«Descorchaba el vino para servirlo, pero no olía nada»

Fueron días difíciles para Muro, que hacía todo lo que estaba en sus manos para recuperar ese sentido tan preciado por los sumilleres y que nunca se hubiera imaginado que podría desaparecerle. «Una noche, el segundo o tercer día desde que di positivo, terminé de cenar», explica. Se acuerda a la perfección de aquel momento. «Fui de la habitación al baño y de repente me di cuenta de que no apreciaba los olores de las diferentes salas». Acostumbrado a que en cada habitáculo de su casa haya aromas distintos, Muro empezó a sospechar, pero la cena la había saboreado y olido a la perfección. Ya en el baño, antes de prepararse para acostarse, intentó oler la pasta de dientes, el jabón, un perfume... Pero fue en vano. «No sentía nada. 'Me ha tenido que pasar a mí'», pensó.

La pérdida del olfato no fue permanente, por suerte, y pudo recobrar poco a poco el sentido que es su herramienta de trabajo. Notaba que los alimentos no tenían el mismo gusto, pero aún sabían. El olor, sin embargo, había desaparecido completamente. Se esfumó en un abrir y cerrar de ojos, lo que tardó en terminar de cenar e ir a asearse antes de meterse en la cama. Fue «un 'shock'» que llevará con él tiempo. «Sabía que esto podía pasarme, pero justo a mí, que trabajo con el olfato... Al principio me agobié, pensando qué iba a pasar si no podía recuperarlo. Pero enseguida relativicé. Me encontraba bien». Por lo que cambió su actitud y se puso a entrenar el músculo que le ayuda a desempeñar su carrera profesional con éxito.

Compañeros de trabajo que habían vivido una situación similar le hablaron de técnicas de recuperación del olfato y se puso manos a la obra. «No quería que mi olfato se atrofiara más. Me recomendaron hacer infusiones de productos aromáticos intensos, como los cítricos, la canela o el olor a café». Cada día durante casi un mes Muro se preparaba un par de infusiones, una a la mañana y otra a la tarde. «Cogía los vapores, donde se quedan los aromas, y los olía». Al principio no descifraba ningún olor, pero a las dos semanas aproximadamente olió por primera vez el café de la mañana. «Fue una alegría inmensa», ite.

El proceso de recuperación fue «lento», pero «sientes una alegría infinita. Es como cuando un deportista se lesiona. Tiene que trabajar para recuperarse. Lo mismo me pasó a mí. Tuve que volver a entrenar la nariz para que no se olvidara de oler». Ahora, con sus capacidades al 100%, vuelve a disfrutar de su trabajo sin necesidad de ayuda. El corcho y los aromas le hablan en un lenguaje que ya vuelve a entender sin necesidad de traductor.