José María Lassalle
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José María Lassalle
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«La aportación del trabajo humano al PIB es cada vez menor», alerta uno de los mejores teóricos de un liberalismo que defiende la libertad y la justiciaJosé María Lassalle (Santander, 1966) pasó de la Universidad a la Universidad con un tránsito de catorce años en la política. En ese tiempo fue ... diputado del Partido Popular y secretario de Estado. Vinculado al ámbito de la cultura, interesado por la Inteligencia Artificial, alejado ya de la política activa e incluso la militancia, es una de las figuras más relevantes del pensamiento liberal, si no la que más, en nuestro país. Un pensamiento que se enraiza en los valores de la libertad, la responsabilidad, la tolerancia y la justicia. Nada que ver con un neoliberalismo que defiende la virtud social del egoísmo individual. 'Ciberleviatán' y 'El liberalismo herido' (ambos editados por Arpa) son sus últimos libros.
- Se define como liberal. Malos tiempos para una definición así porque quien se la adjudica es visto casi como de extrema derecha y contrario al progreso y la justicia social.
- Es mal tiempo, en efecto, porque ha irrumpido Trump, que encarna una nueva derecha que reivindica el libertarismo y no quiere compartir nada con el movimiento liberal. Este reclama la libertad humana anclada en valores humanistas, defiende la igualdad y ha sabido siempre que sin ley no hay libertad. Un neoliberal no tiene claro eso.
- ¿Por qué los liberales han dejado que se apropien del término gentes que en absoluto lo son?
- Esto tiene que ver con lo sucedido con la llamada 'revolución conservadora' de Thatcher y Reagan. El pensamiento liberal ejercía de moderador de los extremos. El libertarismo, en cambio, se ha hecho cruel en el sentido de que su confianza en que el egoísmo individual puede ser virtuoso lo hace inhumano. Lo lleva a un entorno donde con el otro no hay cooperación sino dominación, y eso está en las antípodas del pensamiento liberal. Es algo que también tiene que ver con el debilitamiento intelectual del pensamiento liberal y una cierta relajación en la creencia de que ya todo estaba hecho, sin entender que en su retaguardia se escondía gente que no es liberal y que desprecia el liberalismo.
- Usted habla de cómo se anteponen las libertades económicas a las políticas, incluso se reducen o eliminan estas en beneficio de aquellas. ¿Por qué lo estamos permitiendo? Tras la SGM nadie lo habría defendido.
- Lo venían diciendo de una manera discreta autores como von Mises, Hayek o Friedman, que pensaban que la libertad tenía que ver con la economía. Para ellos, cuando el ser humano se comporta de forma egoísta no se equivoca, y sobre eso se construye una teoría moral. Si la libertad económica está amenazada, es factible la suspensión de la democracia. Lo han escrito y teorizado. La libertad económica es vista así como el motor del cambio social sin importar el coste en términos humanos. El neoliberalismo nunca fue una ideología; lo que hizo fue ideologizar en términos casi marxistas lo que el liberalismo defendía.
- El consumo de bienes y servicios de calidad razonable y a buen precio que ofrecen las tecnológicas beneficia al consumidor pero lo perjudica como ciudadano, dice usted. ¿A qué se refiere?
- La idea en la lógica de innovación de las grandes corporaciones tecnológicas cree que la mejor garantía del progreso es lograr casi la gratuidad de los servicios a través del monopolio. Por eso hay quien dice que la competencia es para los mediocres y el monopolio para los innovadores. Lo que la competencia evita es el abuso de posición dominante, la hegemonía. Sin competencia perdemos la medida de todas de las cosas, que está en la moderación. Sin ella, hay desmesura y a un liberal no puede gustarle.
- En la actual batalla tecnológica entre China y EE UU, ¿la victoria de Europa está descartada?
