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Hace breves días pudo leerse en DV un amplio reportaje, curioso y abundante en detalles, sobre los orígenes, historia y futuro de la barandilla de ... La Concha, realizado por Iker Marín y Javier Bienzobas. Ocurrió cuanto en el mismo se recuerda allá por el año 1910, cuando la ciudad, sobre todo el frente de La Concha desde las primeras instalaciones del Náutico hasta el que dos años más tarde sería balneario La Perla del Océano, estaba viviendo tales cambios que difícilmente la conocerían quienes hubieran estado siquiera un lustro sin visitar San Sebastián.
Aquel año 1910, entre otras muchas cosas, se derribó el monte ruso que ocupaba parte de los actuales jardines de Alderdi Eder, se construyó el voladizo, se terminaba la línea de villas del paseo de La Concha y lucían sus mejores galas los hoteles Londres y de Inglaterra (1902), Continental (1884) y Niza (1908). Por las calles del centro de la ciudad hacía una década que circulaban los tranvías eléctricos urbanos, como lo haría el Topo, y los coches de hierro o auto-móviles iban sustituyendo a los de caballos.
San Sebastián, en suma, y el Ayuntamiento junto a las fuerzas vivas, en su afán de renovarse y estar a la altura de las ciudades más adelantadas de Europa, laboraban por ofrecer cuantas novedades podían encontrarse en otras latitudes como, por ejemplo, en París.
París, el 19 de julio del año 1900 había inaugurado el primer tramo de su Metropolitano y pocos meses más tarde, el año 1901, en San Sebastián se ponían sobre la mesa los planos de lo que se pretendía fuera el primer metro de España.
Aquí no se preveía, como en París, la celebración de unos Juegos Olímpicos que justificaran su construcción, pero la ciudad, a juicio de algunos, lo necesitaba. Los meses de verano, de media, casi diez mil personas llegaban diariamente a San Sebastián, lo que suponía aumentar en una cuarta parte el número de sus habitantes que, para más detalle, en su Plan General preveía que, en pocos años, se llegaría a los cien mil, algo que algunas personas consideraban pura fantasía.
¿Dónde se construirían casas para todos si no había terreno libre? ¿De qué viviría tanta gente si en San Sebastián no había puerto ni industria, como en Bilbao, que precisara tanta mano de obra? ¿Cómo se moverían tantos miles de personas en una población tan pequeña? Se colapsarían las calles… Los tranvías no podrían cubrir las necesidades de movilidad.
Debía observarse, decían otros, lo que hacían las grandes ciudades y construir ferrocarriles subterráneos. La primera, Londres, lo había construido en 1896; Budapest y Glasgow en 1896, Boston y Chicago en 1897 y París en 1900 (Madrid en 1919 y Barcelona en 1924). San Sebastián, siguiendo la trayectoria de la época, debía colocarse junto a ellas y figurar en la vanguardia del progreso.
En 'La Unión Vascongada' pudo leerse que el nuevo ferrocarril bajo el suelo «iniciará su recorrido cerca de la Alameda, junto a los jardinillos del Gran Casino» (calle Ijentea) y para respetar los cimientos de este edificio se desviará por la calle Hernani para, por debajo de los jardines de Alderdi Eder, llegar a la calle Urbieta y por esta hasta el ferrocarril de la Costa, en la popular plaza Easo, donde se complementará el recorrido hasta Biarritz. Cierto es que los planos durmieron, y nunca despertaron, en el cajón de algún despacho municipal, pero sí llegaron a conocimiento de los periodistas, que los describieron como «concebidos perfectos con elegancia y solidez, con un presupuesto que asciende al millón de pesetas».
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