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El contrato de boda. Primer cuadro de una serie titulada Matrimonio a la moda donde se critica los matrimonios acordados por dinero. William Hogarth. 1743. National Gallery
Historias de Gipuzkoa

El pacto sin voz de María Ortiz de Gamboa

En 1460, se firmó en Elgoibar un contrato matrimonial sin los novios presentes. En esa firma estaba en juego el resurgir de los Balda y la continuación de los Gamboa.

Ana Galdós Monfort

San Sebastián

Martes, 22 de abril 2025, 06:58

En la iglesia de San Bartolomé de Olaso, en Elgoibar, todo está preparado para recibir a Martín Ruiz de Gamboa, Juana de Butrón y Martín García de Licona. La serora y su ayudanta han encendido las velas y las lámparas de aceite para iluminar el templo, han abrillantado los relicarios y han cubierto el altar mayor con el mejor mantel bordado. Ese día, San Bartolomé de Olaso tiene que relucir con todo su esplendor.

En realidad, el templo luce por sí solo, en especial, desde que lo han reformado. Precisamente, tan solo hace unos meses que un cantero y su cuadrilla han terminado de construir el pórtico de la entrada, decorándolo con más de una veintena de esculturas de santos y santas. Al observarlo, nadie queda indiferente. Mientras sus defensores iran los pliegues, gestos y colores de las esculturas, sus detractores los desaprueban, puesto que para ellos esas novedades rompen con el canon de la tradición arquitectónica.

Sea como sea, ese día la reforma no es el tema principal de conversación para las personas que atraviesan el pórtico. Aunque no son muchas, son de las más importantes de la zona. En total son catorce hombres: dos escribanos, seis vicarios y seis testigos. Todos se han reunido en el templo para presenciar y formalizar un contrato matrimonial.

Mientras esperan a los protagonistas del acto, uno de los escribanos ha colocado varias hojas de papel, un tintero y una pluma sobre una mesa. El otro repasa los nombres de los seis testigos que han venido. Por su parte, los dos vicarios de la iglesia de San Bartolomé de Olaso atienden a los otro cuatro que han llegado de Mutriku, Deba, Azkoitia y Ondarroa. Cuando llegue el momento, los catorce, uno por uno, tomarán la pluma, la mojarán en el tintero y firmarán el contrato de casamiento que el escribano redacte cuando los protagonistas entren por el pórtico.

Un asunto de linajes

El sonido del galope de los caballos anuncia la llegada de Martín Ruiz de Gamboa, Juana de Butrón y Martín García de Licona. Los tres llegan con sus respectivos séquitos. Los tres muestran sus emblemas en las gualdrapas de los caballos, en las banderas de los vasallos y en los mantos de su vestimenta. Ese día han de manifestar que son personas poderosas, que dominan unas cuantas tierras y algunas iglesias.

De hecho, Martín Ruiz de Gamboa es el patrón de la iglesia de San Bartolomé de Olaso. Esto se traduce en una serie de ventajas: Martín Ruiz decide el nombramiento de los clérigos, tiene el mejor lugar en el interior del templo para enterrar a sus difuntos y, durante la misa, se sienta muy cerca del altar junto a su familia. Por si estas ventajas fueran insuficientes, tiene todavía una mejor, la de cobrar los diezmos que los labradores han de pagar por las cosechas y ganados. Además de San Bartolomé de Olaso, Martín Ruiz es patrón de otras cuatro iglesias. Su poder es tal, que es conocido como el señor de Olaso, el cabeza de uno de los linajes más influyentes de la tierra de Gipuzkoa.

Juana de Butrón es también una mujer importante. Ella procede de otro linaje con renombre: los Butrón, procedentes del Señorío de Vizcaya. Esta dama de la nobleza vasca lleva casada diez años con Martín Ruiz de Gamboa, un matrimonio que celebraron en esta misma iglesia de San Bartolomé de Olaso en 1450.

Pórtico San Bartolomé de Olaso. Actual entrada al cementerio de Elgoibar.

Por su parte, Martín García de Licona es un noble mercader, procedente de Ondarroa, que tiene el título de señor de Balda gracias a su casamiento con Gracia Sánchez de Balda, descendiente de ese linaje. Desde su matrimonio, se ha propuesto recuperar el prestigio y la influencia que los Balda han ido perdiendo desde hace unos años. Por eso, hoy ha venido a la iglesia de San Bartolomé de Olaso.

