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A nadie le habrá sorprendido la ruda irrupción de Donald Trump en escena tras su triunfo en las elecciones. Así es él. Tenía además esta ... vez un motivo de revancha. Nunca había dejado de pensar que las que perdió en 2020 fueron un robo perpetrado por el enemigo. Procedía, pues, un gesto que diera fe de su talante aguerrido. Y lo logró. En el breve tiempo que el nuevo presidente lleva en la Casa Blanca ha estremecido al mundo por la rudeza con que lo ha puesto a sus pies y patas arriba. Esta vez va a por todas. Basta con ver el ejército de que se ha rodeado. Hasta el zapatazo con que Nikita Jrushchov golpeó el pupitre de la ONU cuando la crisis de Cuba resulta en comparación un gesto simpático.
Ha empezado Trump por arrasar con los aranceles que, como caramelos en bautizo, reparte para trastocar el vigente orden comercial. Ha amenazado luego con trazar nuevas fronteras, desde Groenlandia a Canadá, apropiarse del tránsito por el canal de Panamá o cambiar de nombre al Golfo de Méjico. Y ha dado un manotazo en los tableros en que el orden internacional se halla más comprometido, como los conflictos bélicos de Ucrania y de Gaza, modificando, en el primer caso, las relaciones con Rusia y Europa y desestabilizando, en el segundo, las de los países de Oriente Medio. El método ha sido el habitual en el magnate, a quien nunca le ha preocupado el imperio de la ley y el respeto a la verdad, frente a los que ha preferido la mentira, el insulto, la provocación, la humillación, la fanfarronería y las más abominables estupideces. Una ráfaga de temblor y terror ha recorrido las cancillerías del orbe, poniéndolas a lucubrar con reacciones y alternativas. Hasta aquí el asombro.
Y, a partir del asombro, el desconcierto. Europa, pues de Europa va, sobre todo, la cosa, ha empezado a caer en la cuenta de cuánto ha dejado de hacer en estos años de vino y rosas y cuán confiada ha vivido en quien tanta castaña le ha sacado del fuego. Cortadas las dádivas de Tío Sam y sola ante el peligro, no tiene ni tiempo ni medios ni ideas para reaccionar en la medida que el desafío requiere y duda entre someterse a las nuevas normas o tratar de hacerse valer como el tercero en discordia frente a quien se cree dueño y señor del mundo. Encomiable sería el esfuerzo y hasta podría resultar exitoso si no fuera porque en su seno se le han infiltrado caballos de Troya que obstaculizan, si no impiden, sus movimientos. Sumarse a los nuevos estrategas, sería sepultar, quién sabe si para siempre, la heroica trayectoria de lucha en favor de los valores que han hecho más digna y humana la historia de la humanidad, mientras que resistirse auguraría un enorme sobresfuerzo por la supervivencia y quizá siglos de lucha por un nuevo resurgimiento. No sería, además, como decía, un empeño unitario y compacto, si es que alguna vez lo fue, sino una lucha intestina contra quienes, de entre sus propios , han decidido pasarse al lado hoy vencedor de la historia. En un entorno habitado por Vox, AfD, Fratelli d'Italia, Fidesz, Agrupación Nacional y otros que, como los de una izquierda desnortada, disimulan bajo un tramposo lenguaje su talante iliberal, habría de afrontarse una peregrinación por un árido desierto que no sabemos si nos devolvería a la tierra prometida de la democracia, el Estado de Derecho y los derechos humanos o nos abrasaría en el camino.
Mientras tanto aquí, en este país, el asombro y el desconcierto que viven el mundo y Europa preferimos sustituirlo por la triste pena del empantanamiento en tierra de nadie, en un mundo vacuo y ficticio, en el que, obsesionados como tantas veces en la historia por ruines cuitas domésticas, desgastamos las pocas fuerzas que tenemos en disputas de mísero alcance, de espaldas a lo que está ventilándose ahí fuera y a riesgo de quedar, una vez más, marginados del futuro que, con incierto desenlace, otros proyectan para nosotros, siempre a lo nuestro. Y así, mientras los Koldo ocupan aquí el lugar que en el mundo ocupa Donald, Ábalos el de Putin, Puigdemont el de Macron o Sánchez y Feijóo se intercambian los suyos, el asombro será para nosotros espanto, el desconcierto, irrelevancia y la tristeza, vergüenza. ¿De qué va nuestra conversación pública? ¿De qué debaten el Congreso y el Senado? Se habrá hecho demasiado tarde en el mundo mientras aquí todavía decidimos si nos gusta más Broncano o Motos.
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