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La clave para ser feliz es que la mente controle al sentimiento. Platón decía que el auriga que guía las riendas del alma racional tenía ... que dominar esa parte del alma apetitiva que se deja llevar por las emociones y el deseo. En caso de no hacerlo, sería imposible encontrar el equilibrio y el bienestar.
Desde hace una semana la decepción por no vernos en La Cartuja nos ha superado. Aún estamos en esa fase de negación en la que nos cuesta aceptar la realidad. Diría incluso que ni siquiera hemos llegado a la de verdadero duelo. Lamentamos las ocasiones perdidas, el penalti fallado por Brais, el gol fantasma de Tierney... Porque lo vimos tan cerca y se nos escapó de las manos, que es complicado de asumir. Pocas veces se presentará una oportunidad así.
En ese momento de dolor emocional llega la visita del PSG. Lo que hace tres semanas era una motivo para la ilusión y el orgullo, ahora parece un castigo. Un compromiso que nos descuadra la agenda. Todo porque el rival marcó un penalti más que nosotros y está en la final. Si esa moneda al aire hubiese caído cara, ahora estaríamos afilando los cuchillos para comernos a los de Luis Enrique. Así de fina es la línea que separa la alegría de la tristeza en el fútbol.
Lo que no comparto es que se ponga en duda todo lo que ha costado tanto tiempo construir. Perder por un gol con los menos habituales en casa de un Sevilla que es el vigente campeón de la Europa League y esta misma temporada ha disputado la Champions, parece la tragedia más absoluta.
Aceptamos con facilidad las cosas buenas de viajar por Europa. Vivir noches como las de Salzburgo y Lisboa, superar en Anoeta durante 70 minutos al subcampeón del torneo, el Inter, plantar cara al PSG en el Parque de los Príncipes hasta que nos despistamos en un córner... Pero nos resulta más difícil de asumir las consecuencias de todos esos momentos felices: el cansancio, las rotaciones, el peaje que hay que pagar en Liga...
Mientras esperaba en la zona mixta del Pizjuán para entrevistar a algún protagonista, veía desfilar rumbo al autobús a Oyarzabal, Merino, Traoré, Le Normand, Kubo... Ninguno había jugado. Primero porque venían reventados de la Copa y segundo porque mañana espera un reto de los grandes y hay que afrontarlo con las máximas garantías.
El partido de Sevilla estuvo condicionado por haber llegado a octavos de Champions y a semifinales de Copa. Cuando los periodistas locales vieron la alineación de la Real no se lo creían. «No hay por dónde cogerla», me decían. «Pero si os tenéis que centrar en la Liga, que es lo que os va a dar para ir a Europa el año que viene». Claro, pensaba yo, pero es que nosotros estamos vivos en la Champions.
Trataron de convencerme de que la eliminatoria estaba perdida y no lo comparto. Una cosa es que esté muy difícil y otra que no haya ninguna posibilidad. Llegar hasta aquí cuesta tanto como para tirar a la basura la ilusión y el mérito de vivir un partido así. Primero hay que quedar entre los cuatro primeros de la Liga, cosa que solo ha ocurrido tres veces en los últimos 25 años en nuestra historia. Y después superar una fase exigente de grupos contra Inter y Benfica. Lo de la suerte en el sorteo no va con nosotros a pesar de ser primeros.
La Real que tan bien jugó durante una hora en París queda a solo tres semanas. La que ganó en el descuento en Mallorca en Liga, a dos. Aunque el golpe en Copa lo haya borrado todo y nos sintamos los más miserables del mundo, es ahora cuando más fría hay que mantener la cabeza.
Me niego a creer que el aficionado del Deportivo, por poner un ejemplo, pueda ser hoy más feliz que nosotros porque se vea remontando posiciones en Primera RFEF. Sería no tener perspectiva de las cosas. Cuando vienen mal dadas es buen momento para agradecer todo lo que hemos recibido y nos ha hecho disfrutar este equipo. Porque seguramente estamos viviendo la época más dorada del club junto a los gloriosos ochenta de los cuatro títulos y sería una pena no darnos cuenta de ello. Que hasta he visto comparar lo vivido contra el Mallorca con el paso por Segunda...
Desde que Imanol cogió el equipo lleva cuatro clasificaciones seguidas para Europa, hemos ganado un título ante el eterno rival y hemos sentido sensaciones desconocidas en la Champions, que hasta hace poco parecía que nos quedaba grande. Sin hablar del día a día y lo que hemos disfrutado en Anoeta. Pero cuando se vuela tan alto hay que aceptar también que el tortazo puede ser mayor. Como ha ocurrido.
El partido de mañana es para disfrutarlo a tope. Una Real entre los 16 mejores de Europa que va a jugar contra el PSG. Algo que quizás no veamos en mucho tiempo. Ya llegará el momento de analizar la planificación de la temporada, porque el equipo se nos ha vuelto a caer en febrero, y la confección de la plantilla, con unos delanteros lejos de lo que siempre hemos tenido. Son aspectos que no se pueden solucionar ahora. Lo que nos queda es lo que está en nuestra manos: transmitirles todo el apoyo y el agradecimiento por lo que nos están haciendo disfrutar. Yo con esta Real voy al fin del mundo.
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