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Tal vez no sea el paso del tiempo lo que desgasta las tradiciones, sino la forma en que cada generación elige habitarlas. Durante siglos, la Semana Santa ha sido vivida como un tiempo aparte: un paréntesis cargado de símbolos y un sentido compartido. Sin embargo, envuelta en su intacta atmósfera solemne, la conexión espiritual y cultural que históricamente la definía comienza a desvanecerse entre las generaciones más jóvenes. Cada vez más inmersos en un mundo digital y globalizado, muchos perciben esta celebración religiosa como lejana y ajena a su realidad cotidiana.
El contexto actual no es homogéneo como podría parecer, y se dibuja una clara dualidad en la relación de los jóvenes con la Semana Santa. Por un lado, predomina una percepción contemporánea que se distancia de lo religioso y ritual; por otro, emergen aquellas excepciones que confirman la regla. Mientras algunos encuentran en su participación un sentido profundo, casi íntimo, otros optan por mantenerse al margen, observando desde una distancia respetuosa, pero conscientes del valor simbólico que esta celebración aún conserva.
En la actualidad, para muchos jóvenes es la tradición misma la que ejerce su atracción. Participar no se fundamenta en el discurso religioso tradicional; más bien, se manifiesta como un gesto de identidad. Para ellos, la Semana Santa no es simplemente una serie de rituales religiosos, sino un vínculo tangible con la historia y la identidad cultural de sus municipios. Si bien su motivación no siempre se basa en la fe, en algunos casos sí lo es. Para ciertos jóvenes, desempeña un papel fundamental: una conexión espiritual que va más allá de la modernidad y se encuentra en las costumbres arraigadas.
En los cuatro principales municipios del territorio donde se celebran las procesiones y conmemoraciones de la Pasión y Muerte de Cristo, se dibujan diversas realidades. Segura se presenta como una excepción en sí misma, pero al mismo tiempo refleja lo que podría considerarse una tendencia. De los casi 1.500 habitantes censados, aproximadamente 300 participan en las procesiones del Jueves y Viernes Santo. Alrededor de la mitad son jóvenes, lo que refleja un notable compromiso de la juventud con las tradiciones locales, que se ha visto reforzado tras la pandemia. Este fenómeno abarca tanto a creyentes como a aquellos que no tienen una vinculación religiosa. Laureano Tellería, quien lleva involucrado en este evento durante ocho décadas y ha dedicado más de 40 años a su organización, destaca que la incorporación de varios jóvenes en la comisión organizativa, así como la participación de jóvenes no creyentes, ha revitalizado y dado «aire» a esta tradición milenaria en el municipio goierritarra, que cada vez suma más adeptos.
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Con 16 años, Sara Izaguirre participa actualmente como penitente, con el objetivo de mantener viva esta tradición que ha estado presente en su familia desde la infancia. A pesar de los prejuicios que a menudo afirma tiene que enfrentar en su círculo de amistades, ha continuado con su compromiso, y fue la primera figura femenina en representar el papel de San Miguel, un rol que desempeñó durante cuatro años.
Este será el octavo año en que Andoni Tellería, de 25 años, participe como miembro de la tropa de soldados romanos. Al igual que muchos otros, ha heredado esta tradición de su familia y considera su participación como una «aportación» al legado cultural e histórico de Segura. Destaca que en los últimos quince años, la realidad ha cambiado significativamente con la incorporación de los jóvenes, y señala la importancia de dejar de lado los estigmas y abordar este tipo de tradiciones ligadas a la religión desde una perspectiva cultural, animando a conocer esta experiencia desde dentro.
Hace tres años que nació la asociación Sustatuz en Azkoitia, con el objetivo de revitalizar la cabalgata de los Reyes Magos y las procesiones de Semana Santa, y en colaboración con el Ayuntamiento, se encarga de su organización y preservación. Este grupo reúne a más de un centenar de personas voluntarias, donde Pablo Zaldibia, de 33 años, es el miembro más joven también en las procesiones que de Viernes Santo. Afirma que alcanzar el objetivo no es sencillo, ya que los valores culturales de la sociedad han cambiado y muchos jóvenes ya no otorgan importancia a estas celebraciones; «sus intereses y prioridades ahora son otros». Considera que la connotación religiosa de la Semana Santa influye en su percepción, que persisten los prejuicios en torno a lo religioso, y que existe una cierta «inconsciencia» en el pensamiento, lo que contribuye a la pérdida progresiva de costumbres y tradiciones populares. No obstante, cree que la tradición ofrece espacio para el cambio, y que con medidas más acordes a los tiempos actuales, es posible transformarla sin perder su esencia. En los últimos años se han introducido modificaciones en las procesiones de Azkoitia; entre ellas, la incorporación de la mujer como portadora de pasos. «Eso refuerza la credibilidad de la visión progresista de la Iglesia», afirma.
La Procesión del Santo Entierro, una de las tradiciones más arraigadas de Pasai Donibane, recorre la única calle de la parte vieja sanjuandarra. Surgida del propio pueblo y mantenida viva generación tras generación, es la única procesión de la Comunidad Autónoma Vasca declarada de Interés Turístico por el Gobierno Vasco, un reconocimiento que pone en valor su singularidad, arraigo y compromiso de toda una comunidad por preservar su identidad cultural.
