Iván antes de convertirse en Zulueta
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Filmoteca Española y el sello Pepitas de Calabaza publican el desmitificador diario que el creador donostiarra escribió a los veinte años, durante su primer viaje a Nueva YorkQue Iván Zulueta (San Sebastián, 1943) había viajado con veinte años a Nueva York era algo sabido. Mucho menos lo era que hubiese levantado acta ... de su estancia de seis meses en un diario que desmonta buena parte de las leyendas que rodearon aquella 'escapada' de una Donostia en la que llegó a preguntarse qué pintaba y a responderse que «NADA». Ahora, Filmoteca Española como depositaria de los archivos del artista donostiarra y el sello Pepitas de Calabaza publican 'Diario de Nueva York', en una edición preparada por el exdirector de Filmoteca Española y catedrático de Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III de Madrid, Josetxo Cerdán, (Pamplona, 1968) y el director del Programa de Doctorado en Investigación y -al igual que su compañero-, miembro del Instituto Universitario del Cine Español, Miguel Fernández Labayen (Barcelona, 1976). El libro incluye fotografías del viaje y 38 dibujos a color.
¿Quién era el joven Iván Zulueta que a finales de diciembre de 1963 embarcó en Bilbao en el mercante Monte Pagasarri como único pasajero para una travesía con escala en Lisboa y destino en la 'Gran Manzana'? Un hijo de la alta burguesía donostiarra, en este caso venida a menos, profundamente religioso por influjo de su madre, cinéfilo empedernido, atravesado por su clase social y aún en busca de su lugar en el mundo.
En aquel Nueva York sesentero, cuna de todas las vanguardias culturales, pasó el futuro cineasta donostiarra seis meses para estudiar pintura y dibujo comercial. Sin mucho dinero –la familia vive horas bajas–, que istra a capricho –la compra de un tocadiscos descalabra sus precarias finanzas–, Zulueta estableció relaciones, fue a clase, pintó, escuchó jazz, vio mucho cine y acudió a misa cada domingo. Y se relacionó con Ángel Sanz-Briz, 'El ángel de Budapest', por aquel entonces, cónsul general en la ciudad.
«El Iván que va no es el que tenemos en la cabeza y me refiero a todo aquel que en algún momento se quedó fascinado con 'Arrebato'. Es un chaval de veinte años que se ha criado yendo a misa porque su madre es muy católica y ha hecho retiros espirituales», explica Cerdán. «Es alguien que va en busca de una carrera profesional en el mundo de la ilustración, pero con un ojo en el cine, y a la vez, en busca de sí mismo fuera del ámbito familiar. Y el que vuelve es alguien más convencido de su pasión cinematográfica y más seguro de sí mismo, pensando que ha superado la prueba de vivir fuera de casa», indica Fernández Labayen.
Si el viaje en el mercante ya se convierte en una sucesión de quejas y lamentos por no disponer de dinero para un billete de avión, la escala en Lisboa cobra tintes de involuntaria comedia. Y en Nueva York, «se agobia mucho los tres primeros meses y luego le va cogiendo el tono a la ciudad. Tiene que ver con la clase social, con la edad y con una inseguridad muy grande que será marca de la casa. Iván tenía fama de ser poco trabajador y es mentira: era un tipo que trabajaba sin cesar, se pasaba el día dándole vueltas a sus proyectos. Ahora bien –añade Cerdán–, era muy inseguro y le costaba muchísimo sacar las cosas. Tenía un miedo atroz a presentar sus trabajos porque estaba insatisfecho con lo que hacía. Eso duró toda su vida. Es un rasgo de su personalidad».
Fernández Labayen suscribe punto por punto el diagnóstico de su compañero al hacer especial hincapié en su carácter «dubitativo», fruto de «un espíritu autocrítico bastante grande. Incluso cuando lees las entrevistas que hizo con 'Arrebato', se muestra crítico con cosas que no estaban del todo cerradas».
«Iván nunca dijo que guardara un diario de su primera estancia en Nueva York, así que el hallazgo fue una sorpresa porque es una etapa que reivindicó mucho y le proporcionó una cierta reputación». Aunque en el imaginario que rodea a la mitificada figura de Zulueta se relaciona su estancia neoyorquina con los grandes nombres del 'underground' como los de Jonas Mekas, John Cassavettes o incluso Andy Warhol, las cosas no fueron en absoluto así. Acomplejado por su deficiente inglés, sólo en el segundo trimestre de su estancia comienza a relacionarse con sus compañeros de aula, especialmente con Simon, que le presta su cámara cuando a Zulueta le roban la suya.
A juicio de Josetxo Cerdán, ese Zulueta que intimaba con la escena independiente de aquel Nueva York «ha sido más una construcción de la gente que otra cosa. El diario nos muestra que se ha creado una figura en torno a Zulueta que obedece más a nuestra construcción posterior que a lo que realmente fue. No es aquél que habíamos imaginado que se iba de copas con la gente del Nuevo Cine Americano». También Fernández Labayen señala que «pensábamos que habría alucinado viendo las películas de Warhol y parece que no. De Casavettes dice que es una 'birria' y sin embargo, le interesan cosas de Hollywood con un punto kitsch».
De hecho, sus gustos están más próximos al cine clásico de Hollywood o a la Nouvelle Vague sa que al Nuevo Cine Americano. Como quiera que ir al cine se convierte en una de sus rutinas neoyorquinas, el joven idea un código para puntuar las películas que ve y que, de alguna forma, da cuenta de su bisoñez: «Me chifla = 0000. Me gusta mucho = 000. Me gusta = 00. No me convence = 0. No me gusta = -. Horrible = +», según recoge en sus páginas el diario. «Es un espectador muy atento, también muy juvenil en la forma en la que despacha algunas películas, con oscilaciones entre un rápido desprecio y mejores valoraciones», comenta Cerdán.
Aquí también matizan los editores la inmediatez de un diario intacto, exento de revisiones y reescrituras posteriores, lo cual incluye fragmentos que «escribe a bote pronto, aunque al día siguiente tenga una idea diferente», algo que se ve en las puntuaciones que Zulueta otorga a las películas que ve y que a veces fluctúan tras un segundo visionado.
Fernández Labayen introduce otro aspecto que el propio Zulueta menciona en sus diarios y es que los escribe por la noche, pero que las entradas serían diferentes si lo hiciera en otro momento del día. «El propio Iván es consciente de que sus textos pueden dar la sensación de que está sumido en una profunda melancolía y que echa de menos San Sebastián, pero no es del todo así. El 'Diario' tiene el rastro del momento en el que lo está escribiendo, con tendencia a enroscarse en sus propios pensamientos».
El Iván que va a Nueva York no es el mismo que lo abandona seis meses después. «Llega fascinado, pero también asustado y con la responsabilidad por el esfuerzo que su familia ha hecho para darle 100.000 pesetas. Es una persona muy insegura» a la que, paradójicamente, también se le nota en todo momento su origen social: «Eso no es ni bueno ni malo, está ahí cuando se mete con los otros españoles que encuentra allí», indica Josetxo Cerdán.
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