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Historiador y politólogo. Catedrático de universidad
Miércoles, 12 de junio 2024, 02:00
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Historiador y politólogo. Catedrático de universidad
Miércoles, 12 de junio 2024, 02:00
Tal como pronosticaban los sondeos, la ultraderecha ha logrado unos resultados extraordinarios, siendo la fuerza más votada en países como Francia, Italia, Austria, Hungría y ... Bélgica. Desde luego, no cabe decir que ha sido una sorpresa, puesto que en los últimos lustros estas formaciones se han ido afianzando en los diferentes parlamentos, de suerte que los logros del domingo resultan bastante coherentes con una tendencia que no ha hecho sino reforzarse progresivamente. Y es que, en la medida en que la globalización se ha afianzado, se observa una clara tendencia a un auge de la extrema derecha, que ve con muy malos ojos ese proceso al que estamos abocados desde hace varias décadas. En su momento, en 2002, el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz publicó su famoso libro 'El malestar de la globalización', donde ya apuntaba algunos de estos aspectos. Pasados unos años, y desde el punto de vista político, la radicalización ha ido aumentando. En el caso europeo tenemos el anterior gobierno de Polonia o los actuales de Hungría, Eslovaquia o Italia. Pero las propuestas de Trump o Netanyahu responden a ese proceso de derechización extrema, que no hace sino dividir a sus respectivas sociedades.
Hay quienes han procurado establecer paralelismos entre lo que aconteció en los años veinte y treinta en Europa, con el ascenso del fascismo, el nazismo y sus respectivos sucedáneos, y lo que está pasando en estos momentos. Pero son fenómenos distintos. Aquellos años supusieron la crisis del Estado Liberal y de esa burguesía que lo había hecho posible. La búsqueda de la democracia, la necesidad de una ampliación de derechos, el deseo del sufragio universal masculino y la lucha de clases hicieron que aquel grupo privilegiado viera en peligro su estatus en favor de los trabajadores. Era, en palabras de Ortega y Gasset, 'La rebelión de las masas'. Rebelión que vino a acelerarse con la revolución rusa de 1917, que no hizo sino alentar nuevas esperanzas en el proletariado europeo, precipitando que aquella burguesía optara por soluciones autoritarias, cuando no totalitarias.
Ahora no estamos en ese contexto, sino en un entorno determinado por el temor que provoca la globalización en amplios sectores de la sociedad europea. Temor especialmente intenso en las capas inferiores o medias-bajas, que ven en el Otro un competidor en términos laborales, un desestabilizador en términos sociales y un desnacionalizador en términos de identidad. De ahí que se insista tanto en la cuestión migratoria y su deriva económica y en la cuestión identitaria, en especial, si el Otro es el musulmán, no perteneciente a la tradición judeo-cristiana y con unas costumbres y valores distintos a los nuestros. Como se ha podido comprobar, estos partidos han sabido no sólo explotar estos miedos, sino también el malestar antes mencionado: el de los agricultores y ganaderos, que ven amenazadas sus explotaciones por la entrada de productos de terceros países; el de los obreros, que ven en la deslocalización industrial y en la Inteligencia Artificial una amenaza real a sus empleos; o el de los descualificados, que ven en los inmigrantes unos competidores.
Pero no estamos ante algo nuevo, sino que llevamos así años y los dirigentes de los partidos tradicionales parecen incapaces de examinarlo y hacer autocrítica. Hace unos años la consigna de estas formaciones era salirse de Europa, que es cuanto sucedió con el Brexit. Ahora ya no, pues se han dado cuenta de que es preferible seguir en la Unión Europea interfiriendo en sus políticas y condicionando la agenda. Es probable que, con los resultados actuales, no lo consigan, pues a la coalición entre conservadores, socialistas y liberales le da los números y Úrsula von der Leyen podrá alzarse con la presidencia de la Comisión. No obstante, las consecuencias están ahí: convocatoria de comicios legislativos en Francia, dimisión del primer ministro belga y petición de adelanto electoral en Alemania ante la debacle de la coalición semáforo de gobierno. Es cuestión de (poco) tiempo que estas fuerzas políticas tengan mayor peso en el Parlamento europeo.
De manera que de nada sirve hablar del «no pasarán», de la fachosfera y cosas por el estilo. Más valdría hacer una reflexión de por qué se ha llegado a esta situación y por qué la extrema derecha está creciendo en todo el mundo. Por supuesto en este tema se puede hacer la política del avestruz, es decir, agachar la cabeza y hacer como que nada pasa; o por el contrario, afrontar una realidad que está ahí para tratar de ganar a estas formaciones hacia un consenso lo más amplio posible en cuestiones clave para la Unión. Porque si no se hace, caeremos en el error de un maniqueísmo simplón que no nos conduce a nada y menos a resolver los desafíos que los europeos tenemos frente a nosotros.
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