

20 aniversario del 11-M
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20 aniversario del 11-M
El donostiarra que vio el horrorEl 11 de marzo de 2004, el donostiarra Iñako Usoz Iraola, entonces jefe de Traumatología del Hospital Universitario de Getafe, escuchó desde su casa, a ... una manzana de la madrileña calle Téllez, un tremendo estruendo, se asomó al balcón y vio gente «corriendo ensangrentada». Salió 'volando' hacia el lugar sin imaginar, ni de lejos, lo que se iba a encontrar. Fue de los primeros en llegar, un policía municipal le prestó uno de sus guantes azules y comenzaron a entrar en los vagones para ver a quién podían ayudar. «Han pasado 20 años y todavía no sé cómo salté el muro que separa las vías de la calle Téllez», rememora para este periódico, a sus 74 años, jubilado desde hace cuatro, mientras aún se estremece con su propio recuerdo de aquellas escenas de la masacre: «En los vagones apenas se oía algún lamento, era un silencio... Había gente que estaba muerta y parecía que estaba viva. Yo eso no lo olvidaré nunca». Dentro de una semana se cumplirán 20 años de la explosión coordinada de diez bombas en cuatro trenes de la red de cercanías de Madrid. Fue el mayor atentado de la historia de España y de Europa. Terroristas de una célula yihadista de Al-Qaeda asesinaron a 192 personas. Treinta y cuatro de ellas murieron en el tren que explotó en la estación de Atocha, 63 frente a su paso por la calle Téllez, 65 en el de la estación del Pozo, 14 en la estación de Santa Eugenia y 16 en diferentes hospitales. La última murió en 2014 tras permanecer en coma diez largos años. La cifra de heridos se acercó a los 2.000. Todo ocurrió entre las 7.37 y las 7.40 horas. Era jueves y en tres días se celebraban elecciones generales.
Al día siguiente de la masacre, Iñako Usoz compartió su 11-M con dos compañeros de este periódico y hace unos días, con los recuerdos a flor de piel, volvía a encontrarse cara a cara con aquel muro de la calle Téllez, un lugar que ha cambiado completamente su fisonomía, pero que guarda para tantas personas los recuerdos más amargos de su vida. Desde hace unos años un olivo y una gran placa recuerdan a las víctimas de los trenes.
–La mañana del 11 de marzo de 2004 iba a salir de casa a trabajar como cada día cuando escuchó el ruido de unas explosiones. ¿Qué ocurrió a partir de ese momento?
–Mi mujer estaba todavía en la ducha, yo iba a salir como mi Vespa hacia el hospital y oímos una explosión tremenda. Enseguida dije: 'esto es algo gordo'. Me asomé al balcón y ya había gente corriendo ensangrentada. Se veía a lo lejos un vagón de tren en vertical.
–¿Vivían cerca de las vías?
–A una manzana. Tiré por Téllez y lo vi. Paré la moto, me asomé por el muro que separa la calle de las vías y aquello era una cosa espantosa, conseguí saltarlo a pulso con la cazadora y la mochila puestas. Todavía no sé cómo lo hice... Y allí me encontré con lo que más me cuesta olvidar. No había visto algo así en mi vida. Como médico puedes estar preparado para cosas terribles, como traumatólogo he visto de todo. En el 12 de Octubre donde me formé, un hospital de muchísima batalla, me han llegado a traer primero la pierna y luego al paciente amputado. Quiero decir que tenía el culo pelado de ver cosas, pero eso, eso... Y en un escenario que no corresponde... La escena que tenía ante mis ojos era desoladora. Recuerdo que solamente se oía algún lamento, era un silencio... En ese momento se impone el caos y el shock que te produce ver cadáveres desparramados por las vías, los vagones reventados, era algo que no sé ni cómo explicar.
–¿Qué hizo en ese primer momento, no se quedó paralizado?
–Te quedas paralizado, efectivamente, la primera escena es esa y el que diga que no, miente. Porque te quedas chocado completamente, piensas; 'qué hago yo aquí', y te invade una sensación primero de estupor, de confusión y te preguntas: '¿Qué es lo que puedo hacer?'. Me encontré con un policía municipal como un camión de grande, que me acuerdo que me dio uno de sus guantes azules. Y entre él y yo, porque no había llegado nadie más que nosotros y un operario de jardines, empezamos a ver cuál era el estado de la situación.
–¿Entraron directamente a los vagones?
–Primero fuimos viendo lo que nos encontrábamos a nuestro alrededor y enseguida empezamos a entrar en los vagones. Allí te encontrabas... (Iñako tiene que hacer una pausa) En el primero había una chica muerta con las dos piernas amputadas, otra tenía también una amputada y la otra retorcida. Una vez que pasó el estupor inicial, entre aquel hombre y yo empezamos a coger trozos de puertas y lo que pudimos encontrar por allí para sacar a gente que estaba viva todavía como aquella chica. Quiero creer que ella sobrevivió, pero no puedo decir más porque no me ha quedado ningún nexo de unión con nadie. Pasaban los minutos y seguíamos con la confusión, íbamos por las vías y oíamos a alguna persona que tímidamente pedía ayuda para alguien que estaba peor que ella. Te decían: 'Yo estoy bien, esta chica es la que está muy mal'. Una mujer me dijo: 'Dentro de mí hay algo roto, algo que se va...'. También había gente más leve que ayudaba a los más graves, aunque fuera para cogerles la mano, porque otra cosa no se podía hacer. En medio de todo, de repente, hubo un momento de mucha tensión cuando apareció un policía avisándonos de que había peligro de que explotara otra bomba.
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–¿Qué hicieron en ese momento?
