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Son los mismos y las mismas que se abrazan a los árboles sin sospechar que acaso, tal vez, quién sabe (puede que ni siquiera la ... ciencia) en ese mismo momento y bajo tierra haya entablada una lucha a muerte entre raíces porque las dos hayas, acacias, robles o nogales que estás achuchando anden buscando, como en los westerns, su supervivencia, un trozo de subsuelo para expandirse y crecer.
Esas mismas y mismos cuando ven tres hormigas deslizándose hacia su ventana en asombrosa formación militarizada cogen el matabichos de turno (ya no se llevan los aerosoles, ni los sprays ni los rociadores. Ahora son matabichos bio-naturales) y las atacan con un ensañamiento que haría estremecerse a las brigadas Wagner ya destacadas (supongo) en Níger.
Sería interesante decirles a esos mismos y mismas que aparte de estar acabando con seres vivos están destruyendo una labor más milenaria, si cabe, que el más antiguo oficio del mundo, el pastoreo de las cochinillas sobre las hojas de su olivo o su ginkgo biloba.
Amén de ser culpables de la extinción de dicho arte, se pierden un espectáculo total. Echen una mirada antes de apretar el gatillo. Es más asombroso que incrustarse en un tronco para absorber su energía. Verán a las hormigas (mayormente las de la especie 'lasius') vigilando a las cochinillas (a veces pulgones) a las que dejan alimentarse hasta hartarse de las hojas. Luego recogen el dulce jugo que segregan y se lo llevan a su hormiguero. Pura sofisticación. Y van ustedes y las fumigan.
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