fatalismo que el director imprime a la historia se volviera reiterativo y cansino, transformando la desolación en aburrimiento.
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