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Antonio J. Armero
Domingo, 18 de mayo 2025, 09:06
«Soportaría el impacto de un avión Boeing 747», dice uno de los técnicos que mejor conoce esta infraestructura estratégica para España pero también para ... Portugal, un mastodonte a prueba de imprevistos que el pasado 28 de abril, el día del gran apagón eléctrico nacional, apenas pestañeó. Esto es Alcántara (Cáceres), 3.162 hectómetros cúbicos de capacidad, el embalse más grande de España tras el de La Serena (Badajoz) –le saca 38 hectómetros cúbicos de nada– y el cuarto de Europa tras el luso de Alqueva y el griego de Kremasta. Por fuera parece grande. Por dentro, impresiona, abruma, encoge, acongoja.
Los ingenieros de Hidroeléctrica Española –actual Iberdrola– que diseñaron la planta en los años sesenta llegaron al lugar veinte siglos tarde. Se les adelantaron los romanos, que ochocientos metros más abajo eligieron el emplazamiento ideal para su puente, una maravilla monumental en pie desde el año 105 que ha sobrevivido a guerras varias y que cuenta los meses para ceder el paso de coches y camiones a un viaducto nuevo.
«Alcántara es la presa más espectacular por dentro y su central hidroeléctrica, la más bonita», dice Adela Barquero, responsable de generación hidroeléctrica de Iberdrola en la cuenca del Tajo, lo que significa que manda sobre siete presas y once centrales hidroeléctricas, entre ellas la José María de Oriol, que fue construida en el año 1969, tiene 957 megavatios de potencia y está al pie del embalse de Alcántara. Es ingeniera eléctrica, extremeña, y entre sus méritos cuenta el de ser capaz de explicar cómo es posible convertir el agua en energía de forma que todos lo entiendan y nadie se sienta un necio.
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Hay una lámina de agua inabarcable a la vista: 10.400 hectáreas y 91 kilómetros (desde casi la frontera ibérica hasta el embalse de Torrejón, en el parque nacional de Monfragüe). Es el Tajo, pero también vierten aquí sus afluentes el Alagón y el Tiétar, cuencas todas ellas torrenciales, o sea, inestables, caprichosas, traicioneras, que un año languidecen de sequía y al siguiente se desbordan.
El agua llega mansa a la presa y se topa con un muro de 130 metros ligeramente inclinado, con forma de triángulo equilátero, mucho más ancho abajo (diez metros) que arriba (dos y pico), dividido en 19 bloques o elementos de hormigón por fuera y huecos por dentro (por eso se le llama presa de gravedad aligerada), cada uno de ellos con dos contrafuertes que contrarrestan las presiones que ejercen el líquido acumulado y la meteorología. Además, para que nada comprometa su estabilidad, lo que hacen esos bloques es desplazarse, normalmente unos milímetros.
«La presa se mueve», comenta a título ilustrativo Javier Caballero, responsable de la central de Alcántara y de la vecina de Cedillo (en el pico del mapa de Extremadura que pincha a Portugal). Lo dice y alguno de letras carraspea. «Hasta un centímetro pueden oscilar», detalla el técnico, que al igual que su colega, está acostumbrado a dar charlas a niños y sabe cómo contar las cosas a la prensa. Levanta una mano, mueve los dedos hacia adelante y atrás, y explica que «los elementos o bloques de la presa son como los dedos de una mano, que están unidos por una falange y al mover uno, se mueve un poco también el de al lado».
Caballero da la explicación genial junto a la carretera que atraviesa el embalse, o sea, la azotea de la presa. Por debajo están sus entrañas, un puzle de túneles de hormigón y pasadizos metálicos, al igual que las escaleras, en las que un letrero advierte a los valientes que es obligatorio agarrarse al pasamanos. Hay también focos modelo estadio de fútbol y paredes altísimas que dan vértigo a quien no lo tiene.
Sobre la lámina de líquido, a unos pocos metros del muro, emergen cuatro cilindros unidos a la presa. Son las torres de toma, y si el agua fuera transparente, se vería que continúan hacia abajo y llegan hasta los cimientos de la presa. En su parte más próxima al suelo tienen dos compuertas, una de servicio y otra de seguridad. «Son una especie de llave de paso», simplifica Adela Barquero. Cuando las compuertas se abren y dejan entrar agua, esta corre por un circuito de tuberías de 7,5 metros de diámetro que la conducen hasta las cuatro turbinas, que son el corazón de la central. En cada una de ellas hay un rotor y un alternador que convierten el agua en energía.
Esas turbinas entran en acción y se ponen a producir no cuando Iberdrola quiere, insisten desde la compañía, sino cuando Red Eléctrica se lo ordena. Porque así –amplian– funciona el mercado eléctrico español, en el que oferta y demanda deben ir de la mano para que no ocurra lo del 28 de abril, cuando España se apagó.
Adela Barquero
Responsable de generación hidroeléctrica de Iberdrola para la cuenca del Tajo
Ese día, en la central arquearon las cejas, como en el resto del país. Pero no hubo dramas ni carreras. Porque la planta tiene un dispositivo de arranque autónomo y no precisa esperar a que la red recupere tensión eléctrica para acoplarse a ella, ya que por sí misma produce tensión. Además, en los simulacros que celebran cada año han contemplado escenarios como ese y peores. En solo unos segundos, la central volvió a encenderse, y «en unos minutos» ya estaba lista para producir energía si Red Eléctrica se lo pedía. Lo que sí hubo ese día de enchufes convertidos en adornos fueron más conversaciones de lo habitual con el COHI (Centro de Operación Hidroeléctrica de Iberdrola para España y Portugal, con sede en Salamanca).
En esa jornada histórica que alegró las cajas de las tiendas de transistores a pilas, las centrales hidroeléctricas ayudaron a recuperar el suministro en la medida en que Red Eléctrica se lo fue requiriendo. «Son flexibles y rápidas», resaltan los técnicos de Alcántara, donde Iberdrola tiene en plantilla a 15 personas. Además, una media de 22 empleados de otras empresas trabajan cada día en esta instalación estratégica para el sistema hidráulico portugués.
Lo es por su ubicación junto a la frontera y por sus dimensiones. Si en Alcántara se les fuera la mano, podrían inundar una parte apreciable de la geografía portuguesa, donde las viviendas próximas a cauces proliferan más que en España, entre otros motivos porque su marco jurídico en relación con el dominio público hidráulico es distinto.
El embalse extremeño es la puerta de entrada del Tajo en Portugal, y ahora está casi lleno. En concreto, al 96%, tras un invierno tan lluvioso que el pasado marzo hubo que tomar una decisión poco frecuente: soltar agua. Para eso están los desagües de fondo y sobre todo, los dos aliviaderos. Uno libera 4.000 metros cúbicos por segundo, y el otro, el doble, 8.000. Este más grande el de la margen izquierda, es más ancho que el paseo de la Castellana de Madrid. Otra cifra salvaje de una infraestructura única en España.
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