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Ha llegado la hora de cuestionarse casi todo lo que envuelve al fútbol. El deporte más popular del mundo, con miles de millones de seguidores, ... se encuentra en una encrucijada de la que algunos nos quieren sacar con más de lo mismo. Nos hallamos en un momento de profunda transformación en todos los sentidos. Igualdad, responsabilidad social, sostenibilidad, cambio climático, formación integral de los jóvenes deportistas, ocio y hábitos saludables, respeto y ausencia de comportamientos antideportivos, ya son aspectos claves que tenemos que tener en cuenta para diseñar el fútbol de mañana. Y no me refiero al día de mañana como futuro, sino a mañana como el día que sigue al de hoy.
Los rectores del balompié tienen (tenemos) que elegir entre continuar con un modelo que ha triunfado, pero al que hace años se le empiezan a ver las costuras, o hacer un ejercicio de autocrítica sincero y remover unas estructuras que ya ven obsoletas. Todo lo que está pasando en los últimos meses no es sino la confirmación de que hay mucho que cambar si no queremos que este juego pierda su popularidad.
No es que lo que ofrecemos no sea suficiente, sino que ya no sirve. Por este camino, las familias dejarán de ver a nuestro deporte como algo saludable y dirigirán a sus hijos e hijas hacia otras prácticas deportivas que consideran seguras. Y los espectadores se alejarán de los estadios si asistir a un partido conlleva un peligro para su integridad física o simplemente una experiencia incómoda por lo que tienen que ver y oír en las gradas o en el terreno de juego. Aunque ahora parezca una frase sin sentido, el fútbol de la próxima década o será sin violencia o no será.
En ese contexto, y aunque hay muchos agentes involucrados, las federaciones deben tener un papel protagonista, pero para ello deben actuar con responsabilidad y valentía. No será suficiente con organizar competiciones y designar jueces para los más de veinte mil partidos que se juegan cada fin de semana en España. No valdrá con imponer sanciones cuando suceda un incidente violento. No bastará con mantener el mismo sistema de gobernanza, caduco y alejado de lo que se requiere en materia de participación y transparencia. No será de recibo mirar para otro lado y decir que eso siempre se ha hecho así y que además es lo que manda tal o cual organización.
Debemos comprometernos con la sociedad y avanzar en proyectos que difundan los valores tradicionales de nuestro deporte, aquellos que lo hicieron grande. Poner en valor el trabajo desinteresado de miles de hombres y mujeres que dejan el poco tiempo libre que tienen para sacar adelante un equipo de fútbol o de cualquier otro deporte, y a quienes cada vez se exige más. Formar a los jóvenes para ayudarles en unos momentos en los que todo son dudas y riesgos. Defender modelos de participación y formación sin prisa por hacer estrellas adolescentes, que casi siempre son futuros juguetes rotos. Prestigiar y defender el fútbol femenino sin caer en lugares comunes o excusas como el «que las futbolistas no generan» que ya solo causan sonrojo. Proporcionar espacios seguros para que se pueda practicar o ser espectador de este deporte (o de cualquier otro) sin temor. En definitiva, volver a la esencia de este bendito juego desde los valores que la sociedad nos pide defender y transmitir.
Por supuesto que otro fútbol es posible. Un deporte sin violencia, sin insultos, sin mercantilización de todo lo que le rodea, sin patrocinios vergonzantes que el fútbol jamás debiera haber itido, sin desigualdades, sin desprecios al fútbol jugado por mujeres, sin presión a los árbitros, sin cargos federativos y no federativos que se ocupan eternamente, sin instituciones de las que servirse para intereses personales. Y cada vez somos más los que creemos que se puede conseguir. Esta vez, no me cabe duda, nuestra voz se va a escuchar.
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