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Ingmar Bergman junto a la Muerte (Bengt Ekerot) en el set de 'El séptimo sello' (1957).

Ingmar Bergman en el diván

Estreno ·

Un documental profundiza en la personalidad del director sueco, mostrándole como un genio egocéntrico que se volcaba en el trabajo y en una agitada vida sentimental

ricardo aldarondo

Jueves, 8 de noviembre 2018

Ingmar Bergman siempre está de actualidad y en los últimos años su figura y su obra no han dejado de crecer y de ser reivindicadas. De hecho, es uno de los directores clásicos (por decir algo: fue vanguardista en su momento y lo sigue siendo) que más perdurabilidad y más influencia en el cine contemporáneo tienen para las nuevas generaciones, junto a Alfred Hitchcock, Stanley Kubrick o, insospechadamente, Andrei Tarkovski.

Con la celebración del centenario de su nacimiento proliferan las atenciones a su obra, pero el documental 'Bergman: su gran año' (que se estrenó en los Cannes Classics) es singular por su punto de partida, la hiperactividad que el cineasta sueco desplegó en 1957, y revelador porque en realidad se expande mucho más allá de esos meses en que hizo dos de sus películas más importantes, 'El séptimo sello' y 'Fresas salvajes', y cuatro producciones teatrales, por no hablar de su agitada vida sentimental. De hecho, si algo se le puede achacar a la voluntad indagadora de la directora Jane Magnusson es cierto empeño en buscar comportamientos obsesivos, conflictivos, algo tiránicos, en el genio que trató de sacar el máximo partido a sus ideas implicando a los demás con una mezcla de generosidad, exigencia y posesión para lograrlo, en alucinógena hiperactividad. ¿Egocéntrico? Por supuesto, por algo marcó una época al hacer de sí mismo, de su personalidad y sus tormentos, el caldo de cultivo de sus películas, quizás como ningún otro hasta entonces. Cine de autor en su máxima expresión, con el rostro como territorio de prospección.

Bergman, en el rodaje de 'Fresas salvajes' (1957).

Las abundantes imágenes poco vistas de rodajes y otros momentos de concentrado trabajo de Bergman, más sus declaraciones y escritos, son una poderosa fuente para seguir indagando en una personalidad tan compleja y rica, y tan imbricada en su obra, o viceversa. Con esa excusa, Magnusson tiene la habilidad de no ceñirse al mentado año, y salta de un momento a otro en una vida tan intensa (que contrasta con su empeño en vivir aislado en su isla de Fårö) y una obra tan poliédrica, a pesar de la austeridad aparente de muchas de sus imágenes. Y así, 'Bergman: su gran año' sirve tanto como acercamiento para quienes nunca hayan tenido oportunidad de entrar en su obra (o no se hayan atrevido: sigue pesando el tópico de que Bergman es aburrido y críptico, no lo crean) y como nuevo punto de vista para quienes llevan décadas desbrozando una obra inagotable.

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