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Gerry Kelly, dirigente del Sinn Féin, exhistórico activista del IRA y ministro entonces del gobierno de Irlanda del Norte, advirtió a ETA y al ... representante del PSOE en la última reunión que se celebró en un chalé de Ginebra después del atentado de la T-4 que no rompieran el proceso, ya en fase agónica. Era mayo de 2007. «Para levantarse de la mesa hay que tener la seguridad de volver a sentarse más adelante con más fuerza», señaló Kelly al interlocutor de ETA Xabier López Peña, 'Thierry'. «La Policía podrá detener a 99 de 100 activistas, pero siempre quedará uno», le indicó a su vez al socialista Jesús Eguiguren, que acudía a estos encuentros como «representante del partido del Gobierno español». Kelly sabía de lo que hablaba. En el pasado había pasado varios años en prisión acusado de un atentado del IRA en 1973 en Londres. En junio de 2018 estrechaba la mano del príncipe Carlos en una iglesia de un barrio protestante de Belfast.
El centro suizo Henri Dunant había pilotado todas las conversaciones, las anteriores al atentado de Barajas –el 30 de diciembre de 2006– y también las posteriores, que finalizaron sin acuerdo. El instituto guarda aún una pizarra de papel en la que Eguiguren trazó con rotulador las expectativas legales de una colaboración institucional entre Euskadi y Navarra, viable si sus dos parlamentos acordaban democráticamente establecer esa vía. Las prisas en plasmar esa idea en un calendario concreto volvieron a desbaratar las cosas. ETA consideró «insuficiente» este sondeo. El diálogo político entre dirigentes del PNV, PSE y la izquierda abertzale en el santuario de Loiola también había naufragado por el empecinamiento de ETA en forzar un referéndum único para que Euskadi y Navarra sancionasen un nuevo marco. En la organización terrorista 'Thierry' había desplazado a José Antonio Urrutikoetxea, 'Josu Ternera'. El ala más intransigente había ganado la batalla.
En nombre del instituto suizo, el galés Martin Griffith y el francés James Moulin se convirtieron en notarios de los encuentros. Algunos de quienes conocieron los entresijos evocan con ironía la afición a la cerveza de algunos mediadores, sobre todo a última hora del día.
Jonathan Powel –exdirector de gabinete de Tony Blair– sabía que el colapso de enero de 2007, tras el atentado de la T4 en el que fueron asesinados dos inmigrantes ecuatorianos, podía dinamitarlo todo. El tren del 'proceso' había descarrilado pero se empeñó en reconstruir una vía. Es el enlace que a con la izquierda abertzale y con los partidos vascos. Lo hace también con ETA, con un objetivo: lograr el cese de la violencia y que éste desemboque en el desarme. Tenía como aval su experiencia en los acuerdos de Viernes Santo en Irlanda del Norte.
El final de ETA fue un proceso lento, bastante más doméstico de lo que a veces parece. El escenario estaba marcado ya por una fuerte movilización social frente a la violencia y una batalla por la opinión pública que el terrorismo empezaba a perder con nitidez. Las conversaciones secretas de Ginebra y Oslo –iniciadas en el hotel Wilson de la ciudad suiza en junio de 2005 con Eguiguren y Urrutikoetxea como protagonistas– no llegaron a un acuerdo, pero sí desbrozaron el camino del final.
La conferencia internacional de Aiete el 17 de octubre de 2011 se convierte en la última pista de aterrizaje simbólica que proporcionan los mediadores. ETA ya lo había decidido. Tres días después anunciaría el cese definitivo del terrorismo. La izquierda abertzale más política consumaba su victoria estratégica en el debate. La presión policial y la amenaza de desaparición de Batasuna contribuyeron también a que la izquierda abertzale convenciera a ETA. El abogado Iñigo Iruin –a quien se le atribuye una frase ya clásica: «el Estado mina a ETA, pero no la elimina»– lograba uno de los objetivos de su vida: una izquierda independentista que transitara exclusivamente por la vía política democrática.
Gerry Adams, líder del Sinn Féin, llegó a asegurar entonces que desde 2007 tanto él como el abogado sudafricano Brian Currin y el padre redentorista norirlandés Alec Reid colaboraron con la izquierda abertzale, «cada uno por separado pero en paralelo», para que ésta convenciera a sus bases de que era necesaria una estrategia solo política. «No fue fácil. La negociación con los de tu propio bando siempre es la parte más complicada del proceso», decía.
La izquierda radical había presentado en noviembre de 2009 la ponencia 'Zutik Euskal Herria' en la que defendía las vías políticas y rechazaba la violencia. Cuatro meses después, fue respaldada por las bases de la izquierda abertzale frente a la alternativa 'Mugarri', elaborada por la dirección de ETA y que propugnaba la continuidad del terrorismo. Este segundo escrito suscitó una amplia contestación interna. El giro político defendido por Rufi Etxeberria, Rafa Díez y Arnaldo Otegi se impuso en el debate entre finales de 2009 y comienzos de 2010 –con tensiones entre los presos– y provocó el aislamiento del sector más duro de ETA. El Sinn Féin irlandés había remado a favor del cambio. El 20 de octubre la organización terrorista confirmaba el cese definitivo de su actividad armada. El binomio Batasuna-Sortu asumía el liderazgo de la izquierda abertzale y recogía los 'Principios Mitchell', trascendentales para la declaración de alto el fuego «verificable, permanente y general», y que en el Ulster posibilitaron el adiós a las armas del IRA.
