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José Mari Esparza reconoce que le costó escribir 'La sima', el ensayo que leyó Dolores Redondo cuando conoció la trágica y terrible historia de Juana Josefa Goñi Sagardia, asesinada y arrojada a Legarrea en Gaztelu, Navarra, en 1936, embarazada y junto a seis de sus siete hijos, Joaquín (16 años), Antonio (12 años), Pedro Julián (9 años), Martina (6 años), José (3 años) y Asunción (18 meses). Por eso ahora, cuando la escritora acaba de publicar su última novela, 'Las que no duermen NASH', con una ficción sobre lo ocurrido en la sima, Esparza desea «que no sirva para hacer nuevas heridas. Nosotros, desde la verdad cruda y dura, conseguimos que hubiera reconciliación. No vaya a ser que con la ficción, no digo por esta novela, sino por películas que puedan salir, programas de televisión..., se incomode a todo un pueblo y venga la gente a montones a preguntar. Eso no puede ser, me angustia un poco esa posilidad».
Recuerda el escritor que su única obsesión cuando publicó 'La sima', que lleva ya «cuatro o cinco ediciones», fue «hacer el menor daño posible al pueblo. Sabíamos que lo iban a pasar mal. De hecho, cuando salió, fue a Gaztelu y una vecina salió llorando enfadada. Su hijo me reconoció y me dio la mano. Ahí me di cuenta de que tenía que ser así».
José Mari Esparza
Escrito
Solo pensaba en que «tenía que haber una reconciliación entre las familias. Hubo un momento muy bonito cuando una vecina me pidió que les presentara a las sobrinas de Juana Josefa. Les pidió perdón y se dieron un abrazo». Cuando aparecieron los restos el pueblo se volcó. «Cedieron terrenos en el cementerio, hicieron un acto precioso..., hoy es el día que vas al cementerio y la tumba de Juana Josefa está siempre cuidada. Los hijos y nietos de los implicados leyeron bertsos en el funeral, participó todo el pueblo. Fue un final tan bonito que no nos lo hubiéramos imaginado».
En la comarca de Malerreka y Bertizarana se hablaba en voz baja de aquella historia, que para muchos era más una leyenda. En 1936 habían arrojado a una sima a toda una familia. Nadie quería creerla, por eso, muchos se quedaban con otra versión: la madre y sus hijos habían huido, a Francia o a Estados Unidos.
Esparza había conocido la historia gracias al trabajo que realizó en 1986 desde Altaffaylla Kultur taldea, con la publicación de 'Navarra 1936. De la esperanza al terror', repasando lo que había ocurrido aquel año en la Comunidad Foral. Fue entonces cuando conoció lo sucedido en Gaztelu. Y aunque no tenían apenas datos, se recogía un detalle significativo: se había abierto un sumario que no apareció, hasta 23 años más tarde, en los archivos del Juzgado de Pamplona, el legajo 167.
Se cuenta que Juana Josefa Goñi Sagardia era una mujer de extraordinaria belleza. Casada con Pedro Antonio Sagardia Agesta, tuvieron siete hijos. Seis desaparecieron con ella, embarazada de nuevo. El mayor salvó la vida porque estaba en el monte con el padre, de carbonero. Esa noche del 30 de agosto de 1936 se oyeron cuatro disparos de escopeta y hubo un incendio en la chabola en la que vivían desde que les habían echado de la casa del pueblo. Según el sumario, les echaron del pueblo, pero la familia Sagardia decía que les habían echado a la sima.
«En el sumario se recoge toda la secuencia de los hechos, más declaraciones de vecinos, cartas del padre de la familia... todo un expediente judicial que dura diez años». El juez decretó el cierre tres veces. El general Sagardia, de la División Azul y jefe de la primera Policía del Estado franquista en Navarra, tenía parentesco con el padre y por eso se interesó. Hubo once detenidos, algunos se suicidaron y otros murieron prematuramente.
«Allí me encontré, se me revolvió la conciencia cuando lo leí, con tantos nombres... Pero por otra parte era tan doloroso para el pueblo que me daba muchas vueltas por Gaztelu y pensaba: pero para qué voy a sacar esto, si nadie lo reclama. Era un pueblo tranquilo, euskaldun, nada que ver con el año 36».
