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Las desapariciones de menores en España tienen un volumen preocupante y algunos indicadores apuntan a que se trata de un problema en aumento. A los datos oficiales del Ministerio del Interior, que concluyen que la mitad de las personas que el año pasado fueron dadas por desaparecidas, el 49,4%, eran niños y adolescentes, se suma el balance realizado por la Fundación ANAR, que en 2024 recibió casi 4.400 peticiones de ayuda de chicos y familiares por 1.171 menores desaparecidos, lo que supone casi el doble, un 91,4% más, que las que atendieron hace solo cinco años.
La fundación ha podido realizar un estudio detallado de quiénes son estos chicos, de sus motivos, problemas y entornos sociales gracias al análisis de la información de calidad que le proporcionan los miles de llamadas recibidas al año en el 116000, el teléfono utilizado en toda la UE para la ayuda a desaparecidos y allegados, que ANAR gestiona en España por encargo del Ministerio del Interior.
Las mayoría de los menores fugados, más de seis de cada diez, son chicas en edad adolescente, pertenecen a todo tipo de familias, pero destacan las de hogares monoparentales, el 36%, doce puntos más que las de casas con ambos progenitores pese a ser un modelo familiar mucho menos habitual. Las fugas de chicos de centros o instituciones públicas son el 5% del total. Los desaparecidos en edad infantil son un 13%, uno de cada ocho, y los preadolescentes cerca de uno de cada cinco (19%).
La gran mayoría de las desapariciones de menores, el 58%, son fugas del domicilio familiar, seguidas de un segundo gran motivo, las expulsiones del hogar, que explican casi uno de cada cuatro casos. Aunque mucho más lejos, el tercer motivo principal, que provoca la octava parte de las peticiones de ayuda (12,4%) son los secuestros parentales. Con cifras mínimas están la pérdida o accidente del menor, el secuestro por parte de terceros con fines criminales y la huida de migrantes no acompañados.
Dos de cada tres niños y adolescentes desaparecidos sufren problemas psicológicos vinculados a la tristeza, el miedo, la ideación suicida, la ansiedad, las autolesiones y, en menor medida, la soledad y el aislamiento social. Buena parte del otro tercio son víctimas de violencia en su entorno más próximo, tanto maltrato psicológico como físico, mientras que otras cuestiones, como los problemas en el colegio, las dificultades de relación y la pobreza infantil suponen el 13,8% restante.
La investigación de ANAR también ha determinado que muchos de los chicos desaparecidos se crían en entornos familiares y sociales complejos y muchas veces problemáticos. En el 12% de las ocasiones se detecta violencia de género, en un porcentaje similar hay adicciones y maltrato psicológico, con entre un 9% y 10% de casos en los que también aparece el maltrato físico y agresividad. Los problemas de salud mental en su entorno estarían presentes en la mitad de los casos, mientras que los de violencia contra los menores existen en el 27% y otros problemas, como dificultades de relación, problemas jurídicos, pobreza infantil o inmigración, se detectan en el 23%.
En la mayoría de las ocasiones los problemas que han rodeado, y quizá coadyuvado, a la desaparición del niño o adolescente se repiten desde hace más de un año y los casos atendidos pueden ser calificados como al alta gravedad o complejidad, como lo demuestra que en 82% de las ocasiones ANAR tuvo que proporcionar al menor o a su familia orientación psicológica, social y jurídica, lo que supone la participación de todos sus especialistas.
La urgencia y la gravedad de las situaciones la demuestra también el hecho de que en 1.347 ocasiones tuvo que trasladar el problema a organismos externos de infancia, con 259 intervenciones de máxima urgencia de las policías, los equipos de emergencias, los sanitarios y los servicios sociales y de protección al menor.
Benjamín Ballesteros, director técnico de Fundación ANAR, destaca que algunas de estas atenciones urgentes implican también a las familias de los desaparecidos, pues las ausencias de niños y adolescentes son «una de las experiencias más duras y traumáticas que puede sufrir un ser humano y, como consecuencia, el miedo, la ansiedad, la tristeza, las adicciones o la conducta suicida son algunos de los problemas más frecuentes que experimentan las familias tras la desaparición de su hijo».
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