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La costa este de Mallorca: calas, cuevas, alemanes y tranquilidadHay una Mallorca llena de turistas y gentes de diverso pelaje dispuestos a disfrutar de la noche. Y hay otra Mallorca, en la costa este, que no se llena, que ofrece naturaleza, pueblos alejados del ruido, calas encantadoras y un cierto aire sofisticado que atrae desde hace años a una clientela más selecta. Sobre todo a alemanes. A teutones cuya mirada de vida vivida lo dice casi todo. Cuando en los 80 y en los 90 bailaban hasta el amanecer y hoy, en cambio, se acuestan pronto... Ahora que se acerca el verano y la vida disoluta, es un buen momento para hacer una incursión en la costa este de la isla balear.
Ya conocen nuestra predilección por instalar un campamento base (será una consecuencia de la pasión por la montaña) para ir moviéndonos después en diferentes excursiones. Esta vez lo hacemos en la Colònia de Sant Jordi, repleta de alojamientos turísticos y servicios de todo tipo. La primera ruta es cómoda, cercana, y se asoma a los acantilados para contemplar la roca natural de Es Pontàs desde el mirador. Háganlo con cuidado para sacar las fotos pero el sitio es espectacular, sobre todo al atardecer. La cala Santanyí es el punto de partida de esta ruta que se hace enseguida. Luego pueden darse un chapuzón en la misma playa.
A la mañana siguiente pueden aproximarse a la punta nororiental de la isla. Pueden hacer diversas paradas, desde las bellas localidades de Artá y Capdepera, hasta la cala Mesquida. Artá (a una hora de nuestro hotel) es monumental y no muy explotada. Se recorre cómodamente por abajo y hay que hacer un poco de esfuerzo para ir a las alturas, donde se halla el santuario de San Salvador y la iglesia de la Transfiguración del Señor. Desde allí las vistas del pueblo son muy recomendables.
Cómo ir: Vuelos directos desde Loiu.
Cuándo ir: En cualquier época del año.
Un hotel: Universal Hotel Romántica (Carrer Caravel·la, 4, Colònia de Sant Jordi). Tres estrellas con buena relación calidad-precio, habitaciones modestas y piscina standard.
Restaurantes: Port Blau (Carrer Gabriel Roca, 67, Colònia de Sant Jordi), recetas mediterráneas para degustar en el puerto deportivo. Peperoncino (Plaça de Sant Joan, 15, Son Servera), italiano elegante con unos deliciosos raviolis con trufa. Sa Llotja (Edificio Portuario, Carrer dels Pescadors, s/n, Portocolom), pida mesa en la terraza con vistas mientras degusta una langosta con huevos y patatas. Port Petit (C\ d'en Perico Pomar, Cala D'or), otro local de aire refinado con buen menú gourmet.
De Artá a Capdepera, otra joya escondida, apenas hay 9 kilómetros. Se trata de un encantador municipio que ofrece un viaje a través del tiempo gracias a su rica historia y arquitectura medieval. Dominando el casco antiguo se encuentra el castillo, del siglo XIV. Está rodeado por una muralla de piedra y cuenta con una serie de torres desde donde se vigilaba la costa. Las vistas desde las murallas son impresionantes, abarcando la costa de Mallorca y, en días despejados, incluso la isla vecina de Menorca, como nos sucedió. Caminar por el casco antiguo de Capdepera es otro de los planes que no te puedes perder. Y es que presume de ser un laberinto de calles estrechas y empinadas, repletas de casas de piedra con balcones de hierro forjado y macetas de flores.
Si les gustan las playas, tienen cerca la cala Mesquida o, un poco más al sur, la cala Millor. Ya saben, buenos lugares para tomar el sol, hacer tiempo con el aperitivo (los Aperol Spritz los hemos encontrado entre los 6,5 y los 10 euros) y comer después en Son Servera. Un italiano, de nombre Peperoncino, donde les harán sentir bien mientras comen las delicias transalpinas. De entre todas ellas, los raviolis con trufa negra se llevan la palma. Nunca mejor dicho.
Para un segundo día, pueden seguir recorriendo los encantos de la costa este. Empezando por las cuevas del Drach, en Porto Cristo. Un capricho natural formado por estalactitas y estalagmitas, que se recorre en una hora irando el escenario. Además, antes de abandonar la cueva, los visitantes se sientan en un escenario y escuchan varias piezas de música clásica (entre ellas el mítico Nessun dorma) interpretadas por músicos que se mueven en un barquito por el lago. Una gozada sensorial.
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Portocristo está al lado. Con su puerto deportivo, su playa y sus extranjeros. Y Portocolom a menos de media hora en coche. También con su puerto deportivo, su playa y sus extranjeros. Mucha dolce vita se respira en esta zona. Y los que tienen ojo en los negocios enseguida lo detectan para abrir un buen restaurante. El de esta zona se llama Sa Llotja y su plato estrella es la langosta con huevos fritos y patatas.
Finalmente, tienen otra excursión por hacer. Ésta combina mar y montaña. O, más bien, costa e interior. Pueden empezar en la cala Figuera, pueblo de pescadores y remanso de paz. Pueden seguir subiendo al monasterio de Sant Salvador, un lugar con unas vistas espectaculares y una tranquilidad inmejorable. Se accede en coche por una carretera sinuosa desde las afueras de Felanitx. Si tienen suerte con la meteorología, podrán divisar todos los accidentes geográficos de la costa este y también buena parte de Es Pla, la comarca más o menos lisa del centro de Mallorca.
¿Y dónde comer este día? Lo pueden hacer en Portopetro o en cala D'or. Para despedirse por todo lo alto. Rodeados de yates. Afortunados de estar ahí. Mirando al horizonte con una sonrisa. En una zona de Mallorca, ya les digo, alejada de Magaluf y los excesos nocturnos. Donde la norma es el 'slow time', que el reloj corra despacio. Lo pueden hacer en la costa este. Con calas. Con cuevas. Con tranquilidad. Mucha tranquilidad.
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