Pero el legajo ya estaba descubierto y pasaron unos 5 años cuando en 2014 apareció en la sima el cuerpo de Iñaki Indart, joven vecino de Legasa que había desaparecido en 2008 y cuyo caso sigue sin resolverse.
«La Policía Foral preguntaba casa por casa, sin tener conocimiento de lo del 36, revolviendo conciencias. Además, había investigadores que estaban preguntando por el legajo. Y ahí me decidí a publicarlo», explica. Era conocedor del dolor que iba a causar. «Sabíamos por libros sobre el 36 cuál es el proceso: primero no itir, luego llorar. No había más remedio que sacar el tema, remover la herida, intentar limpiarla y a ver cómo quedaba», dice Esparza.
Aunque se puso en o con parte de la familia, no conoció al resto hasta el día de la presentación del libro, en Pamplona, en 2015. «Allí fue cuando una nieta de la hermana de Juana Josefa comenzó a hablar del tema de la brujería: que no iba a misa, que el cura le llegó a ofrecer dinero por ir a misa, que sabía mucho de hierbas... Fue la primera vez que salió la palabra sorgina. Me di cuenta de que el libro se me había quedado viejo, porque habría una tesis nueva, una línea de investigación de unas mujeres diferentes, que tenían unas prácticas que podían chocar con lo que era la hiperreligiosidad de entonces».
Recuerda que el 36 era un momento en el que era muy peligroso ser diferente, «sobre todo cuando el bando de Mola estaba diciendo que había que perseguir a los indeseables y en Gaztelu no había ningún indeseable porque no había habido ni un solo voto al Frente Popular ni al PNV en las elecciones del 36». Y las Sagardia eran diferentes. «Tenían una hermana que le mató un rayo, otra de ellas vivió muchísimos años porque decía que le había picado una víbora. Así que las siguientes ediciones del libro tuve que meter todos esos datos y esa nueva línea de investigación. Lo que pasó fue un cúmulo de razones: mujer guapa, deseada, los celos de algunos hombres, la envidia de mujeres, que su casa se la querían quedar una vecina, los recelos del cura porque no iba a misa y el tema de la brujería».
El 12 de octubre de 2016 el equipo de Aranzadi con el forense Paco Etxeberria al frente logró recuperar todos los huesos de la familia Goñi Sagardia del fondo de la sima de Legarrea, de 50 metros de profundidad. Fue el último descenso de los cuatro realizados desde 1945, cuando comenzó la investigación. Entonces bajaron solo unos metros y solo pudieron ver madera y lana de oveja en su interior.
Casi dos décadas después, en 1962, espeleólogos de Príncipe de Viana realizaron la primera topografía, pero tampoco hallaron nada. El pozo, con una profundidad de «15 pisos de un edificio», y un fondo de entre 10 metros de largo por 4-5 de ancho y 1,5 m. de desnivel no facilitaba los trabajos.
En 2003, se volvió a la sima y el Gobierno de Navarra retiró 1.500 kilos de basura de la boca, totalmente obstruida. Y otra vez, más de una década después, en 2014, una colaboración entre la Asociación de Familiares de Fusilados de Navarra 1936 y el grupo de espeleólogos Satorrak provocó un nuevo descenso, que fue el definitivo, el que resolvió el misterio que escondía Legarrea durante décadas.
Primero encontraron el esqueleto de una persona adulta que pertenecía al joven Iñaki Indart, vecino de Legasa. Y en 2016 el Gobierno de Navarra y Aranzadi impulsaron un proyecto para limpiar la sima y buscar más restos humanos. Satorrak, con expertos en trabajos verticales, empezaron en septiembre a sacar más de 4.000 kilos de residuos del fondo. Había plásticos, lana, piezas de vehículos, frigoríficos, mobiliario... El día 9 el equipo forense de Aranzadi localizó los primeros huesos de la familia Sagardia-Goñi, y con los espeleólogos de Satorrak lograron recuperar todos los restos el 12 de octubre, en colaboración con Satorrak. «Somos espeleólogos que trabajamos en la oscuridad con sentimiento de colectivo. Acabamos extenuados pero fue reconfortante saber que sirvió para que después Aranzadi encontrase a aquella pobre mujer y a su familia. El día de su funeral y el homenaje fue inolvidable», recuerdan desde Satorrak.
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