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El ruido ha invadido Basilea durante la segunda semifinal de Eurovisión. Y no por las extravagantes representaciones de gran parte de los países que luchaban por conseguir un pase a la final, sino porque el público abucheó a Yuval Raphael, la representante de Israel que, pese a todo, ha conseguido ser una de las diez clasificadas. Y es que si la política estuviera al margen en el festival, la propuesta israelí, defendida por una superviviente del atentado terrorista de Hamás del 7 de octubre, sería una de las favoritas, por su propuesta, para alzarse con el micrófono de cristal de la 69 edición del certamen.
Y es que si «Unidos por la música» es el lema del festival, las opiniones contra Israel, donde incluso RTVE ha pedido a la UER estudiar la participación de Israel en el festival, han sido la tónica constante de la jornada, donde incluso durante el segundo ensayo de la representante fueron expulsados seis espectadores de Basilea por sus protestas contra la representante, quien ha asegurado que ha llegado a ensayar su número con abucheos de fondo por lo que pudiera pasar. Pero volviendo a la música, la noche estuvo llena de una gran variedad de números en los que si alguien encendía la televisión sin saber que echaban, poco tardaría en adivinar que lo que estaba viendo era el evento musical más importante de Europa, pese a todo.
Pero quien sirvió leche para todos los europeos, sin éxito, fue el representante de Australia. De chocolate, de vainilla y hasta sin lactosa, Go-Jo abrió una segunda semifinal con una performance al más estilo ochentero. Un número bailable y cómico con el que aludió a su propia sensualidad de una manera hilarante: «puedo asegurarte que quieres probar el sabor del hombre batido» cantó el representante australiano, quien finalmente, pese a su número, no logró atraer al público.
Con los diez clasificados de esta noche (Letonia, Armenia, Austria, Lituania, Grecia, Malta, Dinamarca, Luxemburgo, Israel y Finlandia), y los desclasificados (Australia, Montenegro, Irlanda, Serbia y Chequia), ya se conocen todos los países que el sábado tendrán la oportunidad de cautivar al exigente público eurovisivo y convertirse en ganador de una edición que si bien se ha intentado, no ha podido evitar la polémica. Porque el eurodrama no se clasifica, el eurodrama habita el espacio que cada año hace de anfitrión. Si no que se lo digan a la representante de Malta, que se vió obligada a cambiar el nombre de su canción para no hacer alusión a una expresión soez.
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Pero todo hay que decirlo, a pesar del cambio de nombre, las alusiones que la UER pretendía evitar no se ocultaron, sino que resaltaron gracias a una artista, Miriana Conte, que empezaba su actuación saliendo de unos grandes labios rojos junto a una bola de discoteca. Una de las apuestas más eurovisivas de la edición, por su nivel extravagante, y cuyo nombre original 'Serving Kunt' es una expresión inglesa que significa «sirviendo coño». Y con veto o sin veto, lo sirvió y logró el pase a la final.
Aunque en blanco y negro, como si en mitad del océano se encontrara, quien puso la voz al festival, a la buena me refiero, fue el joven representante de Austria, que entremezclando la opera con la música electrónica, Johannes Pietsch montó sobre el escenario de Basilea un auténtico remolino y oleaje de emociones con su 'Wasted Love' (Amor desperdiciado). ¿Será la mezcla de estilos lo que triunfe en Eurovisión? Fue la misma apuesta de Nemo, quien se alzó con el micrófono de cristal en 2024. Y en esta ocasión, al representante de Austria lo sitúan como uno de los posibles ganadores del festival. Habrá que esperar al sábado para ver si esto es lo que busca eurovisión y hacia donde tienen que ir las apuestas del resto de países.
Como no podía ser de otra manera, hubo tiempo para el amor, y la sexualidad, como cantó la finlandesa Erika Vikman, quien acabó volando sobre un micrófono para escenificar el climax. Una noche llena de reivindicación, donde varias fueron las apuestas que cantaron por la mujer, por el trabajo femenino y, también, por los derechos de las personas LGTBIQ+, como hizo el representante de Chequia que, sin éxito, puso voz a un amor apasionado pero que está llegando a su fin. Adonxs, junto a Laura Thorn, de Luxemburgo, y Sissal, de Dinamarca, fueron los encargados de las reivindicaciones sociales en una jornada en la que también hubo momento para llevar hasta el escenario de Eurovisión a aquellos artistas que no pudieron participar en el festival de la canción de 2020 como consecuencia de la pandemia de la covid-19.
Amenizaron una velada en la que Reino Unido se subió al escenario para contar la historia de una noche loca de la que sus protagonistas no se acuerdan qué pasó. Haciendo recuerdo a las princesas disney, como tres amigas que no saben donde están, con miradas de complicidad y susto a partes iguales, las representantes de Reino Unido, Monday, cantaron una pegadiza y divertida canción que se abandera del humor y lo adorna con un estilo sacado del teatro musical.
No obstante, quien dió la batalla hasta el final, llevando su propio gimnasio a la esfera eurovisiva, fue Armenia. Con 'Survivor', Parg habla de enfrentarse con fuerza «a los malos rollos» de la vida, como dejó claro que podía hacer tras pasar a la final de Eurovisión en un espectáculo de alto voltaje y que, sin duda, calentó un escenario a base de movimientos, bailes y pases de fuego que hicieron rebosar al estadio de Basilea. Y lo hizo sin miedo, con fuerza. Y es que el miedo lo llevó hasta el cuerpo de los espectadores las representantes de Letonia. Tautumeitas propusieron una canción que en teoría llama a la felicidad pero que a juzgar por la puesta en escena más podría ser al terror o al miedo. Con poca letra, su canción 'Bur man laimi' habla de que nunca afectan los maleficios porque las fuerzas externas no pueden derribar a quien confía en su propia luz. Y ellas confiaron y, efectivamente, ganaron el billete hacia la gran final del sábado, en la que estarán los diez clasificados en la primera semifinal.
Suecia, Noruega, Albania, Islandia, Países Bajos, Polonia, San Marino, Estonia, Portugal, Ucrania, Letonia, Armenia, Austria, Lituania, Grecia, Malta, Dinamarca, Luxemburgo, Israel y Finlandia, más los cinco países del grupo Big Five (Alemania, España, Francia, Italia y Reino Unido) lucharán por conseguir ganar el micrófono de cristal, convirtiéndose así en los organizadores de la edición del próximo año.
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