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Lucía, Iker, Aitziber, Álex y Alma son cinco niños guipuzcoanos de entre 9 y 15 años que, como todos a su edad, disfrutan de ... la vida y del colegio rodeados de sus amigos y compañeros de clase, con los que pasan buena parte del día desarrollando sus estudios, practicando deporte o jugando por el patio. Sin embargo, estos cinco pequeños tienen un mismo denominador común: todos padecen patologías crónicas como diabetes tipo 1, asma severa, anafilaxia o epilepsia.
Este hecho les impide hacer sus vidas con normalidad y les obliga a estar vigilados tanto por sus padres en el día a día como por sus profesores en las aulas. «Llevamos años solicitando la incorporación de un enfermero en los colegios porque creemos que es una figura indispensable, sobre todo para el acompañamiento de nuestros hijos que sufren algún tipo de enfermedad y requieren de un seguimiento y cuidado específicos», asegura Ana Esgueva, portavoz de 'Mi dulce guerrero', asociación sin ánimo de lucro cuyo objetivo es visibilizar la diabetes y recaudar fondos para su investigación, entre otras cosas. Dentro de ella hay aitas y amas con hijos que sufren también otras afecciones.
«Mi hijo Iker tiene diabetes tipo 1 y necesita tener un control estricto», destaca Esgueva, quien reconoce que «lo que no podemos hacer es cargar toda la responsabilidad sobre los profesores». Primero porque «no son sanitarios ni están cualificados para actuar en determinados momentos de tensión», añade, y segundo porque «no es su trabajo ni tampoco su obligación», explica. «Bastante tienen con lo suyo como para tener que añadirles esta carga», confiesa.
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Lo que ella reivindica es que Iker, de 10 años y alumno de 5º de Primaria del colegio Eguzkitza de Irun, esté en un entorno seguro y bien cuidado cada vez que acuda a clase y pide que se siga el modelo implantando en el curso 15/16 en Aldapeta Maria Ikastetxea de Donostia, único centro de Gipuzkoa que cuenta con una enfermera en su plantilla. «Ella está contratada por el colegio, pero algo es algo», señala. No obstante, dice, «nosotros lo que solicitamos es que, al estar hablando de una enseñanza obligatoria, sea el Gobierno Vasco quien se haga cargo de este puesto».
Hace menos de dos meses, Esgueva y el grupo de padres que conforman la asociación tuvieron la oportunidad de ponerse en o con la consejera de Salud, Gotzone Sagardui, para tratar un asunto que catalogan de «máxima prioridad». «También hicimos un escrito al consejero de Educación (Jokin Bildarratz), pero no hemos obtenido respuesta», lamenta antes de anunciar que próximamente presentarán una moción en el Ayuntamiento de Irun para solicitar la contratación del enfermero escolar después de haber recibido «respaldo» por parte de «todos los grupos políticos».
Y es que una rápida actuación es clave para evitar una desgracia, cuenta Yolanda Reyes, madre de Alma. Con tres años a su hija le diagnosticaron un asma severo que a punto estuvo de provocarle un fatal desenlace. Tenía un asma todavía no muy controlado. «Todo pasó después de que de repente se echase a llorar. Se le cerraron los bronquios de tal forma que no había manera ni de meterle el ventolín, no le entraba el aire. Así que cogimos el coche y la llevé al hospital», recuerda Reyes, que sigue con la imagen grabada en su retina de cómo la pequeña Alma iba «mareada» y «con los labios azules».
Una vez en urgencias, «me la quitaron de las manos y la metieron para dentro». Afortunadamente, todo quedó en un susto. «Mi preocupación es si le ocurre algo similar en el colegio porque hay que actuar de forma muy rápida. Cuando ves a la niña así es difícil saber qué hacer, si va a remontar, si no...». Ahora, con las visitas al neumólogo la sintomatología se ha visto reducida, pero hay situaciones –por ejemplo si se pone nerviosa o se producen cambios de estaciones– en las que esta niña de 9 años sigue necesitando el ventolín para poder remontar determinadas crisis y volver a la normalidad.
Episodio similar le tocó vivir a Montse Hernández con su hijo Álex, a quien con 4 años le dio un shock anafiláctico, también conocido como anafilaxia, que consiste en una reacción alérgica extremadamente grave que afecta a todo el organismo y se instaura a los pocos minutos de haber estado expuesto a algún alérgeno. En su caso fue por la ingesta de frutos secos. «Se le cerraron las vías respiratorias, empezó a picarle la boca y se le inflamaron los labios hasta que se desmayó», relata mientras hace hincapié de la importancia de tener un enfermero también en The English School, en San Sebastián.
«Mi hijo tiene 15 años y ya controla y sabe lo que puede comer y lo que no, pero aun así siempre lleva encima el autoinyector, que es la adrenalina que necesita si por lo que sea ingiere algo que no le hace bien». En ese caso, se tiene que pinchar en el exterior del muslo y aguantar durante 20 segundos, si bien es aconsejable llamar al servicio de emergencias o acudir a un centro médico. Lo que peor llevan madre e hijo es tener que explicar cada año a los profesores el procedimiento a seguir en caso de sufrir un brote y asesorar al personal del comedor sobre la alimentación.
Estos tres son solo algunos ejemplos de patologías crónicas que requieren de una vigilancia continua, pero también existen otros como la epilepsia o las crisis de ausencia, más frecuentes en niños que en personas adultas. Alguien que está teniendo una crisis de ausencia parece como si estuviera mirando a la nada durante unos segundos y luego, por lo general, vuelve rápidamente al estado de alerta. Pero no siempre es así.
«Uno de los últimos ataques que le dieron a Aitziber duró 10 minutos, cuando lo normal suele ser entre 3-4 segundos», afirma Sergio Sánchez, su aita. De estos últimos sí ha tenido varios en clase, pero «va y vuelve», sin llegar a perder el conocimiento, «pero como aquel... no recuerdo nada igual». De hecho, a esta niña de 13 años tuvieron incluso que sedarle. «Se puso tan nerviosa que le tuvieron que agarrar entre diez sanitarios», subraya.
Por su parte, Garbiñe Rodríguez se muestra preocupada porque a su hija Lucía, de 15 años, es ahora cuando más le está afectando la diabetes tipo 1 que padece. «No sé si por un tema hormonal o emocional, se le disparan los valores. Si debería estar entre 70 y 180, ha llegado a alcanzar los 40-50 por abajo y hasta los 359 por arriba. Y cuando eso pasa están continuamente llamándome del cole y tengo que estar siempre pendiente», señala. Una situación que, con un enfermero en el cole, sería muy diferente y «mejor» para todos.
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