«Dejamos mucho que desear como sociedad». Alguien tenía que decirlo, y lo ha hecho así de crudamente Janire Portuondo. Es enfermera y coordinadora de la red de vigilancia de casos y os estrechos, el equipo de casi 200 personas que sigue el rastro del virus y que cada vez que aparece un positivo busca en su entorno posibles contagios. Están muy preocupados. También están frustrados. «En Osakidetza podemos montar una red de seguimiento fenomenal, pero si la gente no ayuda es imposible contener la pandemia». Cuando habla de 'la gente' se refiere fundamentalmente a los jóvenes y adolescentes, que no están colaborando como se esperaría de una generación que asumimos como tan bien formada e impregnada de valores elevados.
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Que desde el Departamento de Salud lancen un SOS para pedir la colaboración ciudadana ya denota que la situación es grave. Y más cuando en los últimos tiempos las istraciones siempre han sido más propensas al ensalzamiento de la responsabilidad colectiva, a alabar el compromiso ciudadano en la lucha contra el coronavirus y a minimizar el impacto de las conductas irresponsables, evitando estigmatizaciones injustas. Pero ahora, con los contagios disparándose, prácticamente duplicándose de un día para otro, no es el momento de dar masajes a la autoestima. Más bien es el momento de agitar conciencias. ¿Qué es lo que tiene tan preocupadas a las autoridades sanitarias?
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«La gente joven está haciendo muy mal los aislamientos y la prevención. Necesitamos que los padres nos ayuden». Dice Portuondo que da la impresión de que «hemos perdido el miedo» a una pandemia que ha dejado en Euskadi 1.563 personas fallecidas, un sistema sanitario exhausto y una crisis económica que amenaza con hipotecar el futuro, precisamente, de quienes ahora son objeto de advertencia.
Hay varias actitudes que están poniendo dificultades en el trabajo de los expertos para cortarle las patas a la Covid-19. La primera tiene que ver con dar una información fiable. Cuando se detecta un positivo, es vital que la persona infectada facilite sus «os estrechos, es decir, personas con quienes ha estado más de quince minutos a menos de dos metros de distancia». Pues bien, «les llamas y no te dicen nada por no chivarse; por no delatarse entre ellos no dan la información de manera real».
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Eso es un problema importante porque la rapidez, la agilidad, es vital para evitar la propagación del coronavirus. Y con estas actitudes «en vez de salir todos los os en un día, van saliendo poco a poco», según se va realizando el seguimiento. «Perdemos muchísimo tiempo» lo que provoca que esté en la calle gente que debería estar en aislamiento. «Deben concienciarse, aunque sea pensando que sus abuelos pueden morirse». Porque claro, en buena parte de los infectados jóvenes y adolescentes la enfermedad se manifiesta de forma leve, incluso sin síntomas. Pero tienen capacidad de contagiar a su entorno, mucho más frágil.
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Cometen otro pecado: «Hacen mal los aislamientos. A menudo les llamamos a casa, y no están». Hay que tener en cuenta que la cuarentena es para quienes han dado positivo y para los os estrechos que, habiendo dado negativo, deben estar diez días en aislamiento porque es el periodo en el que podría desarrollarse la enfermedad. «Pero se ven bien, y se van. Sabemos que van a hacer fiestas. Pero al menos pedimos que sean en zonas abiertas, que no compartan vaso, ni cigarro, que eviten los besos...», ruega Portuondo.
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