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Cuando lo explica, parece que describe el plan de una batalla, con sus banderitas prendidas en alfileres clavados en grandes mapas sobre una mesa de ... campaña. Ante todo hay que cubrir los periféricos, que es la manera técnica de nombrar a los caminos y encrucijadas. Están los de Huelva, Sevilla o el de Cádiz, por donde las hermandades pasan en barcaza desde Sanlúcar de Barrameda al parque de Doñana. Hay rutas complicadas que hay que tener en cuenta por si surgen contratiempos, como la que lleva al palacio de las Marismillas. «Para ir hasta allí hay que entrar por la playa de Matalascañas, hacer 21 kilómetros hasta la desembocadura del Guadalquivir y luego entrar desde ahí a Doñana. Para nosotros es una faena».
Quien lo cuenta es uno de los integrantes del equipo de la DYA de Gipuzkoa que desde el pasado día 22 y hasta este miércoles forman parte del gran dispositivo que vela por la salud del gentío que todos los años participa en la romería del Rocío. «Somos nueve guipuzcoanos y también han venido voluntarios de Bizkaia, Málaga y Extremadura. Somos en total 21 personas con seis ambulancias todoterreno y tres vehículos auxiliares», dice sin revelar su nombre porque prefiere no acaparar protagonismo.
Sigue describiendo la labor que hacen allí en apoyo al servicio andaluz de Salud, y entonces parece cambiar el punto de vista. Ya no se trata de un plan de batalla, sino del rally Dakar. «Como en el parque de Doñana no pueden entrar helicópteros porque es una reserva de aves, cada vez que hay que acudir a atender a alguien es un lío porque se tarda mucho y hay unas dunas en las que a veces se quedan atascados hasta los tractores. A la hora de trasladar a una persona la llevamos hasta la desembocadura del Guadalquivir y la trasladamos en barcaza hasta Sanlúcar o a la UVI que está al otro lado», explica. «Lo importante es llegar cuando se pueda», añade.
El miembro de la DYA habla por teléfono en vísperas del salto a la reja, que se celebró en la madrugada de ayer a hoy en el santuario de la virgen del Rocío. El templo se halla en la aldea de El Rocío, en Huelva, una pequeña población de 1.700 habitantes en la que estos días llegan a juntarse millón y medio de personas. Semejante aglomeración plantea problemas curiosos en una localidad sin asfaltar donde el suelo es de arena. Por ejemplo, las ambulancias «no pueden circular con sirenas para no asustar a los caballos».
Pero el salto de la reja no es el momento más complicado. «Lo peor son los días anteriores», cuando una muchedumbre se desplaza desde todos los puntos cardinales hasta la aldea. Para atender a tanta gente, los voluntarios instalan en los periféricos puestos que van moviéndose a medida que avanzan las hermandades. Son una especie «de consultas médicas en mitad del campo» atendidas por sanitarios que deben lidiar con un calor que a veces supera los 40 grados, con el polvo del camino que se introduce en las fosas nasales y «con nubes de mosquitos que pican por encima de la ropa».
Son complicaciones que no les impiden regresar. «Llevamos unos doce años yendo al Rocío», dice el voluntario de la DYA. En sus turnos de doce horas diarias han tenido que aprender «hasta a quitar garrapatas». Lo que más atienden son casos leves, como «traumatismos, picaduras, alergias, ampollas y rozaduras», aunque también hay fallecimientos. «Todos los años muere alguien, pero con más de un millón de personas la cifra no es estadísticamente alta». Un caso singular es el de las mujeres embarazadas. «Hay algunas que están a punto de dar a luz y vienen al Rocío para ver si nace allí el niño».
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