Atrás quedaban horas de reuniones secretas en Ginebra y en Oslo, iniciadas años antes por un diálogo entre Eguiguren y el líder de Batasuna, Arnaldo Otegi, en el caserío Txillarre, de Elgoibar. El entonces ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, siempre temió que el asunto de estas conversaciones fuera utilizado como un ariete de desgaste electoral y que las denominadas 'actas' de las reuniones en Ginebra y Oslo fueran una munición del PP contra el PSOE, a pesar de su convencimiento de haber logrado la paz sin concesiones políticas. Las actas no eran tales. No eran textos acordados entre las partes sino resúmenes elaborados y guardados por los del instituto Henri Dunant, que algunos insinúan que permanecen en una caja fuerte de la ciudad suiza. Una información que Eguiguren recogía con anotaciones manuscritas en cuadernos que adquiría en la papelería Brachard de Ginebra.
Pero seis años antes el paisaje era bien diferente. Todo saltaba por los aires cuando ETA atentó con una bomba en la T-4 de Barajas el 30 de diciembre de 2006. De víspera, Zapatero cometió un serio error al pronosticar en una rueda de prensa que, dentro de un año, España «estaría mejor» en relación al problema terrorista.La dirección del PNV, que estaba informada de la 'cocina' del diálogo, sintió un verdadero mazazo al conocer que se habían registrado dos víctimas mortales. «Ahí empezó el enfrentamiento entre Batasuna y ETA, el último capítulo del terrorismo», sostuvo Rubalcaba al analizar el final de la violencia años después. Entonces dirigió sus baterías a Batasuna: «O convencéis a ETA de que termine o rompéis con ella. O votos o bombas». Rubalcaba viajó a Irlanda del Norte para entrevistarse personalmente con Gerry Adams, y pedirle que transmitiera a Batasuna sus alternativas e intentarse influir en su reflexión interna.
La trastienda para propiciar el final fue intensa y conjugó todos estos ingredientes. El Grupo Internacional de o presidido por el abogado sudafricano Brian Currin, Powel y los expertos del centro Henri Dunant realizaron una activa labor, con el intercambio de mensajes cruzados entre el Gobierno de Zapatero, los partidos vascos y ETA para facilitar la conferencia de paz de Aiete en octubre de 2011. El Ejecutivo del PSOE no puso obstáculos a la logística del encuentro desde la percepción, no la seguridad, de que podría contribuir a acelerar el anuncio final, que se consideraba que estaba bastante encauzado desde el momento en el que la izquierda abertzale había consumado con anterioridad una apuesta por un cambio de estrategia que, por ejemplo, representaba la disolución del grupo Ekin el 1 de octubre de 2011. El camino estaba expedito.
Para que la conferencia de Aiete fuera posible no se alcanzó un acuerdo formal, aunque Sortu habló de una 'hoja de ruta resultante' de las conversaciones previas mantenidas con emisarios del Ejecutivo. Un compromiso siempre negado por el Gobierno socialista, que afrontaba las semanas finales de su mandato.La izquierda abertzale ofreció otra versión: que había tratado sobre la libertad de los presos enfermos, la política penitenciaria y la legalización de Batasuna, así como una garantía de que la interlocución de ETA pudiera seguir en un país europeo. El 5 de marzo de 2013, el Gobierno del PP decidió que Noruega expulsara a los interlocutores de ETA en Oslo (David Pla, Josu Urrutikoetxea e Iratxe Sorzabal). El PP –que había decidido que su interlocutor en este asunto fuera el director de gabinete del presidente Rajoy, Jorge Moragas– decidió definitivamente cerrar cualquier vía de o con ETA.
En la trastienda de aquellos años desempeñó un papel discreto y relevante el entonces senador por Amaiur Urko Aiartza, cuyo conocimiento del inglés le ayudó a fijar numerosos os internacionales. Rubalcaba no quiso que la escenografía de Aiete adquiriese un perfil demasiado internacional con la presencia de Blair, que hubiera incomodado a Zapatero. El mismo expresidente itía los riesgos políticos que corrió en su apuesta por el diálogo en un encuentro que mantuvo en Txillarre con Otegi, años después. Una cita en torno a un bacalao cocinado por el dueño de la casa, Pello Rubio, el amigo de Eguiguren que facilitó la logística del experimento con el que comenzó todo.
Ocho años después, tras el desarme y la disolución de ETA, la batalla se centra ahora es el relato pendiente. La proliferación de películas, documentales y libros sobre esta temática es elocuente. La incapacidad de EH Bildu por reconocer que «matar estuvo mal» –es decir, en rechazar la pasada estrategia de ETA– revela la falta de un consenso mínimo sobre el 'suelo ético' con el que los partidos vascos deberían abordar desde una mirada común el pasado terrorista. Una mirada compartida que se antoja inviable a corto plazo y que debe convivir con la delicada gestión de la situación de los presos y la futura política penitenciaria.
Mientras tanto, José Antonio Urrutikoetxea, 'Josu Ternera', –que pasó de ser el líder de ETA en los 'años de plomo' al artífice de su final– permanece en prisión preventiva en una cárcel sa después de ser detenido por la Policía gala cerca de los Alpes en mayo tras estar 17 años huido. El Tribunal de Apelaciones de París rechazó entonces la demanda de libertad condicional de sus abogados. Seguirá en la cárcel al menos hasta que se diriman las dos euroórdenes y otras tantas demandas de extradición presentadas por la Justicia española. Entre otras causas, se le reclama por su «responsabilidad» en el atentado contra la casa de cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza en 1987, que provocó la muerte de 11 personas. La estrategia de defensa de Urrutikoetxea pondrá previsiblemente el acento en los futuros juicios en su papel de «interlocutor» en las conversaciones de Ginebra y Oslo. A su vez, Jesús Eguiguren, retirado de la política, se ha refugiado en una actividad que desconocía pero que le ha fascinado: la pintura.
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