Entre los costaleros, a sus 20 años, Julen Agudo representa el compromiso de las nuevas generaciones con una tradición centenaria. Motivado por su familia y su fe, participa por séptimo año mientras hace un llamamiento a otros jóvenes para asegurar el relevo generacional.
El relevo generacional en la procesión de Hondarribia se ha dado, en las últimas décadas, principalmente en el ámbito familiar dado que las agrupaciones de las aproximadamente 150 personas participantes se organizan de forma autogestionada. Desde el grupo organizador destacan que se trata de la tradición más antigua de Hondarribia, que data al menos del año 1602. A diferencia del Alarde, cuenta con una presencia juvenil mucho más reducida. Unai Arrieta, de 19 años, afirma que la necesidad de incorporar a más jóvenes sigue siendo evidente, debido a la elevada media de edad. Colabora en los preparativos el sábado previo al Domingo de Ramos y participa portando el paso dedicado a Santa María Magdalena, una tradición que mantiene «con gusto» desde los 7 años.
Andoni Tellería Segura, 25 años
Segura es el único municipio de Gipuzkoa que ha logrado asegurar un relevo generacional sólido en sus procesiones de Semana Santa. Este será el octavo año en el que Andoni Tellería (Segura, 1999) forma parte de la tropa de soldados romanos el Jueves y Viernes Santo. «Son unas fechas señaladas en nuestro calendario; hasta terminar la procesión no se puede ir de vacaciones», comenta sonriendo. «Empezamos a participar con casi un año como ángeles pequeños, luego pasamos a ser nazarenos, monaguillos, penitentes, txistularis, y una vez eres adulto, portando algún santo o representando a los romanos. He pasado por todas las fases».
Señala que muchas personas son reticentes a participar en una actividad como una procesión, ya que la asocian directamente con el cristianismo. «Creen que para formar parte es necesario ser creyente. Especialmente los jóvenes, deberíamos aprender a diferenciar entre lo que representa una procesión y lo que implica una misa, y dejar de lado ese estigma. Considero que es posible acercarse a este tipo de tradiciones desde una perspectiva cultural, al igual que ocurre con otras actividades organizadas en el pueblo. Es una expresión cultural más», recalca.
Afirma que «detrás de todo esto hay mucha voluntad y gente comprometida. Yo veo mi participación como una contribución al pueblo para preservar su magia. Después de toda una vida viviendo la procesión desde dentro, llega un momento en el que piensas: puedo encajar aquí y mantenerme. Antes, los grupos eran más cerrados y era difícil entrar para llevar los pasos, pero ahora cada vez somos más jóvenes. La mayoría de los adultos asumen roles más de asesoramiento». Anima a los jóvenes a conocer la experiencia «y vivir la procesión desde dentro para entenderlo, para saber lo que se siente», concluye.
Sara Izaguirre Segura, 16 años
Sara Izaguirre (Segura, 2008) cree que la tradición no se opone al cambio y lo posibilita. Fue la primera mujer en representar a San Miguel en la procesión, un papel que hasta entonces había estado reservado a los hombres, y que desde entonces ha abierto la puerta a una presencia femenina cada vez más habitual, también en los grupos encargados de portar los pasos.
Al igual que la mayoría de los participantes, mantiene viva la tradición heredada de su familia. Señala que la procesión de Semana Santa es una «bonita tradición de nuestro pueblo que nos gusta mucho, precisamente porque sentimos que es muy nuestra. Creo que si participamos tanto jóvenes es por esas mismas razones: porque nos gusta verdaderamente, porque sabemos que ha perdurado a lo largo de las generaciones y nos daría mucha pena que desapareciera. Después del Covid, nuestra implicación se ha fortalecido aún más; echamos mucho de menos no poder disfrutar de este tipo de celebraciones en el pueblo. Se refleja en los pasos, donde cada vez somos más los que nos animamos a participar», recalca.
La segurarra comparte la opinión de que, de cara al futuro, estos pequeños cambios y avances son, en realidad, significativos, y que este tipo de tradiciones «no deberían asociarse en la mentalidad de los jóvenes exclusivamente con la religión», sino que deben ser vistas como costumbres populares que «enriquecen nuestra cultura». «Por ejemplo, yo sí soy creyente y participo en la procesión por esa razón, además de por la tradición familiar. Sin embargo, tengo amigas y amigos que no comparten esa fe y salen igual. Muchos de los que no participan en la procesión lo hacen porque no se consideran creyentes. Todavía persisten muchos prejuicios; en mi cuadrilla he llegado a escuchar que somos casi como una secta».