- No, pero requiere un esfuerzo cooperativo y de integración similar al que se hizo cuando se desplazó a EE UU del liderazgo de la industria aeronáutica con Airbus. Europa tiene capacidades para competir e incluso disputar ese liderazgo en Inteligencia Artificial con EE UU y China. Pero exigirá coordinación, un liderazgo integrador. Si cada país quiere desarrollar su propia IA, fracasará.
- ¿Vamos tarde en la regulación de la IA, lo que favorece a quienes ya están por delante?
- No, porque no hay imaginación sin regulación. Hay que conocer los límites para trascenderlos. Europa lleva casi milenios innovando a través de los límites. La fortaleza de Europa está en conocer cuáles son esos límites. Hay que acertar en el propósito: para qué queremos una IA europea y luego establecer el cómo y ahí fijar los límites e identificar riesgos. El problema del reglamento es que primero ha identificado los riesgos y ese no es el modelo más adecuado.
- ¿La regulación no es tratar de poner puertas al campo? ¿No será imposible evitar que grupos, incluso países, la desarrollen cuanto quieran y para lo que quieran?
- Es consustancial a la naturaleza humana. Hay un Código Penal pero no se consigue que no haya delincuentes. Puede pasar algo parecido. La normalidad no puede evitar la excepcionalidad de que alguien pueda en un contexto extraterritorial saltarse las reglas. Eso no debe obstaculizarnos para regular.
- En el ADN de la IA está la utopía correctora del error humano. Ahí está el germen del totalitarismo, aunque sea con buena intención. Lo ha escrito usted.
- Si se convierte en un automatismo estructural generamos un determinismo ambiental que impediría la libertad humana. Sin capacidad para equivocarse, no hay conciencia ni responsabilidad. Si la verdad es automática, no hay crítica. Instauraríamos un dogma tecnológico.
- De algo parecido a eso supimos en el siglo XX. La creación del 'hombre nuevo', en dos vertientes distintas y con características diferentes, trataba de evitar errores. Y sabemos cómo acabó.
- Siempre que se ha tratado de hacer un paraíso en la Tierra se ha acabado por crear un infierno. Ese es el riesgo de una IA infalible. Eso no supone, en cambio, que no pueda liberarnos de muchas tareas y en la toma de decisiones que no comprometen nuestra libertad pero nos ocupan mucho tiempo.
- Desde hace más de una década se habla de la ruptura del pacto social que creó el Estado del Bienestar. La riqueza se concentra y las clases medias pierden peso y renta. Y eso alimenta el populismo.
- Si la mayor parte de quienes obtienen ingresos medios/altos no tiene la seguridad de mantenerlos en el futuro, esa clase media también se precariza. Nuestra prosperidad está cogida con alfileres. La aportación del trabajo humano al PIB cada vez es menor. Y ese es el problema. La clase media tiene menos cobertura dentro de la confiabilidad que le daba el estatus de serlo. Un estatus que además era escalable según el mérito, el esfuerzo… Eso ya no existe.
- ¿Se refiere a que nuestros hijos vivirán peor que nosotros?
- Los hijos de la clase media lo siguen siendo porque se han educado en un entorno de clase media y porque están disfrutando en vida la herencia paterna: con un alquiler sin renta del piso de los padres, teniendo ayuda económica para muchas cosas, etc.
- Esa precarización aumenta el populismo.
- Es la causa. El pacto entre capital y trabajo que ha sustentado la paz social en décadas en Europa se basaba en que la clase media estaba alineada emocionalmente con los valores democráticos y consideraba que la institucionalidad de la democracia garantizaba el ensanchamiento de esa clase media y un aumento del peso de esta en la articulación de mayorías políticas. Esa realidad se ha roto porque la clase media ve con nitidez que cada vez le es más difícil llegar a fin de mes haciendo lo que antes, con una vida moderada y un consumo sensato.
- Ahí está el populismo.
