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Muy a su pesar, Sadiq Umar se convirtió este jueves en la mejor metáfora de su equipo. Fue el pobre que empezó animado, entonado, incluso ... atinado, pero pobre al fin y al cabo. Y el refrán, que viene de la sabiduría popular, no engaña. La alegría huye de la indigencia. Se apunta al caballo ganador y no tiene reparos en abandonar al más necesitado de un momento a otro. Porque si en el minuto 16, esa felicidad se hubiera posado sobre la cabeza del nigeriano, hoy el relato deportivo de la jornada hubiese sido bien distinto. El centro de Pablo Marín por la banda izquierda, a pierna cambiada, era genial. Pero fue el cuero el que impactó en la testa del delantero realista y no alrevés. Y así es imposible.
Convertir aquella ocasión hubiera coronado a un Sadiq que cuajaba un primer cuarto de hora de partido más que notable. Más allá de suponer el 2-0, mucho más allá, hubier significado el punto de inflexión de una trayectoria que quiere arrancar y no puede. Hubiera desterrado fantasmas, acabado con una sequía que dura desde el 9 de marzo y asentado la alegría en la casa del pobre. Pero la pelota golpeó en la cabeza de una Real que no termina de salir de la miseria en este inicio de temporada.
Se repitió la perversa secuencia que deriva en el desencanto más amargo. Esa alegría tan añorada había coqueteado con Sadiq en el inicio de partido y le había prometido el oro y el moro. Primero con esa volea franca que le llega en el minuto 3 y no acierta a empalmar como hubiese querido. Luego con el robo alto del minuto 4, el posterior giro y el centro convertido en asistencia de gol a Pablo Marín.
Campaba con la cabeza alta el africano por el campo, acertado en la presión y preciso con balón, como en el pase sobre la misma línea de fondo que mete de nuevo a Marín en el minuto 16. Incluso envió a las redes un trallazo a sabiendas que el árbitro había señalado fuera de juego. El remate podía haber salido por las nubes. Pero no. Fue dentro. Era su día. Estaba claro.
Pero la realidad es tozuda. No cambió el signo de los acontecimientos. Más penuria para el pobre. Como muchos de sus compañeros, Sadiq se difuminó tras el empate del Anderlecht y el incidente provocado por sus ultras. Como si decidiera entrar a su casa, sobria y necesitada, y cerrar con llave. No lo encontró el equipo. No se encontró ni él. Después de lo que había presagiado... ¡Zasca! Caída en picado, desde las alturas de la ilusión, al mismo agujero anterior. Es lo que tiene la alegría en la casa del pobre. A seguir invirtiendo.
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