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Probablemente San Sebastián es una de las ciudades europeas que conserva una muestra más variada de piezas de Artillería en lo que sobrevive de sus antiguas murallas y baluartes. Esto se hace evidente con sólo pasear por uno de sus lugares más visitados por los donostiarras y por los cada vez más numerosos turistas: el monte Urgull. Aunque algunas de las piezas que había en él han desaparecido, todavía conserva ese parque público de la ciudad, en efecto, una buena muestra de las mismas.
Así, a pesar de que ya no podemos ver dominando sobre el mar, en dirección Oeste, un impresionante obús (habitual en plazas fuertes como ésta desde mediados del siglo XIX), sí podemos ver en el Paseo de los Damas, dominando la bahía también en dirección Oeste, varias piezas de finales de ese mismo siglo ya de tiro rápido y retrocarga basadas en el modelo francés de 75 milímetros de 1897.
En la cima del monte, además, puede verse, como otra parte de los fondos del Museo San Telmo, toda una curiosidad, una pieza única, pues se trata de una bombarda de comienzos del siglo XVI que ha sobrevivido hasta el XXI merced al hundimiento del barco mercante que la traía desde su fundición en el Norte de Europa. Lo cual la conservó en el limo del fondo de la bahía de Pasajes hasta que salió a la superficie por una de las operaciones de dragado que tan a menudo ha necesitado ese puerto.
Pero aparte de ese notable catálogo de Artillería histórica, San Sebastián guarda en sus calles otras piezas muy llamativas cuyo secreto ha sido ahora difundido en un nuevo libro sobre la Historia de la ciudad durante las guerras napoleónicas.
La obra en la que esas piezas artilleras tan singulares cuentan su paradójica historia es «El asedio de San Sebastián. Aquel verano de 1813». En ella el historiador donostiarra José María Leclercq Sáiz, da cuenta -entre centenares de otros datos-, de esos dos cañones nada vulgares emplazados fuera del monte Urgull pero no muy lejos de él.
Son dos piezas de comienzos del siglo XIX, características de la Marina de época napoleónica, que adornan hoy la que fue en su momento la puerta de entrada al Aquarium donostiarra. Si han atraído hasta ahora la atención, es, sin duda, por ser casi idénticos a esos que se han hecho famosos en películas como «El hidalgo de los mares» o, más recientemente, «Master and commander».
Están montados sobre la típica carricureña de madera -por supuesto reconstruida, aunque con mucha exactitud- rematada en su parte inferior por las características cuatro ruedas, en este caso de llanta metálica. Nada muy distinto, pues, al «Sudden Death» o el «Jumping Billy» que se ven en los primeros compases de «Master and commander».
La inscripción grabada sobre el cañón de esas dos piezas ante el Aquarium donostiarra garantiza que son Artillería británica y de la época de las guerras napoleónicas, pues llevan el anagrama G. P. O. «General Post Office». Es decir: las habituales en un barco del Servicio de Correos británico de la época.
¿Cómo llegaron hasta ahí, a la puerta de un museo donostiarra, unos cañones tan evidentemente británicos pertenecientes a la colección de otro museo donostiarra, el de San Telmo?
La respuesta de José María Leclercq a esa pregunta es tan interesante como detallada en «El asedio de San Sebastián. Aquel verano de 1813».
Nos dice así en la página 558 de ese libro, que los sucesos que llevaron, finalmente, esos cañones hasta allí, tuvieron lugar en un domingo 16 de enero de 1814. En esa fecha estaba anclado en la bahía de La Concha un buque británico de transporte bautizado como la mujer del rey Jorge III, en la fecha reinante (en teoría, pues estaba mentalmente enajenado y bajo regencia) en Gran Bretaña: Queen Charlotte. Hoy celebre también ella gracias a la industria audiovisual y a una famosa -y bastante fantasiosa- serie -«Los Bridgerton»- ambientada en esa época. En el Queen Charlotte iban montados, entre otros, esos dos cañones hoy supervivientes a las puertas del Aquarium.
Esos piezas, pensadas para defender barcos como el Queen Charlotte de más que probables ataques y abordajes, nada pudieron ante la furia del Cantábrico. Salvo acelerar el hundimiento de ese barco-correo británico cuando a las cuatro de la mañana del 16 de enero de 1814, se desató sobre la bahía donostiarra un viento que el libro de José María Leclercq describe como huracanado y del Noroeste. Con ello se rompieron las amarras del Queen Charlotte… Las aguas encrespadas hicieron el resto llevando al barco, sin gobierno, hasta los acantilados del monte Urgull. Allí, a las diez de la mañana, choca el Queen Charlotte y en menos de treinta minutos es destrozado y mandado al fondo de la bahía. Todo ello pese a los esfuerzos del comandante británico Dyer, encargado en aquel entonces, junto a otros, de la reconstrucción de una San Sebastián arrasada por el asalto de las tropas anglo-portuguesas -a las que pertenece Dyer- el 31 de agosto de 1813.
Los socorros enviados por ese oficial británico sólo lograrán salvar a quince tripulantes del Queen Charlotte. Entre ellos al cirujano de a bordo, el señor Nankivell, y al maestre, señor Jennings. Otros dieciséis tripulantes del Queen Charlotte no tendrán tanta suerte, yéndose al fondo de la bahía con los restos del naufragio. Entre ellos, y de acuerdo a la mejor tradición romántica respecto a lo que debe hacer un capitán en esas circunstancias, estaba el oficial al mando de ese buque-correo: John Madge, que se hundirá con esos otros tripulantes.
La mayor parte de la dotación, en cambio, tuvo mejor suerte como nos dice José María Leclercq. Se salvaron gracias a haber desembarcado el día anterior y no poder regresar al Queen Charlotte a causa del temporal que acabará con su barco y la vida de su capitán y sus otros compañeros.
Con el telón de fondo de una ciudad arrasada en medio de unas guerras napoleónicas que siguen su curso sobre los campos de una Francia ya invadida, esos marinos británicos serán testigos de cómo ese navío, uno más de los que han sostenido la lucha contra Bonaparte, cae víctima no de las balas de un corsario francés de los que acechan todavía en el Golfo de Vizcaya, sino de los elementos. Dejando tras de sí tan sólo dos cañones que, quizás, hasta hoy han pasado desapercibidos en toda su importancia histórica para muchos de los han visto sin saber esa curiosa historia que nos relatan hoy las páginas de libros de Historia como «El asedio de San Sebastián. Aquel verano de 1813»...
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Miguel González | San Sebastián y Oihana Huércanos Pizarro
Beatriz Campuzano | San Sebastián
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