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En una jornada destinada a pensar, nada más adecuado que la victoria de un devorador de novelas, Bauke Mollema (Trek), y el salto al segundo puesto de la general de un filósofo, Guillaume Martin (Cofidis). Primum vivere deinde philosophari. Primero vivir, después filosofar.
Día para pensar porque vienen los Pirineos. Carreteras viejas, sin secretos. El Tour, en estado puro, como fue desde el principio. El Tour, a la espera de noticias. Los telegrafistas de los mejores equipos intentan descifrar las señales que la antena del Mont Ventoux envió al observatorio del Pic du Midi, encima del Tourmalet: maillot amarillo descolgado, maillot amarillo descolgado...
El coloso de los Pirineos espera a la carrera el jueves como un juez emérito, sentado en su magisterio de más de un siglo para autorizar el paso del ganador del Tour. No tiene prisa. Tadej Pogacar (UAE) pareció un hombre y no un ser sobrenatural en el monte pelado y la carrera espera respuestas. ¿Qué fue aquello? ¿Por qué cedió 40 segundos –luego recuperados en la bajada– a Vingegaard (Jumbo)? ¿Está cansado el líder? El Tourmalet certificará quién es el ganador del Tour, pero en su debido momento. Antes de acudir a visitar a su ilustrísima, tres etapas recorrerán los Pirineos de este a oeste, igual que la primera vez, en 1910. Poco han cambiado esos caminos.
La inesperada flojera del maillot amarillo en lo peor del Ventoux mantiene abierto el Tour, por mucho que las diferencias en la general sean gigantes. Segundo es ahora Guillaume Martin (Cofidis), que ayer arañó cinco minutos en la escapada y se coloca a 4:04 de Pogacar. Los únicos rivales potenciales del esloveno vienen un poco más tarde: Urán (EF) a 5:18, Vingegaard (Jumbo) a 5:32 y Carapaz (Ineos), a 5:33. Tras el esfuerzo de ayer, lo más probable es que los Pirineos manden al autor de 'Sócrates en bicicleta' de nuevo a las profundidades.
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Hoy será figura en Francia, que necesita urgentemente un ganador del Tour que tome el relevo de Bernard Hinault. Desde que logró su quinto triunfo en 1985, ningún ciclista galo ha pisado lo más alto del podio de París. Martin habrá soñado con ello, claro, pero conoce el mito de la caverna de Platón: no es lo mismo la realidad que su sombra. «La Filosofía no ayuda a ser mejor ciclista», asume.
No se le conocen preferencias filosóficas a Pogacar, que sin embargo afronta una prueba de liderazgo a partir de hoy. Hasta el momento, su carrera ha sido un ejercicio de libertad, de exaltación del talento individual, del que anda sobrado. El año pasado corrió todo el Tour liberado de obligaciones y ganó con un golpe maestro el último día. Sus exhibiciones en la Vuelta a España de hace dos temporadas fueron gestos de un genio puro, sin erosionar por el realismo de la vida profesional. La juventud y el placer de ganar.
Ahora, tras su triunfo en París, su posición ha cambiado. Tiene sobre su cabeza el peso que han soportado todos los campeones de la historia y este Tour es un examen. Nada indica que esté suponiendo una carga para él. De hecho, suma tres recitales asombrosos, en la contrarreloj, en la etapa de Le Grand-Bornand (sobre todo) y en la de Tignes. Los sucesos de los dos últimos kilómetros del Ventoux son la única rendija que ha dejado abierta en su actuación.
Pero ahora empieza un Tour nuevo. Con las cartas marcadas, sí, pero nuevo. La tercera semana de carrera se alarga un día y comienza hoy camino de Andorra con una etapa agonística, con esa clase de subidas eternas que minan la moral. Mucho tiempo para pensar en el sufrimiento. Puertos sin fin al 5% de desnivel, que no es dureza en sí misma pero sí un goteo de dolor que parece no acabar. Y el libro de ruta, que siempre engaña en estas etapas: Montée de Mont-Louis, primer puerto de la jornada. Ocho kilómetros, según la versión oficial, pero la subida empieza después del sprint bonificado: desde ahí hasta la cima hay veinte kilómetros. Y, luego la ascensión interminable a Envalira, que tampoco pasa del 6% pero se corona a 2.400 metros del altitud. Es el techo del Tour, el souvenir Henri Desgrange. Y algo hay que subir para llegar a esas cotas.
Pogacar está teniendo tiempo para pensar. Dos etapas llanas y la travesía sin sobresaltos de ayer han sucedido a sus dudas en el Ventoux. Ayer su equipo funcionó bien y condujo al maillot amarillo sin incidencias hasta la falda de los Pirineos. Pero a partir de hoy se empezará a notar el peso de la tercera semana de una vuelta grande, que nunca es fácil de medir pero existe. Vaya que sí existe.
Los precedentes favorecen a Pogacar, que ganó el Tour el último día y voló en la semana final de la Vuelta 2019, en la que ganó tres etapas. Además, los cinco minutos de ventaja que tiene en la general son una ventaja insuperable en el ciclismo moderno. Con mantener la calma, como hizo Egan Bernal (Ineos) en la fase final del Giro, le debe bastar para asegurarse un triunfo cómodo en París, teniendo en cuenta además que falta una contrarreloj de 31 kilómetros el penúltimo día donde puede machacar a los Urán, Vingegaard, Carapaz y compañía. La única amenaza para Pogacar es Pogacar. Si no revienta, ganará su segundo Tour con 22 años y pondrá a todo el mundo a discutir sobre si ha arrancado una nueva era y si, de aquí a tres años, Eddy Merckx verá otro de sus récords igualado, esta vez el de los cinco Tours.
Todo esto, a Mollema le iba dando igual rumbo a su victoria de etapa. Ya habrá leído cuatro o cinco libros en lo que va de Tour y ahora, con el trabajo bien hecho, le da tiempo de acabar 'Guerra y Paz' antes de llegar a París. Guerra o paz, esa es la cuestión.
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