Negociar con hijas

Una vez que han entrado todos en el templo, uno de los escribanos comienza a redactar. Primero anota la fecha, 13 de noviembre de 1460, a continuación, lo que Martín Ruiz de Gamboa, Juana de Butrón y Martín García de Licona han acordado: Juan García de Licona, hijo de Martín García, se casará con una de las hijas de Martín Ruiz y Juana. Ahora bien, el escribano no menciona el nombre de la novia. Lo cierto es que los padres no han decidido todavía a cuál de sus hijas quiere casar. Así que el escribano anota lo que le dicen: la novia será «qual ellos escogieren».

Escudo de Armas de la Casa de Balda.

En realidad, como el señor de Olaso y Juana de Butrón llevan tan solo una década casados, sus hijas son menores de diez años. Además, no saben si en un futuro tendrán más descendientes, así que se reservan el derecho a decidir. De todos modos, ninguna desacatará la decisión tomada por los padres. La hija elegida no cuestionará por qué ha de marcharse de su casa, por qué ha de vivir en otro lugar o por qué ha de acostarse con un hombre al que no desea. Cuando se trata de engrandecer a la familia, la obediencia está por encima del deseo.

Al señor de Balda la decisión le parece correcta. Por una parte, su hijo es también menor y todavía no tiene edad para casarse. Por otra, su objetivo es unir los dos linajes. No le importa si su nuera es María Ortiz, María López o Juana. Lo que le interesa son las casas y las tierras que aportará la novia y las influencias del señor de Olaso. Con todo ello quiere reconstruir el prestigio del linaje de los Balda.

Ahora bien, el señor de Olaso también quiere algo a cambio de comprometer a una de sus hijas. Por ello, le ha pedido al señor de Balda que deje en herencia a su hijo Juan García de Licona la casa torre en Azkoitia y el patronato sobre la iglesia de Santa María de Balda, en definitiva, que le deje el título de señor de Balda.

Una vez anotado todo, el escribano lee en voz alta el contenido que ha redactado en diez hojas. Luego, los testigos y vicarios firman el documento. A continuación, los escribanos registran su signo y lo rubrican. El contrato matrimonial está sellado.

Portada de la primera edición de La nueva Eloïse de J. J. Rousseau. 1761.

Una realidad muy habitual

Unos años más tarde, se le pone cara y nombre a la hija anónima del contrato matrimonial. Martín Ruiz de Gamboa y Juana de Butrón deciden que quien se casará con Juan García de Licona será la mayor de sus hijas, María Ortiz de Gamboa y Butrón. Nadie le pregunta si está de acuerdo o no; su voz no importa. Ella se limita a acatar la decisión. Lo que está en juego no son personas, sino apellidos, tierras y poder. Así son las cosas en la época.

Finalmente, el casamiento entre María Ortiz y Juan García se celebra en 1468. Cinco años después, Juan García hereda el título de señor de Balda. A lo largo del matrimonio, la pareja procrea cuatro hijos, lo que les asegura la transmisión del linaje. De esta forma, se van cumpliendo las cláusulas del acuerdo que los padres de los novios firmaron en la iglesia de San Bartolomé de Olaso sin la presencia de los novios.

El matrimonio entre María Ortiz y Juan García es un ejemplo más entre miles. En los contratos de casamiento, los padres deciden sobre sus descendientes. Los progenitores eligen, prometen, conceden dotes, buscan prestigio, quieren poder. Las hijas y los hijos obedecen porque el valor del patrimonio está por encima de la libertad a elegir.

Sin embargo, la idea de obedecer la elección de los padres, en especial en entornos con un patrimonio importante, no es exclusiva de la Edad Media. Se trata de una práctica muy extendida hasta el siglo XVIII. A partir de este siglo, empiezan a oírse voces críticas hacia ese tipo de acuerdos matrimoniales. Así, tanto las novelas, como las obras de teatro y las pinturas reflejan un cambio de pensamiento y visibilizan las tensiones a las que se ven sometidas las personas: infidelidades, dobles vidas, matrimonios infelices e, incluso, malos tratos.

Hoy en día, la familia, la riqueza, el prestigio o la conveniencia continúan marcando muchos de los vínculos de nuestra sociedad. Cabría preguntarse cuánto hay de obediencia y cuánto de elección en nuestros actos. Tal vez la historia que tuvo lugar en San Bartolomé de Olaso en 1460, nos invite a preguntarnos cuánto hemos cambiado y cuánto seguimos repitiendo.

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