Intentan promocionar 'Babygirl' como el regreso de aquellos thrillers seudoeróticos de los 80-90, tipo 'Instinto básico', pero aquí nada queda de la tensión de ... un thriller y lo erótico tiene escaso voltaje. ¿Quizás haya que tomársela como una suave parodia de aquellos? La gracia no se la vemos.

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Intentan vender 'Babygirl' como una película 'fuerte', en que una mujer en posición de poder (ejecutiva agresiva en una empresa robótica de venta on-line) se deja arrastrar por una fantasía sexual y acepta una relación de sumisión absoluta hacia su último inferior, un becario. Tras algunos titubeos, acepta una única norma, «hacer lo que tú me ordenes».

Claro que en estos tiempos, hay que ponerle tantos asteriscos a todo que la cosa resulta conceptualmente enrevesada. Ella no acepta la sumisión e indignidad porque acate una relación machista hasta el extremo sino porque quiere, o porque no consigue frenar su pulsión, o sea que aunque esté poniendo en peligro su familia (pobre Antonio Banderas de marido), su trabajo y su mundo, sería una mujer empoderada, o así. No sé si me entienden, que yo tampoco.

Todo este lío de fondo sería salvable si la película tuviera lo que le pedíamos a los thrillers seudoeróticos, un poco de morbo. Pero no. Los diálogos de Halina Reijn son planos y por momentos estúpidos, no provocan sino indiferencia. Hay poco cuerpo tórrido y, sobre todo, no hay la menor química entre Nicole Kidman (esa actriz fría que sólo resultó caliente en 'Eyes Wide Shut') y Harris Dickinson, el joven becario más anodino que podían encontrar.

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En Venecia premiaron a Nicole Kidman por el esfuerzo que sin duda hace en este producto aburridillo en que lo más rompedor es el momento en que una hija se ríe de sus inyecciones de botox.

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