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¿Es más fácil entenderse con un hijo adolescente cuando los padres tienen 35 años o cuando tienen 60? «Los extremos son igual de malos. ... Los que han sido padres cuando ellos mismos eran adolescentes no conectarán bien porque se han perdido etapas de la vida, han asumido demasiado pronto la responsabilidad de ser padres«, advierte Guillermo Fouce, presidente de Psicología sin Fronteras. Y con los padres mayores el abismo que se abre es también considerable. «Cuando la madre o el padre le llevan muchos años a sus hijos sucede que están en otra galaxia distinta a la de ellos». Y los adolescentes... ¿son más 'llevaderos' a una u otra edad?
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Es el inicio de la adolescencia, «una etapa vital de cambios físicos, psicológicos, emocionales y relacionales para los chavales y un momento de retos y adaptación para los padres. Sus hijos comienzan a querer tomar sus propias decisiones, experimentan cambios de humor, necesitan más independencia y compartir más tiempo con los iguales», explica Mariola Bonillo, psicóloga experta en pareja y familia. A los 12 comienzan a aparecer todos estos cambios, «pero a esa edad aún quedan aspectos del niño o niña que fue» y, por tanto, «no es la edad más conflictiva».
«En esta franja de edad aumenta la necesidad de más independencia, la idea de que pueden con todo, las posibles conductas arriesgadas o de revelación y, por ello, puede ser el momento de mayor dificultad para lidiar con ellos», advierte la especialista.
«A partir de los 17 años ya hay una mayor habituación a los cambios de la adolescencia, a su forma de pensar». Además, su manera de responsabilizarse «se parece más al del adulto». Esta etapa final de la adolescencia, señala la especialista, «es un momento crucial para los chavales por coincidir, entre otras, con preocupaciones en torno a lo profesional y a los planes de futuro». Aquí la intervención de los padres será fundamental: «Hay que acompañarles a pasar a la etapa adulta».
Desde los 12 a los 18 años tenemos un amplio margen de tiempo para ir 'reencontrándonos' con ese hijo que, de repente, parece otro. A veces, alguien extraño. «Para conectar con ellos es clave cuidar el vínculo afectivo. Tener una buena comunicación, dedicar un tiempo de calidad a diario, de atención plena, de escucha comprensiva y respetuosa de sus necesidades, validando lo que sienten y haciéndoles partícipes de tomas de decisiones adecuadas a su edad», orienta Mariola Bonillo. Sugiere que les motivemos a realizar actividades «que les generen emociones positivas». Y, sobre todo, como padres debemos hacer «que se sientan seguros, queridos y valorados».
Es una etapa crucial en el desarrollo de nuestro hijos, pero no debemos olvidarnos de nosotros mismos, recuerda la psicóloga. «Cómo padres, debemos reflexionar sobre nuestro propio momento vital: cómo nos sentimos, qué nos está siendo más sencillo de gestionar, qué dificultades encontramos, cómo estamos llevando la transición de niño (niña) a adolescente y de adolescente a adulto».
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