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En 1982 RTVE comenzó a emitir un interesante programa cultural titulado 'Mirar un cuadro'. En él diversos especialistas describían para el público general las características visibles, y también las ocultas a simple vista, de distintas obras de museos como el del Prado.
En principio esto podría parecer incluso superfluo, pero de ese error se salía pronto cuando se veía uno de esos programas y se comprendía que, detrás de esas telas, había Historia con 'H' mayúscula y también historia con 'h' minúscula. Todo un relato a comprender para saber qué nos quería contar realmente cada uno de esos cuadros.
Ese ejercicio, naturalmente, también se puede realizar en suelo guipuzcoano. Desde hace ya 31 años se ha hecho muchas veces, cada primer domingo de mes, en conferencias que imparte la Asociación de Amigos del Museo San Telmo en colaboración con esa institución. Pero en nuestra provincia hay muchos más cuadros en otros museos y centros culturales que bien merecen ser mirados con la misma atención con la que otros fueron examinados en el programa 'Mirar un cuadro'.
Eso es lo que hizo en su día el historiador Borja de Aguinagalde con un óleo que hoy se exhibe en el Palacio Arrietakua, una de las casas eminentes del casco viejo mutrikuarra.
La pintura fue realizada por un maestro bastante difícil de localizar incluso en esta era que dicen es 'de la información': Landsberghs.
Este pintor realizo hacia el año 1718 un magnífico retrato de Antonio de Gaztañeta e Iturribalzaga, dueño de esa casa-palacio Arrietakua. Nos decía Borja de Aguinagalde -en un artículo publicado por la revista del antiguo Untzi Museoa de San Sebastián- que Landsberghs había captado en el ufano dueño de Arrietakua una sonrisa algo irónica, como reflejo de una vida atípica para un caballero guipuzcoano de su época. Ciertamente, y así lo recordaba Borja de Aguinagalde, el almirante, ya mayor y después de mucho viajar por la Europa barroca y familiarizarse con su Ciencia y nuevas modas, se había casado en segundas nupcias con María Jacinta de Urdinso, mujer más joven que él, alfabetizada, y, por ende y como piedra de cierto escándalo, hija (a todas luces ilegítima) de un sacerdote que había burlado sus votos de castidad… Circunstancias todas que no parecieron importar al almirante que hoy nos mira con una imperturbable y amplia sonrisa desde esa pintura.
Lo cierto es que Landsberghs, siguiendo sin duda las instrucciones de su cliente, representó a éste de acuerdo al canon habitual en este tipo de retratos que la nobleza europea de la época produjo a decenas. Desde los reyes abajo. El estereotipo es el que vemos magistralmente reflejado hoy en Arrietakua: un caballero con larga peluca rizada in-folio, con corbatín sencillo o de encaje sobre traje civil o, en caso de ser militares (como Gaztañeta), sobre armadura de piezas y la mano sosteniendo la bengala de mando. En todos ellos, por lo general el rostro refleja una expresión entre altiva y complaciente y, por lo general también, sonríen con algo que va entre la suficiencia y la autocomplacencia. Los cuadros que dedicó a Luis XIV el catalán Rigau (más conocido en Versalles como Rigaud) son un perfecto ejemplo. Como lo son los de otros personajes de la época que también se entrecruzaron con la Historia guipuzcoana. Como el mariscal d'Estrées. Sin embargo, como nos indicaba Borja de Aguinagalde, detrás de ese aspecto canónico el curtido almirante mutrikuarra parece que quiso dejar reflejado en su retrato algo más. Para sus contemporáneos y para su posteridad que hoy lo contempla en las paredes de Arrietakua…
Responder a la pregunta de cuántas biografías son necesarias para un personaje histórico no es sencillo. El almirante Gaztañeta ha tenido pocas y más bien breves. Así en 1898, en un momento crítico para España, la revista 'Euskal-Erria' publicaba un breve artículo por mano de López Alén. En 1915 esa revista le dedicaba otra muy breve -pero elogiosa- reseña en euskera. Después poco más ha habido. En 1992, tras una exposición en el antiguo Untzi Museoa de San Sebastián, se publicaba por esa institución un libro que reunía distintos artículos sobre la copiosa vida del almirante. El Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia le ha dedicado también una de sus entradas, pero hasta el año 2022 no ha habido otro libro completo sobre él. Uno que, además, por causa de los habituales avatares electorales concatenados, no ha podido ser presentado al público hasta hoy mismo.
Así pues, Gaztañeta ha tenido pocos biógrafos y menos biografías que muchos otros personajes de su época. ¿Merecía tal destino? Si lo juzgamos por sus hechos lo cierto es que la respuesta a esa pregunta debería ser un no rotundo.
Antonio de Gaztañeta hizo cosas que en otros países europeos se han considerado dignas de elogio y recordadas y difundidas hasta la saciedad. Así, por ejemplo, y sin ánimo de agotar todo lo que se podrá leer en la nueva biografía que hoy se hace pública, Gaztañeta sistematizó todo un tratado de Ingeniería naval -el 'Arte de fabricar reales'- del que carecían en países considerados como 'avanzados', como la Holanda de su época. La perfección de sus diseños navales fue tal, que sus navíos eran presa codiciada por otras potencias que deseaban copiar esa que llamaron, precisamente, «perfección española».
En sus muchos viajes por aquella Europa barroca el almirante también reunió, y trajo a su provincia natal (aparte de costumbres gastronómicas versallescas como los postres helados), tratados y artefactos científicos de vanguardia como los microscopios de Van Leeuwenhoek. Algo lógico en alguien que, desde Arrietakua, se convirtió en uno de los principales «novatores». Precursores de la Ilustración que, en algunos casos, llegaron a ser elogiados por el propio Newton, como el matemático andaluz Antonio Hugo de Omerique con el que el almirante debió de cruzarse más de una vez en Cádiz, cuando iba a cumplir sus numerosas misiones en el Mediterráneo y en el Atlántico y en las que se midió con personajes hoy largamente recordados en Francia o en Gran Bretaña.
Como el almirante Byng (padre de aquel otro que, según Voltaire, fue ejecutado para animar a los demás a no rendirse) en el año 1718, en Cabo aro, donde Gaztañeta sostendrá un épico combate naval desde el Real San Felipe contra fuerzas británicas superiores. Derrotado con honores (y hasta dado por muerto por el propio Byng), en 1727 Gaztañeta se tomaría cumplida revancha escamoteando en el Atlántico una de esas grandes flotas que hoy buscan los cazatesoros, demostrando que su conocimiento del sutil Arte de navegar (que requería una afilada mente matemática) era superior no sólo a uno sino a tres almirantes británicos, que quedaron burlados por esa pericia náutica que se atribuye hoy a personajes de novela que nada tienen que ver con el marino mutrikuarra…
Todo esto, en efecto, parecen muy buenas razones para escribir, una, dos y más biografías dedicadas a Antonio de Gaztañeta. O, al menos, para acercarse hasta el palacio Arrietakua a mirar su retrato y comprender mejor su algo irónica sonrisa.
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