Historia de la ballena sorda

El lunes en la pantalla del Victoria Eugenia apareció Gustavo, un exadicto que aún no ha podido remendar todas las redes sociales dañadas no solo durante su enfermedad sino después, cuando recuperado, restaurado, volvió al mundo y descubrió que se le había resquebrajado. El martes fue Manuel quien abrió la sesión de las 19.00 horas. Manuel, que vive solo en un espacio ínfimo y a quien dos cámaras de vigilancia de bebé filmaron como en un 'Gran Hermano' sin las miserias y aspavientos habituales, un 'reality' bastante amargo pero con cierto dulzor.

Hoy es el turno de Cruz, una fotógrafa de por aquí mismo a la que unas relaciones tóxicas le cortaron la hierba bajo los pies. Otra historia de no tener a nadie. Más que a los espectadores que te miran desde las butacas.

Jose Antonio Vitoria, que filma esos micro relatos-retratos en complicidad con Ione Zabala y Beñat Revuelta, habló, con la cadencia de un contador de cuentos (tristes), de esa ballena que emite su canto a una frecuencia inusual en su especie. Mientras que la azul lo hace entre los 10 y los 39 herzios y la ballena de aleta a 20, esta canta a 52, un tono ligeramente más alto que la nota más baja de una tuba. Es un caso único, al que no encuentran respuesta ni investigadores ni científicos ni arponeros. ¿Se trata de una especie desconocida? ¿Una malformación genética? La única verdad es que los demás cetáceos no detectan su canto. Y por eso, la ballena sorda se ha convertido en el símbolo de la soledad total.