–No es un tema heroico pero en ese momento, ¡qué coño!, estabas con cinco o seis personas destrozadas a tu lado y seguimos atendiéndoles. Pero no como un acto consciente de decir 'me voy a jugar la vida', no, en mi caso se activó esa cosa que tiene el médico, esa capacidad de consuelo, que cuando no hay nada que hacer, por lo menos, si puedes consolar... Recuerdo que había un chico tumbado boca abajo y le sonó el móvil. Él no lo podía coger y lo contesté yo. Era su padre. Había oído que el tren que venía de Alcalá... Lo único que hice fue transmitirle que el chico estaba bien, se lo puse al teléfono y pudieron hablar.
–La rapidez en la evacuación también era vital para algunos casos...
–Sin duda. No puedo decir cuánto tiempo transcurrió porque fue rapidísimo cuando el Samur organizó ya un pequeño hospital de campaña cerca de las vías y se empezó a evacuar a la gente. Ahora ha cambiado la fisonomía del entorno, pero aquel muro que salté se extendía por toda la calle y no había manera de sacar a la gente de las vías hacia fuera. Fue muy complicado aquello.
–Cuando llegaron ya las asistencias de emergencia se puso en sus manos.
–Lo primero que hicimos fue casi una labor de clasificación y cuando empezó a llegar gente de emergencias me dirigí hacia ellos explicándoles lo que nos habíamos encontrado. Porque había gente que estaba muerta y parecía que estaba viva. No lo olvidaré nunca. Todos los que entrábamos en uno de los vagones le preguntábamos a una señora que estaba muerta. También recuerdo que hablaba con el policía y llegamos a comentar cómo habíamos escuchado las dos explosiones, un chico que estaba al lado nos escuchó y nos dijo: 'Dos, no, tres. Me va a decir usted a mí que venía yo en ese vagón'. No me lo podía creer, ese tío viajaba en un vagón en el que estaba todo el mundo reventado, pero alguien le debió hacer de parapeto humano y salió ileso de aquel amasijo. Había sobrevivido aparentemente sin lesiones más allá de la afección a los oídos o la opresión en el pecho por la onda expansiva, pero aparentemente no tenía ninguna fractura ni nada.
–Pasados los momentos más críticos se incorporó a su puesto en el hospital, ¿pero cómo supo cuándo debía hacerlo?
–No sé a cuánta gente atendí, pero pasado un tiempo, largo supongo, en un momento determinado, sin que nadie me dijera nada, pensé: 'yo aquí ya no hago nada, lo que tengo que hacer es irme a mi puesto de trabajo porque seguro que nos va a empezar a llegar gente'. Me cogí la Vespa, recuerdo que no quería hablar con nadie. No fui a casa porque no quería encontrarme con el portero ni con nadie, tenía todas las manos y todo de sangre, no fui a lavarme y me fui al hospital como un zombi por el arcén. Ahí, en ese momento, fue cuando tuve una especie de ataque de ira, de decir '¿cómo puede ser esto?'. Algo así te hace entender un poco a la gente que en una guerra ve a su hijo reventado y se convierte en un salvaje potencial, ese círculo vicioso que encona todos los conflictos. Era tal la barbaridad, el 'sin dios' que era aquello... Y lo de siempre, ¿quiénes estaban allí tumbados? No era el presidente que se sacaba luego fotos, era el pueblo llano, el currante... Será demagógico, pero es la cruda realidad, como se ve ahora en Gaza, con imágenes de gente destrozada... Eso que me ha quedado grabado a fuego.
–¿Qué le dijeron cuándo llegó al hospital con las manos llenas de sangre?
–Ahí reconozco que me relevaron porque estaba en un estado de ánimo... Y, sobre todo, porque no llegó gran cosa al hospital de Getafe. No tuvimos una afluencia grande de heridos y no tuve necesidad de intervenir. Estaba completamente desquiciado, desencajado con lo que había visto y no me tuve que meter en quirófano a hacer nada porque se ocuparon los compañeros que estaban ese día de guardia.
– ¿Con quién habló primero de lo que acababa de presenciar?
–No hablé con nadie. A los primeros a los que relaté parte de mi congoja fue a los periodistas de El Diario Vasco, al día siguiente. Les subí a mi casa y allí fue donde saqué parte de ese horror que llevaba en mi cabeza. Cuando más vomité todo fue un año después en un programa de radio con Ramón Trecet. Ahí fue donde reventé. Durante un año entero iba una vez por semana al muro y no te puedes ni imaginar lo que he podido llorar, era una mezcla de rabia y sobre todo de dolor.
–Sus compañeros del Samur se enfrentaron a una labor desconocida completamente, pero, sin embargo, evacuaron con rapidez a los heridos, a pesar de que en un primer momento hubo cierta confusión con el tren de Téllez y el que estaba metros más adelante ya más cerca de la estación de Atocha donde también estallaron varias bombas.
–Esa es otra da las cosas que resaltaría: la actuación del Samur. Tanto en la evacuación, como después en la organización de la morgue en Ifema, fue algo de lo que hay que sentirse orgullosos. No sé cuánto tardaron en establecer los hospitales de campaña, pero lo hicieron rápido y enseguida comenzaron a evacuar a los heridos a los hospitales. Hubo además un factor muy importante a la hora de organizar la atención en los tratamientos, ya que todavía el turno de noche de los hospitales no se había ido, el de día estaba llegando y los quirófanos no habían empezado a funcionar, con lo cual se paralizaron prácticamente todas las cirugías, salvo las urgentes que no podían esperar, y todo el personal duplicado estaba disponible. Entre el Gregorio Marañón y el 12 de Octubre prácticamente tuvieron capacidad para absorber a la mayor parte de heridos, incluso había hospitales que se quejaban de que no les mandaban heridos.
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