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JAVIER SADA
Domingo, 11 de diciembre 2016, 11:42
No es necesario demasiado esfuerzo para dejar patente el atractivo que instintivamente produce un coche de bomberos -además de los propios bomberos- ya se trate ... de público adulto o infantil, y como mero ejemplo recordemos su participación en la Cabalgata de Reyes mereciendo la máxima expectación del respetable.
Periódicamente se informa de reformas en el parque donostiarra, ya sea con camiones autobrazo, restauración de autobombas veteranas o adquisición de nuevos motores. En este comentario se trata de recordar la primera bomba contra incendios que llegó a San Sebastián, allá por el año 1817.
Reciente todavía el incendio de 1813 y las reuniones de vecinos para encontrar una solución, llegando a crear una mutua que pudiera compensarles ante nuevos desastres, sabemos que el 8 de septiembre de 1817 Manuel Collado, abuelo materno del duque de Mandas y padre de Fermín Lasala, perjudicado, además, por los hechos de 1813, fue la persona a la que el municipio encargó adquirir la primera bomba contra incendios.
Apenas tres meses más tarde, informó al consistorio de que en virtud de la comisión que se le había encomendado solicitó información a distintas ciudades llegando a la conclusión de que, cotejados los datos, las mejores ofertas calidad/precio eran las procedentes de París. En escrito del 6 de diciembre comunicaba que antes de proceder a su adquisición había convocado a «los profesores y artistas de más fama» de la capital sa, dando como resultado la compra de la autobomba que dicho mes y día se encontraba ya en nuestra ciudad.
«Su coste, escribía, ha sido de 6.746 reales de vellón, cuya cantidad he satisfecho yo mismo y espero me la reembolsen con la mayor brevedad». Curiosamente, un año más tarde el señor Collado seguía reclamando al Ayuntamiento el cobro de dicha cantidad.
Sin dudar sobre la efectividad de dicho vehículo y ante la falta de un servicio permanente de personas dedicadas a sofocar los incendios, en 1824 se consideró oportuno entregar 1.800 reales a las tropas sas que acudieron a sofocar un fuego ocasionado en la población.
La trayectoria de aquella primera bomba puede ser seguida a través de algunos retazos documentales como el escrito remitido al regidor, señor Olózaga, en 1834, por el carpintero José Antonio Aguirrebengoa, superviviente del saqueo del 31 de agosto de 1813.
Después de denominarla como «la antigua bomba de incendios», luego ya debía de haber alguna más, comenta que el Ayuntamiento le encargó acudir a la alhóndiga para recogerla y llevársela a su casa «para su custodia y conservación».
A cambio de este servicio el Ayuntamiento se había comprometido a pagarle los 12 reales de vellón que pagaba mensualmente, en concepto de alquiler, a la propietaria de la casa, Josefa de Soroco.
José Antonio se quejaba en su carta del retraso que estaba produciéndose en el pago de dicha ayuda, pues llevaba varios meses abonándola de su bolsillo con riesgo de ser obligado a abandonar la vivienda. Igualmente, en la misiva, protestaba porque se le había prometido un sueldo de 40 reales por el trabajo de conservación de la máquina y hasta la fecha no había recibido ni un solo real.
Dando un salto en el tiempo, en el inventario de útiles realizado el año 1889, el más antiguo que se conserva en el archivo municipal relacionado con el parque de bomberos, se recoge la existencia de dos bombas montadas en carros de mano, tres en carros de cuatro ruedas pequeñas y cuatro de a doce mangas de ocho metros cada una.
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