Crítica de 'Flow': En el arca de Noé, sin Noé

Pero sucedió. Sucedió porque unos cuantos conocían a Gints Zilbalodis de su anterior y no menos magnífica 'Away' sobre un muchacho y una motocicleta. Porque nos gustan esos quijotes del cine capaces, como hace Gints en 'Flow', de asumir la responsabilidad del guion, el diseño de arte, la fotografía, la dirección y el montaje de sus obras. Y de utilizar, cierto, la animación digital pero, ténganlo en cuenta, aparte de con una maestría asombrosa, recurriendo a fuentes abiertas y libres de software como es Blender.

Nuestra confianza, plena, se vio recompensada y aquel último día en Cannes fue la primera jornada del camino sobre baldosas de oro que ha llevado a 'Flow' hasta los Oscars y la han traído a nuestras pantallas para que la disfrutemos atrapados por esa soberbia sensación de sorpresa que provocan las auténticas maravillas.

El subtítulo imbécil que le han añadido a su nombre original busca que algún espectador crea que estamos ante otra peliculeja de animales majetes y antropomórficos que, además, hablan. Pues no. 'Flow' es un radiante experimento de texturas increíbles (lo mismo te hacen pensar en antiguas pinturas que en los más apasionantes videojuegos, de esos que ya se consideran Décimo Arte) donde animales que conservan todas sus características como tales sobreviven a la última debacle ocasionada por el ser humano (que no aparece para nada en la narración) a bordo de un barco que nos hace recordar el arca. La de Noé, sí. Pero sin Noé.

Les impresionará. Como aquel día de mayo en Cannes.