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La escritora y periodista Arantxa Urretabizkaia (San Sebastián, 1947), recibe hoy en el marco de la entrega de los premios literarios Kutxa Ciudad de San ... Sebastián el galardón Ibilbidea, por su trayectoria «larga y significativa en pro de la producción editorial vasca» y por ser «una transgresora, tanto en su obra literaria como en su actividad cultural» que en su obra «ha abordado cuestiones sociales invisibles en su tiempo y creado posiciones y personajes ajenos a la normalidad social, realizando retratos sutiles de distintas trayectorias y opciones vitales»,
– ¿Se reconoce en los elogios y en los méritos que le atribuye el jurado?
– Los agradezco mucho, pero ito que lo he mirado muy por encima, porque me da mucho pudor. Si tuviera siempre presente la mirada de los otros no escribiría ni un folio. Para mí la literatura es el terreno de la libertad, donde hago lo que se me ocurre, sin razonamientos, por puro instinto, y no me siento cómoda analizando desde la razón lo que es instintivo. En la vida soy una persona bastante racional, las personas que me conocen de cerca dirían que soy incluso demasiado racional, pero no en el terreno de la escritura.
– ¿Puede estar en esa capacidad de abstraerse de la mirada de los otros el secreto de una carrera literaria tan larga y personal?
– Yo diría que ha sido más consecuencia de haber tenido que hacer de la necesidad virtud... Yo no tengo conexión ninguna con el sistema editorial, ni con otros escritores. La tuve de joven, pero hace mucho que aquello quedó atrás y voy funcionando por mi cuenta, de manera que tampoco he sentido con demasiada intensidad esa mirada externa.
– No negará que es un referente importante en la literatura en euskera de las últimas décadas, sobre todo cuando se habla de la literatura escrita por mujeres.
– Ahí ya me rindo, contra eso no se puede luchar. Como dice un amigo mío científico, es priorizar las hormonas con respecto a las neuronas. Y en mi caso las hormonas estaban siempre en primer plano, incluso cuando hace décadas que esas hormonas ya no circulan por mi cuerpo. En lo que respecta a ser o no un referente, tengo que reconocer que es algo a lo que le iba dando vueltas antes de escribir este último libro. Yo escribo en las rendijas que me dejan el trabajo y la vida, no puedo dedicarme a esto de manera exclusiva. Además, no podría, porque para mí es el trabajo más difícil. Hablando con una persona de confianza le dije «¿y si escribo otro libro y no tiene buena acogida?». En un momento determinado lo pensé, pero enseguida me di cuenta de que mi autoestima sufriría, pero mi cuenta corriente seguiría igual, lo que da bastante libertad. Esa persona me respondió que, en mi caso, no era solo eso, que me estaba jugando el prestigio ganado durante mucho tiempo, y eso me dejó perpleja, porque tampoco me lo han dicho demasiadas veces.
– Y escribió 'Azken etxea', que publicó Pamiela la pasada primavera y no parece que vaya a afectar negativamente a su prestigio.
– Sí, y no fue un trabajo fácil, me costó mucho dar con el tema. Un día comenté en casa esas dificultades, y mi hijo me preguntó si no se puede vivir sin escribir. Le contesté que sí, pero que se vive peor. Tener un proyecto da forma a la vida, te sitúa un poco más allá del objetivo que parece ser fundamental entre las personas de mi edad, que es durar. No sé si tendré fuerzas para el siguiente libro, alguno será el último, pero yo desde luego vivo mejor si tengo un proyecto. Llevo 50 años en esto, podría haberme quedado en una 'has been' –fue la primera que hizo tal cosa, la primera que hizo tal otra...–, pero yo quiero seguir haciendo cosas. Para mí sigue siendo más importante lo que queda por hacer que lo ya hecho.
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– En el terreno de la literatura, no es poco. Centrándonos solo en las novelas, desde que en 1979 publicó 'Zergatik panpox' prácticamente ha escrito una por década. Las dos últimas con protagonistas mayores. ¿No teme convertirse en la señora mayor que escribe sobre señoras mayores?
– No le he dado demasiadas vueltas al tema, pero sí es verdad que desde 'Las tres Marías' parece que me he convertido en experta y me llaman para dar charlas sobre el envejecimiento... Llevo 20 años leyendo sobre el tema y sí, las protagonistas de mis dos últimas novelas son viejas, porque me he dado cuenta de que sobre la vejez y el envejecimiento más que auxilio social, más que casas de reunión, lo que nos falta es ideología. Una vez desaparecido el modelo tradicional de envejecimiento, necesitamos un rearme ideológico para plantear modelos alternativos.
