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Antes de meternos en harina con la crítica del nuevo episodio, cabe citar una extendida costumbre a la hora de realizar algún comentario online, muchas ... veces innecesario, en referencia a las críticas sobre esta serie que se publican semanalmente. Al parecer, poco interesa lo que en el texto se diga sobre las luces y sombras de 'The Last of Us', su interés dramático, el desarrollo de los personajes o el empaque visual, además de la significación de sus imágenes (es decir, no hace falta leerlo para ir directo, con el cuchillo en la boca, al apartado de comentarios). Hay un público empeñado en opinar por opinar, a poder ser con ira y excitación, un deporte mundial alimentado por egos heridos. Nunca van a cambiar de discurso pero siguen viendo una producción que, en teoría, les repugna. El que esto escribe quiere pensar que son minoría, aquejados de un síndrome de «antiwokismo» estomagante que se ha convertido en una cansina corriente que se caricaturiza a sí misma, como ya ocurriera con aquello que tan abrasiva tendencia ideológica pretende lapidar (todo lo que no me gusta es woke, hasta la elección del Papa por una de las organizaciones más reaccionarias del planeta). Unos por otros, la casa sin barrer. Si una adaptación no te convence porque algún actor no se parece, exactamente, al personaje de partida, como ocurre en el MCU habitualmente sin que ello importe, no es una razón de peso para montar pollos en Internet. Por no hablar de un supuesto tufillo panfletario señalado por espectadores poco habituados a ver el cine de Ken Loach o Costa-Gavras, por citar dos ejemplos obvios culpables de filmografías con recado cuya maestría es incostentable. Creer a estas alturas que las creaciones artísticas no deben contener ni un ápice de política, directa o indirectamente, es de una ingenuidad aplastante. Contiene trazas de moraleja hasta 'La patrulla Canina'. ¿Acaso 'Minecraft' no es una parábola social? Ya estamos pecando (menuda perorata).
Volviendo a lo verdaderamente importante, tras un desahogo que, inevitablemente, será sustento de ofendiditos con demasiado tiempo libre -si se molestan en leer estas líneas-, vamos a diseccionar la quinta entrega de una serie que sigue retratando el lado oscuro del ser humano, sus contradicciones y dilemas morales, luego tiene mensaje desde el minuto 1, como el propio videojuego. Sí, el videojuego también contiene política embasada, por eso es interesante y llega más allá, por encima de la media. No hay nada como encontrar un equilibrio entre la evasión y la reflexión para alcanzar la excelencia creativa.
Los infectados por el hongo son lo de menos. Los infectados por la falta de humanidad son el problema y el quid de la cuestión en 'The Last of Us'. Como en la vida misma. Ahora que se lleva el «malismo», como bien explica Mauro Entrialgo en su libro homónimo, un mecanismo que consiste «en la ostentación pública de acciones o deseos tradicionalmente reprobables con la finalidad de conseguir un beneficio social, electoral o comercial», las producciones de éxito como la que nos ocupa, que además de combatir el tedio nos invitan a pensar, son más necesarias que nunca. De hecho, las críticas destructivas ya tuvieron su momento cuando se lanzó la continuación del videojuego. En la versión audiovisual ocurre lo mismo, con el añadido de las molestias por un casting diverso.
Precisamente el clímax de esta quinta entrega de la segunda temporada certifica, objetivamente, la excelente decisión de elegir a Bella Ramsey para el papel de Ellie (increíble su expresividad bajo la luz roja, todo lo que cuenta sin emitir palabra alguna). Venimos de un momento irascible hasta para el aquí firmante al final del anterior capítulo. Dina confiesa que está embarazada y las imágenes de felicidad debido a la noticia entre las dos jóvenes protagonistas dan algo de vergüenza ajena, sobre todo si imaginamos cómo tiene que ser traer a un mundo apocalíptico, prácticamente inhabitable, al borde de la extinción, a un nuevo ser que tiene un futuro extremadamente sombrío por delante. La esperanza es lo último que se pierde, se dice, pero resulta irritante el tratamiento del emotivo instante en el cual un puñado de «predictors» hacen acto de presencia. Sin embargo, esta escena hortera, muy de cine asiático, viene que ni pintada para contrastar con lo que viene después, especialmente con el final de un episodio que avanza con buenas escenas de tensión.
Si alguien pensaba que Ellie se estaba dulcificando, a diferencia del videojuego, craso error. Estamos ante una versión audiovisual que se toma las licencias oportunas para adaptar el relato a otro lenguaje. Al amor que abre la función –'Siente su amor' es el título de la pieza- choca con el odio desmedido que impregna la evolución de la historia. El ambiente bélico enfatiza la descomposición de una sociedad que no sabe sobrevivir sin fanatismos ni el miedo al prójimo. Sin enemigos, no hay poder. Perseguir al diferente es una de tantas maneras de controlar al personal, un tema de plena actualidad. A este factor añadimos la idea de superar el duelo de una perdida mediante la venganza, el ruido y la furia, y ya tenemos un cóctel envenenado. Un capítulo tenebroso e interesante, que comienza lleno de luz para terminar en la oscuridad total. Ellie camina entre tinieblas. Su corazón palpita a golpe de amor y odio. El alma del videojuego está presente, con algunos momentos visuales miméticos excepcionales. Un epílogo inesperado, un fugaz flash-back, apuntala lo descrito.
Abby es la némesis de Ellie, el foco del rencor. Una abominación que debe ser castigada, pero, a la hora de la verdad, comparte las mismas retorcidas motivaciones existenciales que la propia Ellie. Ambas pueden mirarse de frente, como si fueran su espejo. Ocurrirá. El componente emocional de la serie sigue subiendo de nivel. Hay acción, con humanos infectados atacando a los protagonistas. Buena descripción de espacios y una estimable utilización de la luz que se inspira en el videojuego. Los Scars, otro elemento hostil sobre el tablero, muestran su terrible cara destripando con una hoz a un Lobo colgado de un árbol. Aquí hay crueldad para todos. Sin límites.
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