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La alarma desatada en Gipuzkoa ante el mayor caso de envío de contenido pornográfico y vejatorio a menores por las redes sociales visibiliza un grave ... fenómeno que exige la máxima firmeza y una actuación multidisciplinar para combatirlo con eficacia. En primer lugar, la indignación y la sorpresa son evidentes ante la extensión de esta trama entre nosotros. Es una anomalía que está a la vuelta de la esquina y no hay que viajar a lugares recónditos para percatarnos de su dimensión y su gravedad. Afortunadamente los colegios afectados y algunos padres han actuado con suficiente rapidez para atajar una situación que ha sorprendido por su alcance y su notoriedad y por el inmenso daño que produce en un sector vulnerable de la ciudadanía. El asunto interpela directamente a las familias y al sistema educativo y pone en evidencia hasta qué punto la falta de control de las redes sociales puede convertirse en un auténtico estercolero alimentado por el anonimato y por la impunidad del que se siente a salvo de cualquier fiscalización. Un problema que pone sobre la mesa las luces y las sombras de las redes sociales. Whatsapp no puede ser un instrumento que divulgue la amenaza, el odio o cualquier conducta que suponga un menoscabo de la dignidad humana. Por eso, junto con una reflexión muy profunda sobre las limitaciones del modelo educativo, hay una derivada de todo lo ocurrido que debe ser puesta en manos de la Justicia, para que examine si estos casos constituyen hechos tipificados penalmente que exigen ser investigados y castigados. El llamamiento de la Fiscalía a entregar los teléfonos móviles de las personas que presentan correspondientes denuncias forman parte de una lógica estrategia de respuesta, sin automplacencias y con celeridad. La respuesta en ningún caso puede ser tibia y requiere la máxima contundencia. Que estos alumnos menores de edad, en la adolescencia o en la infancia, sean carne de cañón de la pornografía y de la exaltación de la violencia o de prácticas degradantes muestra un problema más profundo, que interpela directamente al conjunto de la sociedad y revela algunos fracasos. Este alarmante déficit de valores que afecta a las nuevas generaciones muestra de forma elocuente los retos que afrontan los educadores e interpela también al papel y responsabilidad que deben asumir los padres, para que estos hechos no vuelvan a repetirse.
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