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Auge económico, optimismo, explosión de vitalidad y hedonismo: lo hemos visto en infinidad de películas y leído en novelas y publicaciones ambientadas en aquella década por muchos motivos fascinante. Tras cuatro años de sufrimiento y guerra en Europa, muchos constreñimientos morales quedaron caducos, se produjeron cambios en las formas de vida (en la moda, en el ocio, en el consumo), y la mujer conquistó derechos sociales que hasta entonces le estaban negados.
Este cuadro, ya clásico, de los llamados 'felices años 20' no es de aplicación directa a nuestro terruño donde las agujas del ciclo económico giraron en sentido contrario al europeo. Porque la 'Belle Époque' aquí no terminó al estallido de la guerra en 1914 como en el resto del continente, sino que se prolongó al socaire de la neutralidad española que atrajo inversiones y fortunas, y benefició las exportaciones hacia los países en conflicto.
Pero ya en la fase final de la contienda mundial el 'oasis' guipuzcoano empezó a decolorarse. Entraron en crisis los dos sectores industriales más prósperos, el papelero y el metalúrgico, con especial gravedad el armero que tras el armisticio experimentó una vertiginosa caída de pedidos. En Eibar, a comienzos del decenio, más del 60% de su mano de obra estaba sin empleo y otro 20% trabajaba a media jornada. Como respuesta, seis sindicalistas fundaron en octubre de 1920 una cooperativa de productores, la primera en nuestra historia, que operó un interesante trasvase tecnológico para producir bicicletas y máquinas de coser en vez de armas: Alfa. Un gran acierto.
A esto debe sumarse que la prohibición del juego y el consiguiente cierre de los casinos en 1924 supuso un serio revés para el turismo, ya entonces clave en la economía donostiarra.
A resultas, los años 20 quizá no fueron en Gipuzkoa tan 'felices' como en otros lares, pero, aun así, tampoco cayeron del todo mal. Veámoslo.
En general, el territorio avanzó en el proceso de modernización y de transformación económica iniciado a finales del siglo XIX. El despliegue de nuevas infraestructuras da buena cuenta de ello. En septiembre de 1923 la reina Victoria Eugenia inauguraba el tramo Oñati-Bergara del Ferrocarril Vasco-Navarro que desde cuatro años antes unía Vitoria con Bergara, mientras que a partir de 1926 el Ferrocarril del Urola aseguró la conexión del interior guipuzcoano con la costa. El puerto pasaitarra fue objeto de una reorganización en profundidad desde 1927, fecha de creación de su Junta de Obras.
Reconocida como la ciudad más europea de España, la colonia extranjera en Donostia superaba a las de Madrid y Barcelona en proporción a su número de habitantes. Cerca de cuarenta representantes consulares estaban acreditados, cifra que se ampliaba sensiblemente durante los meses estivales. Por esta razón, San Sebastián fue designada sede del VIII Consejo de la Sociedad de Naciones (antecedente de la ONU) en julio y agosto de 1920, tomando el relevo de París, Londres y Roma. En aquel verano recibió 180.000 visitantes, todo un record para una población con 65.000 almas.
Pese a los nubarrones económicos, al entrar en la década reinaba el optimismo como lo prueban las inversiones y obras públicas acometidas en la capital. En 1921, el ayuntamiento donostiarra compró el convento de San Telmo y el monte Urgull para dedicarlo «a jardines, parques y servicios de uso público», y en paralelo, los terrenos de Loiola donde se construiría el nuevo cuartel.
El domingo 14 de agosto de 1921 se abrió el tercer puente, que hoy decimos 'del Kursaal' pero que inicialmente se llamó 'de La Zurriola' o, popularmente, 'El Seis de Bastos' por sus características farolas. Y once meses después el Gran Kursaal vino a sustituir al ya algo decadente casino de Alderdi-Eder. En fin, con respaldo presupuestario del propio consistorio, en el verano de 1923 se iniciaron las carreras en el circuito automovilístico de Lasarte.
En la medianoche del 12 al 13 de septiembre de 1923, el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, proclamó el estado de guerra, suspendió la Constitución y disolvió las Cortes. El apodado 'cirujano de hierro' prometió acabar de raíz con la depravada moral de aquellos 'locos' años 20 con medidas como la prohibición de los juegos de azar. Buena parte de la 'alta sociedad' que hasta entonces tenía a Donostia como destino estival inexcusable, se mudó a los casinos del otro lado del Bidasoa para continuar disfrutando del artefacto giratorio que la Duquesa de Mandas definió irónicamente como 'Nuestra Señora de la Ruleta'. Tal era la veneración que despertaba el juego.
Buscando asegurar su porvenir como destino turístico, la ciudad se fijó en un público ya no tan selecto. A resultas, a partir de 1924 se habilitaron nuevos atractivos dirigidos al veraneante de estrato social medio. Los antiguos casinos se reconvirtieron en salones de fiestas y espectáculos, comenzó la adaptación de Igeldo como parque de atracciones; en 1927 se crea el Centro de Atracción y Turismo para «propagar las bellezas y excelencias de San Sebastián y fomentar sus naturales atractivos», y al año siguiente abría puertas el Palacio del Mar con su Aquarium y Museo Naval provincial, seguido por el Club Náutico, ejemplo singular de la arquitectura racionalista en España. Y para alargar la temporada estival, se apostó por septiembre como mes cultural con un programa de actividades de sabor autóctono: las Euskal Jaiak o Fiestas Euskaras recogían el legado de las originales del siglo XIX.
Gracias a todas estas iniciativas, San Sebastián fue recuperando pulso y prestigio.
La sensación de crisis que impregnaba al territorio en su conjunto y a su capital en concreto, castigó sobremanera a su barrio más popular, la Parte Vieja. Si ya el cierre del casino afectó a su comercio, la situación empeoró con el traslado del Regimiento Sicilia desde San Telmo a los nuevos cuarteles de Loiola en 1926. Al mismo tiempo se derribaba el viejo Antzoki Zaharra, el Teatro Principal, con idea de reconstruirlo de nueva planta, pero la operación se demoraría hasta bien entrada la década siguiente.
En estas circunstancias, la prensa local alertaba: «La Parte Vieja necesita de algún aliciente que le compense de su aislamiento, soledad. No goza más que de 24 horas de animación al año, el día de Santo Tomás, y esto es muy poco para un núcleo de población que cuenta con unos quince mil habitantes». ¿Lo Viejo, un barrio aislado y solitario? ¡Quién lo ha visto y quién lo ve!
Mayor animación se respiraba en el campo deportivo que por entonces empezaba a ganar el fervor de las masas. Edad dorada del Real Unión de Irun que volvió a adjudicarse la Copa del Rey ya conquistada en 1918 los años 1924 y 1927. Un nuevo ídolo revolucionó los frontones, el azkoitiarra Atano III, y Paulino Uzcudun, campeón de Europa de los pesos pesados, concitaba manifestaciones populares nunca antes vistas: miles de personas en todos los pueblos del recorrido entre la frontera y su caserío en Errezil salieron a aclamarle a su regreso de la gira americana en la primavera de 1928.
Por tanto, ¿fue el guipuzcoano un pueblo feliz en los años 20? Quizá a ratos, según quiénes y según cuándo, como es natural en nuestras vidas tanto individuales como colectivas. Hace cien años igual que hoy mismo.
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