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Hay una expresión popular que funciona como un nombre común para las gafas graduadas: «gafas de ver». Hay «gafas de ver» porque hay gafas de ... sol, que son una categoría aparte (si no, solo habría gafas). La expresión es ingenua, simple, directa y eficaz: las gafas sirven para ver lo que no se vería sin ellas. Con las gafas mentales pasa lo mismo, y en los últimos días nos hemos puesto las de ver plástico. Desde que ha habido noticia ambiental y lío político con el vertido que empezó a llegar en diciembre (o por ahí) a las playas gallegas, vemos lo que no veíamos. El problema estaba ya en el mar, en las costas, en los campos, en los setos artificiales que cubren las vallas de medio país. Estaba donde puede verse. Estaba también donde no puede verse: bajo el mar, y por todas partes en forma de microplásticos, que no son esos pélets caídos al mar desde el buque 'Tocanao', sino fragmentos que solo el ojo del microscopio hace visibles.
También las gafas mentales de ver plástico nos muestran esa realidad microscópica. Con ellas colocadas, no sobre la nariz, sino en la conciencia, empiezan a iluminarse y agrandarse noticias como las siguientes: en 2020, un estudio realizado en el hospital romano de Benefratelli encontró partículas de polipropileno y otros materiales sintéticos en la placenta de seis mujeres; ese mismo año, un estudio chino comprobó la neurotoxicidad (es decir, la toxicidad para el sistema nervioso) de los plásticos que respiramos porque son tan pequeñísimos que flotan en el aire; en 2022, un equipo de la Universitá Politecnica delle Marche detectó microplásticos en la leche materna humana; en 2023, científicos de la Universidad de Viena se centraron en el agua como vía de entrada en el cuerpo de los más pequeños, denominados nanoplásticos, y comprobaron que llegan a la sangre y, por tanto, al cerebro.
Estos estudios van siendo replicados y corroborados aquí y allá. Una noticia muy bonita es que los microplásticos ya forman parte de las nubes: un equipo de la Universidad de Waseda, en Japón, escaló los montes Fuji y Oyama, tomó muestra de las nieblas puras y misteriosas, y encontró entre 7 y 14 piezas diminutas de polímeros y caucho por cada litro de agua. Es difícil pensar que los peces que nos comemos, que a veces mueren de inanición por haberse atracado de pélets, pero que además viven en una sopa de nanoplásticos, solo tengan estos materiales en el sistema digestivo. Y es fácil entender lo que muchas evidencias ya van apuntando: que el aumento de cáncer entre gente joven y la plaga de las enfermedades neurodegenerativas tengan relación con esta 'plastificación' de la Tierra. Nuestra especie y el medio natural al que pertenecemos no somos cosas separadas, y si este enferma, nosotros también enfermamos.
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