– ¿Qué le molesta más, esa especie de condescendencia paternalista con la que se trata a menudo a las personas mayores o que, por decirlo de alguna manera, se las deje fuera de juego?
– Al paternalismo estoy acostumbrada desde joven, estoy entrenada, sé como responder. En realidad, creo que en la medida en que no me preocupa la mirada ajena no me importa mucho casi nada, me da igual lo que piensen. He desarrollado una cierta miopía selectiva. Lo otro lo llevo peor.
– ¿En qué sentido?
– Lo que nos dicen a las personas de mi edad es que tenemos que hacer dos cosas fundamentales en la vida: descansar y disfrutar. Todo lo que salga de ahí, con cuentagotas. No entiendo esa necesidad de disfrutar 24 horas al día siete días a la semana. No creo que hayamos venido a este mundo a sufrir como nos decían cuando éramos pequeñas, pero tampoco creo que hayamos venido a disfrutar. Lo que ocurre es que lo de disfrutar y descansar incluye una tercera cuestión, que es colocarnos lo más lejos posible del lugar donde se toman las decisiones. Ya decidiré yo por ti. Tu hijo, la asistenta social o el diputado general decidirán lo que a mí me conviene. Así lo ve mucha gente, pero mientras sea capaz yo quiero llevar el timón de mi vida, no quiero que lo lleven los demás, mientras me dicen que me siente a descansar y disfrutar.
– Junto con 'disfrutar' y 'descansar', creo el tercer verbo que más le gusta es 'durar'.
– Esa es otra obsesión presente en una de las conversaciones de 'Azken etxea'. Yo no quiero vivir para durar por durar. Necesito tener un proyecto a la medida de mis necesidades y mis posibilidades. Tampoco quiero andar como estas últimas semanas, corriendo de un sitio para otro, sin tiempo para regar mis bonsais, pero lo asumo y no puedo culpar a nadie porque soy yo la que se mete en líos. Lo que realmente me molesta es estar fuera del lugar donde se toman las decisiones.
– ¿Lo considera una forma de discriminación?
– Claro, pero lo aceptamos, como cuando hablamos de 'mis tiempos'. Mi tiempo no es el pasado, el tiempo de cuando era joven; mi tiempo también es este, a mí del presente no me van a echar. No entiendo esa manera de vivir con la mirada fija en el retrovisor, aunque se supone que es lo que tenemos que hacer: buscar una oreja joven a la que meter la chapa sobre lo que hicimos cuando éramos jóvenes.
– La nostalgia no va con usted.
– Cero nostalgia. Ni tan siquiera regreso a mis novelas anteriores, porque son agua pasada y ahí están, en el pasado, con sus aciertos y sus errores. Yo prefiero pensar que el día más feliz de mi vida está por venir.
– ¿La mejor novela también?
– En este momento no sé muy bien qué haré. Una novela me supone un grandísimo esfuerzo. Envidio a los escritores que entran en una especie de trance y les salen 40 folios. A mí no me pasa. Yo para escribir 40 folios necesito seis meses, y con una novela puedo pasar un par de años.
– Cuanto mayores nos hacemos más rápido corre el tiempo en lo que respecta al desgaste físico y cognitivo.
– Esa es la parte más débil de mis reflexiones, tengo que trabajarlo más, dedicarle más esfuerzo y más lecturas porque, obviamente, es un aspecto fundamental.
– El protagonismo de 'Azken etxea' recae en mujeres mayores con planes de futuro y con un pasado bastante singular que encarnan todas esas reflexiones.
– Tenía claro que no quería abuelitas entrañables. Las abuelitas entrañables me merecen todo el respeto del mundo, pero no veo por qué tiene que ser una obligación volverse una abuelita entrañable. La edad no nos iguala. Hay muchas mujeres de mi edad que han tenido vidas bien distintas y bien interesantes que las llevan a vivir un tipo de vejez diferente del que nos parece más habitual.
– No se puede negar que su tipo de vejez es diferente, y su forma de hacer las cosas también. La propia novela es diferente a la mayoría de las anteriores.
– Eso es algo que está hecho a voluntad y a conciencia. Muchos lectores me lo han comentado, y algunos me han dicho que, por la importancia que tiene la intriga, les recuerda a Hitchcock.
– ¿Es así?
– Yo creo que no es Hitchcock, porque Hitchcock rara vez salva a los que han hecho algo malo. Creo que es más Patricia Highsmith, que tiende más a salvar a los malos.
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