Unai Arrieta Hondarribia, 19 años
Unai Arrieta (Hondarribia, 2006) participa en la procesión de Viernes Santo desde los siete años y, desde los trece, colabora junto a su padre en los preparativos el sábado previo al Domingo de Ramos: sacar las esculturas del almacén de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción y del Manzano, montar los pasos y acondicionar los altares. Un trabajo que 'bebe' de la tradición familiar, pero que, como remarca, «lo hace desde el gusto». A diferencia del Alarde, la procesión cuenta con una presencia juvenil mucho más reducida. Explica que el Alarde también tiene, en cierto sentido, un componente religioso, aunque la mayoría lo asocia principalmente con la fiesta. Aun así, insiste en que «son tradiciones del pueblo y no hay que perderlas». «La procesión es más antigua, y no hace falta ser creyente para participar. Se trata de una tradición local que sería una pena perder por falta de gente joven. Para mí, la Semana Santa es una tradición, pero también soy creyente, y en casa la vivimos como un día de celebración. Siempre la hemos vivido en familia y son días para reunirnos. Es una preparación desde la tradición, pero también desde la fe», añade.
Aunque se muestra escéptico sobre el futuro, no pierde el optimismo: «Lo que celebramos hoy es lo mismo que se celebraba hace siglos. Creo que se pueden hacer pequeños cambios -aunque no sé muy bien cuáles- para que se mantenga el mensaje. Muchos jóvenes ven la Semana Santa como algo muy anticuado, conservador. Los no creyentes no sienten ninguna vinculación con ella ni la perciben como una tradición del pueblo. Para ellos, incluso, no tiene sentido celebrarla. Muchos amigos no entienden por qué participo; me preguntan por qué lo hago. Les digo que es mi decisión, que lo siento así, y la mayoría lo respeta».
Pablo Zaldibia Azkoitia, 33 años
Miembro desde hace tres años de la asociación Sustatuz, Pablo Zaldibia (Azkoitia, 1991) comenzó a participar preocupado por la disminución gradual en la participación tanto de la procesión de Semana Santa como en la cabalgata de los Reyes Magos de Azkoitia. Su objetivo es promover y mantener estas actividades, además de impulsar la participación local. Señala que no es fácil conseguir el objetivo y menos llegar a los jóvenes: «Se está produciendo un cambio en los valores y creencias, donde la cultura es, sin duda, infravalorada por las nuevas generaciones actuales. En este caso, aunque la cultura tenga sus raíces en una confesión religiosa, como la católica, esto no significa que los no creyentes no puedan participar. El binomio fe y cultura no tiene por qué ir necesariamente unido. Hay quienes consideran estos actos como expresiones culturales que trascienden la fe que uno pueda tener. Es inquietante ver cómo los jóvenes se hallan de lleno enfocados en asuntos tan superficiales como el uso desmesurado de las redes sociales», apunta.
Zaldibia cree que es compatible mantener una tración con la adaptación y afirma que la propia procesión de Azkoitia es un ejemplo. «Las mujeres intervienen como no podría ser de otra manera. Esto hace años podría verse como insólito o impensable, pero ha sabido evolucionar al compás de la sociedad y ha conseguido adapartarse a la realidad.
A pesar de ser el miembro más joven, no pierde el optimismo, aunque opina que c»omo actos culturales que son, las procesiones, los poderes públicos, en este caso el Ayuntamiento de Azkoitia, deberían lanzar campañas de sensibilización al respecto. Por otro lado, la Iglesia debe dar un mensaje de apertura e integrista que no excluya a nadie de su seno».
Julen Agudo Pasai Donibane, 20 años
Aún no había alcanzado la mayoría de edad y Julen ya tomaba parte en la procesión del Santo Entierro, la primera de Euskadi declarada de Interés Turístico por el Gobierno Vasco. Este Viernes Santo volverá a llevar sobre sus hombros el paso de 'La oración del huerto', el más destacado.
Fue Aitor Ugarte, organizador de este acto religioso, quien le propuso tomar parte en él. «Lo hizo en 2019. Mi amona acababa de fallecer y siempre fue su sueño que uno de sus nietos saliera en la procesión. Tenía esa ilusión. Ese año lo hice por ella y este, lo haré por mi aitona, que falleció el mes pasado», señala Julen Agudo Ribeiro.
Según informa Elena Viñas, más allá de las motivaciones familiares, este joven exremero que en la actualidad trabaja como botero en la motora que comunica una orilla con otra en la bahía confiesa que es religioso «desde muy pequeño». «Cada vez lo soy más. Para mí, tomar parte en esta procesión es gloria, una alegría», asegura.
Le emociona el silencio, la música interpretada por la banda Konstantzia y llevar un paso «especial» por su majestuosidad. «Es el que más me gusta», se apresura a añadir, mientras explica cómo es preciso bajar la talla hasta el suelo para que atraviese los túneles de la calle empedrada de San Juan y retirarles las alas al ángel para facilitar su marcha.
Julen ejercerá de costalero junto a uno de sus amigos y otros jóvenes que bogan en las tostas de la Erreka, la trainera local. El relevo parece asegurado gracias al club de remo Koxtape. Sin embargo, hace un llamamiento a otros jóvenes, «tanto chicos como chicas», a participar. «Si la gente joven no se anima, con el tiempo se perderá esta tradición. Yo saldré siempre que pueda, hasta que el cuerpo me lo permita. Este año me tocaba trabajar y me he pedido fiesta», concluye.
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