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La capacidad del Tour de Francia para fabricar mitos es inagotable. Incontables hazañas de valentía, redención, audacia, arte y sacrificio se suceden desde que ... el 2 de julio de 1903, tal día como hoy hace 118 años, Maurice Garin surgió de la oscuridad de la madrugada en Lyon para ganar la primera etapa de la historia, que había salido la víspera desde París. La galería de héroes es interminable: Petit-Breton, Leducq, Magne, Bartali, Coppi, Bobet, Anquetil, Poulidor, Ocaña, Fignon, Hinault, Indurain, Froome...
Y, por encima de todos, Eddy Merckx. El 'Caníbal', el hombre que atesora todos los récords del ciclismo, un corredor que obliga a reconsiderar el uso de las palabras gesta, exhibición, hazaña y de cualquier adjetivo que las ilustre. Todo queda a años luz de lo que hacía Merckx a diario. Nadie discute al rey. Solo el Tour de Francia tiene la grandeza para competir con su mito y permitirse el capricho de cuestionar su supremacía, siquiera de forma parcialísima. Aunque para ello haya que resucitar a alguien. El Tour puede hacerlo.
Y aquí está Mark Cavendish (Deceuninck), que no corría el Tour desde hacía cuatro años y no ganaba desde hacía cinco. Que ha atravesado una crisis que le hizo descender a los infiernos de la depresión, que suplicó correr este año solo para poder despedirse desde encima de la bici. Ese hombre ha resucitado y ayer volvió a Châteauroux, el lugar donde ganó su primera etapa del Tour en 2008 –repitió en 2011–, para firmar su triunfo número 32 y quedarse a dos del récord absoluto de Eddy Merckx.
Solo el Tour es capaz de hacer esta clase de milagros. La victoria del martes en Fougères, la 31, devolvió a Cavendish a la primera línea y la de ayer le acerca a la mitología. Viene de una tierra celta, la Isla de Man, por lo que conoce desde la cuna las historias de magos y gigantes.
Si la del martes fue una victoria de factura técnica impecable en una llegada complicada, la de ayer fue canónica, en una recta de kilómetro y medio y diez metros de ancho (sin ninguna rotonda, mediana, parterre o cualquier otro obstáculo; así eran las ciudades de los años 60). Los 'Campos Elíseos del Berry', llaman a la avenida de La Châtre en Châteauroux. El escenario perfecto para un sprint puro, una meta que consagra al vencedor. Ganar aquí no es como ganar en Burdeos, la catedral del sprint, pero casi. No hay dónde esconderse en una recta de esta clase, no hay dónde encontrar una excusa en caso de derrota, no hay cómo ahorrar alabanzas a quien es capaz de levantar los brazos en una meta así.
Nada, ni la ausencia de Caleb Ewan –fuera del Tour por su propia temeridad–, cuestiona la victoria de Cavendish, que obliga a poner la cuestión sobre la mesa. «Ya sabes lo que te voy a preguntar», le dijo nada más cruzar la meta el periodista que realiza la entrevista exprés para la señal internacional de televisión. «Gané aquí mi primera etapa y si un día gano la 50 te diré lo mismo: quiero ganar más». Ni uno ni otro citaron a Merckx, pero no hace falta. Un fantasma amarillo sobrevuela el Tour.
Cavendish tiene 36 años pero ha rejuvenecido quince en dos días. Explicó su sprint como un juvenil, con todo detalle, con un entusiasmo refrescante, pasión, gesticulando para explicar cada cambio de trazada y la decisión clave del sprint: dejar la rueda de su lanzador, Morkov, para coger la de Philipsen (Alpecin) y remontarle por el centro. Rápido de piernas y rápido de cabeza. Ganó con un cuerpo de ventaja, con tiempo para levantar los brazos.
Pero, ¿y ahora, qué? ¿Puede ganar dos etapas más y alcanzar a Merckx? Sobre el papel, tiene tres oportunidades la próxima semana, después de los Alpes, en Valence (martes), Nimes (jueves) y Carcasona (viernes). Pero la carrera será diferente entonces. Por una parte, el fin de semana el Tour afronta los Alpes y Cavendish tendrá que apretar los dientes para llegar a meta. Su incapacidad para escalar montañas es tan legendaria como su velocidad, y son dos etapas cortísimas y muy duras en las que necesitará toda la ayuda que tenga a mano. Por otra parte, la superioridad que ha mostrado en las dos últimas llegadas hará, sin duda, que haya menos equipos deseosos de trabajar al frente del pelotón para sujetar las fugas y asegurar el sprint. Y eso si Alaphilippe, como pretende, no coge el maillot amarillo, lo que obligaría al Deceuninck a adoptar una nueva estrategia de carrera. No son dificultades pequeñas, pero palidecen frente al regreso de las profundidades que ha protagonizado este Cavendish, hoy, capaz de cualquier cosa.
Con la de ayer, Mark Cavendish suma 50 victorias en las tres grandes, algo que en toda la historia solo habían logrado dos corredores: Eddy Merckx, llegó a 64 (34 en el Tour, 24 en el Giro y 6 en la Vuelta) y Mario Cipollini sumó 57 (12, 42, 3). Cavendish acumula ya 32 en el Tour, 15 en el Giro y 3 en la Vuelta.
La victoria del británico llegó al final de una gran etapa. Hubo guerra desde el kilómetro cero y se rodó a cincuenta por hora todo el día (la media final fue de 47,704) en un pulso entre el pelotón y los fugados, varios de los mejores rodadores del mundo. Fue una muestra de lo que es el Tour, los mejores en todos los terrenos. El tren del Deceuninck volvió a demostrar por qué es el equipo más ganador del pelotón. No dosificó ni a Alaphilippe, que conduce de forma magistral la entrada del grupo a las ciudades, antes de apartarse y dejar paso a los súper especialistas. Una vez más, Michael Morkov dio un recital. Llevó a Cavendish en la posición perfecta y le dejó con todas las opciones abiertas a 200 metros de meta. Entonces, apareció el genio para hacer lo que le dio la gana. Y Merckx, viendo la etapa en Bruselas.
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