- Claro, porque miran hacia quienes gestionan el día a día y lo reprochan a la política democrática. Así se pierde la complicidad entre la clase media y la democracia. Surge la nostalgia, de ahí la reacción y el populismo y el cuestionamiento de la democracia. Y a quienes la gestionan, que son los partidos tradicionales y los políticos al uso. El siguiente paso es la búsqueda de liderazgos fuertes y la nostalgia del pasado, que en España nos sitúa en el imaginario del franquismo.
- También es sorprendente que las clases trabajadoras, cuando pierden la fe en la política, voten a la extrema derecha.
- Si el trabajo intelectual sufre una erosión en ingresos y estatus, el más próximo al trabajo físico minora aún más las rentas, salvo en casos excepcionales. Además, la clase trabajadora se ve obligada a convivir con el que viene de fuera, gente con la que no se entiende y tiene el mismo statu quo, cuando esa clase trabajadora autóctona conecta generacionalmente con la historia de su país. El cóctel es brutal y no se está haciendo pedagogía.
- Se hace incluso lo contrario.
- Es un problema al que nos enfrentamos de manera ineludible y sin respuesta por parte de la política. Esto no tiene solución por el momento porque quienes disponen de las herramientas están a otras cosas, a soluciones intuitivas, simples, que nutren aún más el populismo. La gestión de esto es muy compleja y requiere una reflexión, un planteamiento que trate de balancear y equilibrar los intereses en juego. No es fácil.
- Cerremos el círculo de la conversación. ¿Qué puede aportar el liberalismo clásico en este contexto tan complejo?
- El pensamiento liberal tiene que evolucionar. Su esencia no es el individuo sino la persona. Si quiere decir algo en el siglo XXI, no puede ser ideológico. Los códigos que nacieron tras la Revolución sa ya no sirven.
- Pero todo es ideología, ¿no?
- Estamos hablando del fracaso de la Modernidad. La Modernidad construyó las ideologías. Y la interpretación del mundo ya no se puede hacer a través de ideologías. En el contexto tan complejo y con tantas crisis que vivimos, si el liberalismo no evita que el mundo sea más cruel, más materialista, más inhumano, más automatizado, puede perecer completamente. Hay que empezar a introducir otros conceptos, recuperar otro tipo de categorías.
- Tampoco eso parece fácil.
- Tiene que saber cómo moderar el poder actual: una hegemonía del conocimiento que lleva a una hegemonía económica. Y salirnos de escenarios que nos conducen a seguir fracasando a la hora de impedir que los populismos sean más crueles o más inhumanos de lo que son. El pensamiento liberal tiene que volver a sus fuentes más humanistas. No podemos seguir haciendo lo que los liberales hacían hace 50 años porque el mundo no es igual.
- En Europa los partidos liberales han pasado a ser marginales.
- El liberalismo tal y como se proyecta ahora no deja de ser algo sustituible, irrelevante. Pero no lo son la libertad, la responsablidad, la libertad de conciencia, la tolerancia. Ideas de la esencia del pensamiento liberal son hoy más necesarias que nunca. ¿Qué ha hecho mal el pensamiento liberal para quedarse en la cuneta de la Historia? Eso es lo que hay que pensar. El pensamiento liberal tiene que contribuir a crear una democracia con 'auctoritas'. Restaurar una cierta tradición alrededor del valor humano de la sabiduría y en un escenario en que la IA va a ser parte fundamental de nuestra existencia. Y si eso pasa con el liberalismo, no quiero pensar lo que sucede con la socialdemocracia, el conservadurismo, la democracia cristiana… Hay ciertas categorías que ya están en absoluto desuso.
- Estuvo en política 14 años. ¿Qué le aportó?
- Todo. Me ha curado de la política y al tiempo sin ella no habría podido observar la realidad y aprender tanto. Me ha hecho mucho más humano. Le agradezco mucho aunque ya no quiera saber nada de ello, tanto que ni milito en el partido en el que estuve. Para mí la militancia en un partido ya no es la forma de estar en el mundo. Pero no tengo resentimiento hacia ella pese a que he sufrido por las lógicas de la política de partido, que son también necesarias.
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